29 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 22/11/2016 "¿Ya tengo americana?"

“¿Ya tengo americana?"

Empieza a refrescar y se sube el cuello de la cazadora. Silba. Raya la treintena y es moderadamente feliz, que es la manera más realista de serlo. Tiene un negocio propio que le permite relacionarse con personas interesantes de varias nacionalidades. Les enseña castellano. En cuanto pisa el portal, todos los días la misma señora se le abalanza. –¿Ya tengo americana?- le espeta, embutida en su abrigo mientras arrastra el carro de la compra. Le confiesa que aún no. Es muy popular en el barrio entre las viudas y matrimonios maduros sin hijos. A veces consigue estudiantes foráneos que pagan cantidades nada despreciables por casa, cena y algo de conversación.

El Ensanche está revolucionado por el impacto de los nuevos tiempos. El barrio más noble de la ciudad ha envejecido. Mantiene el atractivo de una  decadencia trufada con salpicaduras de modernidad. Le cuesta rejuvenecer, excepto en Ruzafa. El alto precio de los inmuebles, la ausencia de plazas de aparcamiento y el exceso de bares, terrazas y restaurantes no ha ayudado a una renovación vegetativa de sus habitantes. Se presenta como un proyecto cansado aún antes de haber llegado a su plenitud.

Las predicciones avisan de que el número de octogenarios aumentará un cuarenta por cien en los próximos años. Nos sobrarán plazas escolares y faltarán las de geriátricos y residencias. Como una amenaza se nos indica que en 2031 uno de cada cuatro valencianos será mayor de sesenta y cinco años; que habrá el doble de centenarios que en la actualidad y que un porcentaje muy elevado de todos ellos vivirá solo.

Andy Stalman ha escrito un exitoso libro, “Humanoffon”. Su tesis esencial es que no estamos en una era de cambio sino en un cambio de era. Pues bien, en el Ensanche el cambio de era ha llegado silenciosamente. Hay tejida una extensa red acogedora de estudiantes extranjeros. Elegantes señoras que sobreviven con exiguas pensiones de viudedad, o maduros matrimonios aburridos a los que les cuesta acabar el mes, han apostado por acoger a jóvenes viajeros. Casas de techos altos, limpias y bien situadas, tranquilizan a sus padres. Ofrecen cena, desayuno y charla amigable a cambio de unos cuatrocientos o quinientos euros. El necesario complemento a sus menguadas pensiones.

Stalman dice que internet rige todo menos las emociones y que la revolución post-digital será la de las emociones, el momento en que se volverá a lo esencial.

Entre las grandes ciudades, Valencia es la más barata para que los estudiantes compartan piso, la mejor dotada para que se acoja a universitarios en casas particulares, la más atractiva para el alquiler por días a nuestros visitantes.

Las administraciones que quieran poner puertas al campo tropezarán con la incomprensión y el rechazo de los que están acostumbrándose a resolver, a buscarse la vida, a luchar contra las estadísticas de empobrecimiento progresivo.


Trabajan los dos pero no les da para muchas alegrías. Se encapricharon del ático de Ruzafa cuando decidieron compartir sus vidas. En los últimos ocho años su casa ha mejorado mucho. Cada vez les cuesta más pagar la hipoteca. El cálido noviembre valenciano les oxigena. Este año lo han alquilado cuatro días a unos moteros y tres días a unos maratonianos. Ya tienen para cambiar la mesa del salón. Sus padres están felices, se pelean por acogerlos.

22 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 15/11/2016 "La Albufera tiene sed"

“La Albufera tiene sed"

Llevaba semanas pendiente de lo que se escribía sobre la superluna. No habría otra hasta dentro de setenta años y a esa ya no llegaría. Entró en casa dando palmas, movilizando a las huestes, animando a los remolones. -Tenemos un espejo del sol que esta noche será el espejo de la luna. Nos vamos a la Albufera-. Inmensa, orgullosa en su frialdad la luna les envolvió en la noche desapacible. Al regresar la arrulló como tantas otras noches. Le susurró el famoso alejandrino de Bellay -¡Feliz quien, como Ulises, he hecho un hermoso viaje-. –Es por la compañía- dijo ella. La luna les espiaba.

