24 febrero 2015

Colaboración Levante-EMV 17/2/2015 "Habemus chinatown"

"Habemus chinatown"

Su amigo es artista, en sentido amplio. En la madurez se ha volcado en el teatro. Debajo de su casa hay un bar que frecuenta mucho. Lo gestiona una pareja de chinos que se hacen llamar Pepe e Isabel. A veces le dan a probar bocados de la comida que preparan para consumo propio. Una vez, les convenció para organizar una cena, para seis, de “auténtica comida china”. La primera bandeja rebosaba de gelatinosas patas de pollo hervidas. Él fue incapaz siquiera de mirarlas. El resto de platos fueron más atractivos; sabores novedosos y texturas insólitas. La sobremesa se alargó mucho. Sandro proyectó su voz. Nos convenció de que era Antón Matanzas. Stanislavski puro. Milena Busquets diría de él que es “un fraude de adulto”. Triunfará.

Son conocidos los distritos chinos de muchas ciudades del mundo. No hay turista que visite Nueva York, Londres o San Francisco que deje de explorar sus chinatowns. Hacerlo es sumergirse a un marasmo de olores y sabores huraños. Hay mucho rojo intenso. Resultan inquietantes. Será por lo desconocido, por la imposibilidad de reconocer sus grafías, por lo enigmático de sus estructuras sociales. Son zonas muy visitadas, parques temáticos orientales enclavados en el moderno occidente. Se intuye que bajo esa apariencia exhibida hay otro universo no explícito, más subterráneo, más genuino.

Pero no solo en esas conocidas ciudades hay barrios chinos. Lima, Filadelfia, Manchester, Bangkok, Toronto y otras muchas tienen los suyos. El de Valencia existe y no para de crecer con eje en la calle Pelayo. Allí, y en Convento Jerusalén, Bailén, La Estrella o Julio Antonio, hay ya más negocios chinos que autóctonos. Hay prensa china, música, peluquerías, supermercados y comida china, pero no la de los restaurantes chinos de enfáticos nombres de siempre. Se encuentra pan baozi, medusa de mar con verduras, oreja de cerdo picante, ramen, zongzi, jiaozi… Inquieta como todos, o tal vez más. Está ausente la iconografía de parque temático y eso da pie a elucubrar sobre sus enigmas, sus leyendas menos conocidas y los sambenitos achacados a esa intrigante colectividad.

Dentro de poco nos recibirá la calle Pelayo engalanada con miles de bombillas led. A diestra y siniestra habrá puestos de venta de comida, artesanía o productos de teletienda que reducen la zona pisable para que, apiñados, lleguemos hasta los pies del monumento fallero. ¡Todo sea por la financiación de la falla!. Esos días imaginas como quedaría un arco chino que delimitara la entrada a nuestro chinatown, que fijara su frontera, que indicara al turista accidental que hay otro chinatown en el mundo. Apostando por el color rojo, grafiando los comercios homogéneamente, uniformizando balcones y celosías, sería visualmente reconocible. Inquietaría como todos los otros.



Aún joven, convive, desde hace tiempo, con un ancho mechón blanco que arranca desde el centro de su frente. Se sorprende al recordar cómo, durante una temporada, lo exhibió con desdén. Había pasado de las peluquerías caras a los tintes caseros. Cuando le preguntaron si era cocinera, por lo reseco del mechón, decidió volver a las peluquerías. Baratas, eso sí. Al pasar por la puerta, el anuncio de los precios la atrajo, eran imbatibles. Lo descartó, tampoco era cuestión de experimentar y tener chino hasta el tinte. Como cantaba Pablo Milanés, no es perfecta mas se acerca a lo que simplemente soñé.

17 febrero 2015

Colaboración Levante-EMV 10/2/2015 "En la concertada no hace frío"

"En la concertada no hace frío"

No le gusta madrugar pero se ha disciplinado para derrotar a la pereza. Lleva una semana de prácticas en el colegio. Un cuatrimestre entero y ya estará acabada la carrera. En el bus, con los cascos puestos, oyendo en aleatorio una lista de spotify, intenta asociar las caras de los doce alumnos de la clase en la que está de ayudante, con sus nombres : Tajmandeet, Naraya, Mara… Cuando llega a Freeman esboza una sonrisa. Ése se ha tomado muy en serio amoldar sus actos con el sentido de su nombre, es obstinadamente libre. Está muy contenta, quería un CAES y está en un CAES, uno de esos centros que escolarizan un alto porcentaje de alumnado con necesidades de compensación educativa.