Dicen que cuando diluvia se proyecta la sombra de la sed en África. No se habla mucho de ello pero se muere de sed más que nunca. El cuerno de África está yermo, sin alimentos. Solo en la región de Afar, en Etiopía, medio millón de vacas, ovejas, cabras, asnos y camellos, han muerto por inanición. Dos millones de etíopes carecen de agua potable, otros dieciocho millones necesitan constantes ayudas para sobrevivir. La sequía que están sufriendo es peor que la de 1985 que costó la vida a un millón de personas. Sin agua no hay vida.

Al-buhayra, nuestro pequeño mar; la Albufera, está sufriendo. El bajo nivel de agua de octubre de 2014 causó la muerte de cuatro mil ejemplares de mújoles, anguilas y pejerreyes. En 2015 se desecó el lago. Las expectativas para 2016 son sombrías. Hay barcas varadas en plena “perelloná”, que es cuando debería tener el nivel máximo de agua. Miles de hectáreas de arrozal se mantienen secas, las seis matas no se inundan sin que se elimine su exceso de sales, dificultando que en primavera nidifiquen las aves. Sobre esa situación nos alertan el presidente de la Comunidad de Pescadores, José Caballer o el bueno de Francesc Baixauli.
La Albufera necesita 210 hectómetros anuales de agua, tal como señala el plan de cuenca, y para paliar esa situación es imprescindible que la Confederación Hidrográfica del Xùquer aporte 8´1 hectómetros desde la presa de Tous. La convivencia de arroceros, pescadores y cazadores de patos, con intereses comunes pero encontrados, se resiente en situaciones como ésta. Hay pescadores que achacan la situación a tancats de Silla y de Sueca por el cultivo de arroz o para atraer bandadas de patos. Mientras, cultivadores de arroz se quejan de los excesivos nutrientes del agua que llega desde plantas depuradoras perjudicando fauna y flora. Si aumenta la salinidad del agua prolifera el invasor cangrejo azul, ese que corta las redes con las que pescan las anguilas.

El invierno es para inundar y sin inundación la Albufera deja de ser lo que es. Otra batalla que dar.


Los barqueros son individuos portadores de historias. Soportan con altivez el paso del tiempo y se rebelan contra la condena del olvido. Uno de ellos organizó la jornada de bocadillos, quintos, anécdotas, brisa, sol  y risas. El albuferenc se portó muy bien hasta la hora de comer. Empezó a toser el motor y a asustarse el lobo de mar. Sonreía como si no pasara nada pero pasaba que ya no quedaba casi nadie en el lago. La fortuna quiso que el desconcierto durara poco, entre tos y tos, el motor aguantó hasta la vera del restaurante.

17 noviembre 2016

Debate con el PP de nuestra ley de acompañamiento (16 de noviembre) 4 vídeos


15 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 8/11/2016 "Bibliotecas humanas"

“Bibliotecas humanas"

El centro cultural de Alfama albergaba un festival de fados solidarios. Sonaban aplausos cuando se abrió la puerta y salió una joven muy guapa de aspecto saludable. Alguien le pidió que cantara un par de estrofas. De su garganta brotaban frases ininteligibles que sorprendentemente entendieron. Conmovidos, la vieron apretar los puños escondiendo unas largas uñas pintadas de azul. Cuando acabó, se recogió en su abrigo rosa. La siguieron con la mirada hasta que se perdió por una callejuela. Ella tragó saliva; él vió que tenía húmedos los ojos.

Hace una docena de años un británico de origen estadounidense, Chris Sandeman, puso en marcha un novedoso sistema para organizar recorridos turísticos. Está presente en dieciocho ciudades. Son gratuitos pero el negocio proporciona altos rendimientos. Los guías, normalmente jóvenes sobradamente preparados, seleccionados por Sandeman, pagan a la empresa por cada uno de los turistas que les llega a través de su web. Ellos cobran solo las propinas que les entregan los usuarios después de unas tres horas de reposado paseo urbano. El reto es espectacular. Deben fijar su atención para que nadie abandone el recorrido y que, al final, estén dispuestos a dar una propina, cuanto más generosa mejor.

En las ciudades en que el negocio se ha implantado ha habido serias resistencias por parte de los acreditados guías locales pero, como en tantas otras cosas, no se puede poner puertas al campo. La experiencia del turista es adictiva y se suele repetir. Son guías entretenidos, juguetones, cultos y divertidos. Una especie de bibliotecas humanas. Limitadas a esa ciudad concreta, eso sí, pero tiene mérito.