Hace más de treinta años un ministro socialista, José María Maravall, se propuso un ambicioso plan de reforma de la educación; con ejemplares retos: la universalización de la educación gratuita y obligatoria para una franja de edad similar a la establecida en los paises europeos; hacer del sistema educativo un instrumento para neutralizar las desigualdades sociales; y, por último, promover una reforma de métodos y contenidos de programas y pedagogias, capaces de mejorar los resultados de la población escolar. Como una solución temporal, coyuntural, inevitable para alcanzar los objetivos en un plazo razonable, se apostó por crear una doble red de centros: una pública y otra privada, con centros concertados. Y ahí estamos, en eterna provisionalidad.

En las grandes ciudades,  con alta concentración de centros privados, se fueron relajando las normas urbanísticas, se minimizó las reservas de suelo escolar y se dejó de invertir en los antiguos centros públicos. Mientras, los propietarios de centros privados se esforzaron en actualizar sus instalaciones para no salir del paraguas del concierto. La “concertada”, alentada desde los poderes públicos, iba ganado la batalla.

Por un hijo se hace cualquier cosa, y muchos progenitores lo hicieron. Empadronamientos que no respondían a la verdad, minusvalías de nueva creación, rentas ficticias que ya se complementarían, cualquier cosa con tal de adquirir los puntos que daban acceso a una supuesta “calidad educativa”. Había que conseguir entrar en los colegios “de siempre”, había que evitar los deteriorados centros públicos. Si, a cambio, se tenía que afrontar cobros extraños por atención sicológica, actividades extraescolares, o lo que fuera, se afrontaba. Siempre saldría más barato que la enseñanza privada.

No siempre los usuarios tienen la percepción de que la educación concertada se financia con fondos públicos. No solo por los uniformes que lleva el alumnado en muchos de los colegios, es que es difícil  encontrar entre sus alumnos muchos de los que requieren mayor atención educativa, es insólito descubrir a más de uno o dos inmigrantes por aula. No se pasa frío en sus instalaciones, si se rompe una caldera la arreglan.


Mi amiga Marina lo vió. Una madre lleva a su hijo de la mano. Él viste uniforme y no tendrá más de ocho años. El niño dice “¡joder, mami!”. La madre le agarra fuerte por el codo y a voces le espeta “¡maleducado!, ¿tú qué te has creido?, ¿tú crees que el sacrificio que hacemos tu padre y yo para pagarte los doscientos euros del colegio merece que te portes así?, ¡Como sigas así, el año que viene vas al colegio público!”.

10 febrero 2015

Colaboración Levante-EMV 3/2/2015 "El cisne negro ha sido blanco"

"El cisne negro ha sido blanco"

Se enteraron del terremoto por twitter. Indagaron en los periódicos digitales para verificar si era cierto, y lo era. Les dio pie para hablar de la fragilidad del ser humano, de la vulnerabilidad de nuestra civilización, de la trascendencia de lo inesperado. Llevaban un buen rato así. Ella recordó que cuando le vendieron su casa, entre sus muchas virtudes, el vendedor sacó pecho al contar que la había diseñado Escario y que era “antiterremotos”. Estaba tan impresionado que no supo qué decir. Estallaron al unísono en una carcajada.

Los terremotos no suceden todos los días. Son hechos improbables, impredecibles y de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, esos “cisnes negros”, de los que habla Nassim Nicholas Taleb en su libro del mismo título, son ahora cotidianos. Nos acostamos pensando que ya lo hemos visto todo, pero nos levantamos abriendo mucho los ojos para no perdernos nada.

Recordaba el otro día uno de mis tuiteros favoritos, @AndresGReche, “que, vamos a ver, es solo un ministro”. Algo tan evidente, tan meridianamente claro, parecía olvidarse. ¡Va a venir!, ¡se reunirá con los empresarios!, ¡y hablará con nuestras autoridades!, ¡Montoro en Valencia!. Trompetas y tambores: vino el alto cargo del gobierno, el que propone el presupuesto a ese mismo gobierno y lo lleva al parlamento; el que ha escurrido el bulto de la buena educación y la cortesía, huyendo de las citas con nuestros gobernantes y empresarios; el que ha rechazado en el parlamento propuestas de mejora de nuestra financiación.  El que ha aprobado su último presupuesto como ministro. El que, aunque quisiera, poco o nada puede hacer por nuestras inversiones o financiación.


Tanta expectación presagiaba algo gordo. Pero ni gordo ni flaco. Tal como vino se fue, supongo que en AVE, mientras aquí nosotros, seguimos tan mal financiados y endeudados.