Lo de la Organización Biblioteca Humana, es otra cosa. Es un interesante proyecto que ya está presente en setenta paises. No prestan libros, prestan personas con historias interesantes que contar. Pretenden eliminar las barreras que separan a las personas y promover el diálogo y la comprensión. Se dispone de media hora para escuchar al libro viviente, preguntar y dialogar.

El catálogo relaciona personas con historias que merecen ser compartidas, normalmente víctimas de prejuicios, exclusión social, que han sido estigmatizados o simplemente desoidos.

En Valencia es fácil cruzarte con personas que merecen ser escuchadas. El Ayuntamiento de Valencia va a premiar estos días a nuestras “mejores personas mayores”. Valdría la pena escuchar la media hora de Julia Sevilla, una vida luchando por la igualdad; la de Eugenio Coronado, patriarca vecinal que ha contribuido a mejorar la vida de nuestra ciudad o la de Francisca Conesa, impulsora del conocimiento y el saber en las edades en que hay más pasado que futuro.

Llevamos reloj pero no tenemos tiempo para escuchar. Lo necesitamos tanto que no nos damos cuenta de su pérdida.


Habían salido de la librería Bertrand en la calle Garret del Chiado. Un poco más arriba estaba el café A Brasileira. Él acarició la estatua de Pessoa y le pidió a ella que le hiciera una foto a su lado. Las esculturas son para tocarlas, dijo él. Detrás esperaban varias personas su turno. Pensó en el pobre Pessoa. Tan discreto en vida, tan solitario, tan tímido. Le debía repatear ese obsceno desfile. Él pensó en una frase del “libro del desasosiego” que le iba que ni pintada, “todo en mí es esta tendencia a ser de inmediato otra cosa”. Cogió el móvil y borró la foto.

08 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 1/11/2016 "Las cenizas se nos han ido de las manos"

“Las cenizas se nos han ido de las manos"

Tío y sobrino eran de edades parejas. Para el sobrino, el tío era como un hermano mayor que le deslumbraba. Compartían socarronería y un inagotable cariño. Vivían lejos pero hacían por verse al menos un par de veces al año. Un día, como haremos todos, el tío murió. Comprometió a la familia a esparcir sus cenizas por sus lugares favoritos. El vídeo del ventoso día, en la estación de ferrocarril, lo guarda una de sus nueras como un tesoro. Volaron las cenizas, la bolsa del Corte Inglés que las contenía, y la trascendencia del momento.

El prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Gerhard Ludwig Müller, ha instado a los católicos a que no esparzan por la naturaleza las cenizas de sus familiares. Intelectuales católicos consideran la sugerencia muy trascendente; sus críticos acusan a la Iglesia de fomentar el negocio de los columbarios. Las cosas suelen ser más sencillas de lo que parecen y puede que al Papa Francisco el tema de andar esparciendo cenizas por ahí le parezca una cochinada. Francisco, como demostró en su encíclica Laudato sí -sobre el cuidado de la casa común-, aboga por “cultivar y custodiar con responsabilidad la creación, con especial atención a los más pobres, que son los que más sufren las consecuencias de los daños ambientales”. Muy ecologista todo.

La polémica por la dispersión de las cenizas no es nueva y ni siquiera es entre católicos y los demás. Aún vivía Franco cuando un decreto reguló esta cuestión. Después, la Ley General Sanitaria, impulsada por Ernest Lluch, cedió a las comunidades autónomas las competencias de “policía sanitaria mortuoria”. En Francia, Alemania o Austria, desde 2007, las familias no pueden disponer de las cenizas de sus difuntos para evitar que urnas y cenizas acaben en ríos o estanques. En Holanda o en Estados Unidos hay empresas especializadas que se encargan de retirar o reciclar esos restos. En 2014 una empresa catalana, Gala Azul, fue la primera autorizada por el Ministerio de Fomento para depositar de forma legal, respetuosa con el ecosistema marino, las cenizas de difuntos bajo las olas del Mediterráneo. Suministran urnas biodegradables y trasladan la ceremonia a tres millas de la costa. Por unos quinientos euros, más IVA, proporcionan una embarcación para siete personas. El servicio dura hora y media. La música, lectura de textos, arreglos florales y demás, se facturan aparte. Más sofisticada es la empresa canaria “La Travesía”. Ofrece el servicio desde el aire. La dispersión se hace sobrevolando parques naturales. Interpretan que esparcir desde el aire es legal.