De la deuda impagable que arrastramos, una parte importante viene de la Copa América de Vela de 2007. Va a hacer ya ocho años. Fue algo increíble. Seguro que todos la recordamos con pasión. Llevo una semana preguntando a todo el que me encuentro que me recuerde quién la ganó, a quién, después de qué semifinal y nadie me ha sabido responder. Qué flaca es la memoria…  

La Asociación Valenciana de Empresarios, que tanto ardía en deseos de cantarle las cuarenta al Ministro, encargó un informe hace unos años, a una prestigiosa multinacional, que estimó que la Copa generaría ciento diez mil empleos en cuatro años y un impacto económico de tres mil ciento cincuenta millones de euros. Ni de los euros, ni de los empleos,  encuentro tampoco a nadie que me dé muchas señas. Pero fue todo tan hermoso…


A ella le pasó desapercibida la fantástica historia escondida en una página par del periódico. Él disfrutó contándosela. El cuadro se llamaba “Mujer dormida con jarrón negro” y el autor era Robert Bereny, un húngaro, desconocido para ellos, pero de trayectoria encomiable. Para uno de los decorados de la película Stuart Little, una auxiliar de producción rescató un viejo cuadro que había comprado por cuatro perras en un mercadillo de Pasadena. En un pase televisivo de la película, un historiador que veía la película con su hija, descubrió sorprendido el cuadro desaparecido, en una toma, tras la cabeza de Hugh Laurie. Al parecer es una obra maestra. Cisne negro.

03 febrero 2015

Colaboración Levante-EMV 27/1/2015 "Elogio y refutación del aburrimiento"

"Elogio y refutación del aburrimiento"

Había recorrido las pocas tiendas de discos a las que solía ir y no encontró el último disco de Andrea Motis. Había leido en algún sitio que se llamaba “Motis Chamorro Big Band” pero no aparecía en la sección de jazz, ni en la M, ni en la Ch, ni en la B. Había alguno de la Sant Andreu  Jazz Band, con alguna interpretación suya, pero sospechaba que ya lo tenía. Quería darle una sorpresa regalándoselo. A ella le ponía de buen humor el jazz, especialmente Motis. Cuando llegó con las manos vacías ella estaba mirando el horno para ver si subía  un bizcocho de manzana.

Debió ser Baroja el que dijo algo parecido a que, sorprendentemente, la gente que vive en grandes ciudades se aburre tanto como la que vive en sitios en los que no hay un mal cuadro que mirar, nunca hay una representación teatral, y el cine nunca se llegó a abrir. Digo que debió ser Baroja porque, al parecer, le interesaba tanto el tema que llegó a definirse como un hombre curioso que se aburría desde la más tierna infancia.

En muchas grandes ciudades el aburrimiento está anatemizado. Hay quien se empeña en que vivamos en una montaña rusa de emociones permanente. Apabullan con una oferta totalmente prescindible de espectáculos únicos e irrepetibles. Grandes espectáculos deportivos, representaciones operísticas únicas, conciertos especiales, instalaciones imposibles, fascinantes muestras artísticas,… Dan que hablar en su génesis, en su concreción, en su ejecución y, lamentablemente, en su liquidación. Atraen la atención mediática, generan debate, se juzgan según su eco, y vuelta a empezar.

La mayoría de la gente sabe que esas cosas pasan, que están ahí, pero nunca participa en ellas.  ¿Se aburren más que los que no se pierden un estreno, una inauguración o la copa en el bar de moda? Seguramente no. La mayoría combate el aburrimiento bajando al río a pasear o a hacer deporte, sentándose en una terraza bañada por el sol, mirando escaparates en los centros comerciales o recorriendo la playa de la Malvarrosa llegando hasta la Patacona.

Hay quienes viven el tiempo de enseñar a ir en bici, de patinar, de mirar una y mil veces los descensos por los toboganes del Gulliver, de  aprovechar los domingos gratuitos del IVAM , de aplaudir las representaciones del teatro de la Beneficiencia. Otros viven el tiempo de ver crecer la hierba.

En alguna novela de Dürrenmatt un personaje grita desesperadamente su aburrimiento, parece un grito que añora emociones, que busca salir de la comodidad, de la tranquilidad del sistema. El grito del que se rebela contra la normalidad, del que quiere transgredir.

En estos tiempos de perplejidad constante, de vaivenes, de intrigas y de decepciones, el anhelo es el aburrimiento, sentir cómo pasan los días.

Desde que leyeron que especies invasoras de aves estaban tomando la ciudad se sorprendían, de tanto en tanto, mutuamente, mirando las copas de los árboles. Debían ser los únicos intrigados por la cuestión porque la mayoría de los que se cruzaban con ellos solo miraba el móvil. La amenaza de las cotorras de Kramer y argentinas no se podía tomar a broma, pero ya se sabe, la gente es pasota. Solo una vez él vió algo parecido a una cotorra, a primera vista no impresionaba mucho.

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