En Valencia está todo por hacer. No hay un espacio en nuestros cementerios como el “Jardín de los Aromas” o “de las Cenizas” de Zaragoza. Ni siquiera el Levante UD o el Valencia CF ofrecen el servicio de columbario que  tienen Barcelona, Betis o At. de Madrid. Hay nicho, de mercado, claro.


A él le gusta comentar noticias del periódico y ella atiende con resignación. Le cuenta que el Metropolitan Opera de Nueva York canceló su función un sábado porque un individuo arrojó un polvo no identificado en el foso de la orquesta. Sospechan que podrían ser cenizas de un difunto. -Las cenizas de nos han ido de las manos- sentenció ella, deseosa de pasar a otro tema.

01 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 24/10/2016 "Un paleto paseando por Madrid"

“Un paleto paseando por Madrid"

Ella es más de colgarse de su hombro, él de cogerla de la mano. En la ciudad extraña había gente por todos lados . Les sorprendía su acelerada presencia en calles comerciales con sus comercios ya cerrados. Él se acordó de una historia de Galeano. Decía que a finales del siglo XIX muchos montevideanos dedicaban sus domingos al paseo preferido: la visita a la cárcel y al manicomio. Contemplando a los presos y a los locos, los visitantes se sentían muy libres y muy cuerdos. Cuando les dio la sensación de estar rodeados, corrieron a un callejón oscuro, se besaron apresuradamente.

A nuestro pesar los valencianos tenemos que ir de vez en cuando a Madrid. Tras décadas en auto-res, en interminables recorridos en coches a los que se les calentaba el agua del radiador a la altura de Motilla por la N-III, subir al AVE es un alivio. En menos de dos horas vas de la calle San Vicente a Atocha. Haces lo que tengas que hacer y vuelves a una hora razonable.

Entre semana el público del tren rápido es muy homogéneo. Mucho traje y corbata, faldas hasta la rodilla y blusas, portátiles, cargadores de móvil, saludos discretos de gente que se reconoce pero no se conoce, conversaciones de móvil con palabros como cluster, merchandising, commodities, trading y otras rarezas. Van a lo suyo, cogen los auriculares pero no los usan, algunos deben tener cajones llenos. No suelen dormir en la capital.

Los fines de semana los usuarios son otros. Familias enteras que disfrutan de la invitación de los abuelos para visitar algún museo o parque de atracciones, jóvenes con camisetas alusivas a algún matrimonio inminente, soñadores y soñadoras que van a reencontrarse con sus parejas en fines de semana alternos, grupos de parejas amigas que no se pierden un estreno. Llenan las mesas de cuatro asientos, rechazan los auriculares y, si hablan por el móvil, es para recordarle a alguien que van camino de Madrid. Esos se quedan a dormir.

Los taxistas de Madrid suelen sugerir al cliente el recorrido y si éste delega la elección en el profesional se arriesga a que le narren los pros y contras de las alternativas mientras ya han elegido el que estiman conveniente. Son bastante habladores.

Hay tantos madriles que vale la pena ir explorándolos hasta encontrar el que nos resulte más atractivo. En mi última y convulsa visita decidí ser del barrio de La Latina, bajar y subir por la calle Cava Baja, dar vueltas a la Plaza de la Cebada y elegir como bar “El viajero”.

Con todo, lo mejor de Madrid es que Valencia nos espera al regreso.


Por ahorrarse unos euros se empeñaron en coger el metro, como siempre. Fueron como pelotas de ping-pong de una estación a otra, regresando al poco a la de origen. Los carteles avisaban de las tareas de mantenimiento, a ellos les sonaba a un idioma desconocido. De la línea 1 pasaron a la 6, de esa a la 2. Ninguno de los dos se atrevía a comentar que habían tardado más en recorrer un par de kilómetros por el subsuelo de Madrid que ir desde su ciudad hasta allí. Al salir a la plaza se miraron con una mirada que decía eso y todo lo demás.

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