30 octubre 2015

Nueva Ley electoral

Réplica a Ciudadanos sobre nueva tele

La Nova Televisió Valenciana comença a caminar

Revisar los aforamientos

Posibilidad de modificar el estatuto

27 octubre 2015

Colaboración Levante-EMV 20/10/2015 "A veces, el tamaño importa"

"A veces, el tamaño importa"

Cuando le parecía que una situación no tenía salida se sentaba en un banquito de las Torres de Serrano. Ese día recordó la frase de Sherlock Holmes que tanto le había impresionado hacía muchos años, cuando se ha eliminado lo imposible, por más que sea improbable, debe ser la verdad. La bandera que colgaba de las Torres era inmensa y se entretuvo mirando los malabarismos de los que  buscaban el encuadre perfecto de pareja, Torres y bandera. Demasiado grande- dijo uno de los paseantes. No sale bien la torre-

Ni muy grandes ni muy pequeñas, así deben ser las ciudades.  Las muy grandes tienen demasiados inconvenientes; distancias largas, transporte caro y segmentización excesiva de actividades las convierten en demasiado incómodas para vivir. Madrid y Barcelona son muy atractivas pero se vive mejor en una ciudad del tamaño de la nuestra. Allí, cada poco, surgen barrios de moda, de esos que desplazan a sus moradores iniciales, que se homogenizan a golpe de franquicia y que se encarecen con la llegada de nuevos moradores de nivel adquisitivo más alto. Gentrificación le llaman a eso y turistización a la llegada masiva de turistas acogidos en hoteles boutique, youth hostels o apartamentos turísticos comercializados por internet. El desarraigo y el aislamiento acechan a sus desconcertados vecinos, que huyen a barrios más asequibles.

Los que saben de estas cosas dicen que el tamaño ideal de una ciudad es aquella de cerca de medio millón de habitantes. Bristol está enfrascada en la aventura de encontrar la fórmula de medir la felicidad de sus habitantes. Se llama “proyecto ciudad feliz”.  El promotor de esta idea, el urbanista canadiense Charles Montgomery, autor de “Happy Cities”, reivindica  los espacios para hablar y para el encuentro.

Diversos estudios revelan que en nuestras ciudades la mayoría de habitantes no se relacionan con gente de otra generación, que una parte muy importante de ellos no realiza ningún ejercicio físico, muchos no tienen el más mínimo vínculo con su barrio y no son pocos los que no tienen a nadie con quien hablar de asuntos personales. Hay que empezar la revolución  que  nos coloque en la senda de la felicidad urbana. Valencia tiene condiciones para luchar por ser “ciudad feliz”. Busquemos trabajo, cultura, educación, salud y espacios idóneos para convivir. Si en Bristol animan a sacar los sofás a la calle unos domingos especiales, pues nosotros sacamos las sillas, como hacen en algunas zonas de Benimaclet, Cabanyal o Patraix. Los agentes de felicidad de Bristol se afanan en insistir a sus vecinos sobre las claves del bienestar: “conecta, aprende, sé activo, aprecia, contribuye.

El tamaño importa y da la casualidad de que tenemos el ideal. Cómoda, llana, con buen clima, buen transporte público, Valencia tiene ya mucho ganado en esa felicidad ansiada, la de la normalidad.


Pagó gustoso cada euro de la carrera con el taxista cubano. Su conversación era agradable, no invasiva. Sugería, no pontificaba y contestaba más que discurseaba. Decía tener dos carreras, reconocía el gran trabajo social del gobierno cubano pero echaba pestes del régimen económico. Decía que sin ilusión por progresar económicamente nada es posible. Andaba esperanzado con la carrera como jugador de beisbol de un sobrino. Lo malo de Cuba es que es chiquito, chiquito, y siendo así,  todos nos pisotean- acabó diciendo.

20 octubre 2015

Colaboración Levante-EMV 13/10/2015 "Todo se transforma"

"Todo se transforma"

De joven, al cerrar los bares, se arrancaba con un cucurrucucú . Ni siquiera sus mejores amigas le reconocían el chorro de voz que estaba convencida que tenía. Le hizo una demostración. Él, devotamente, cuando la vió con la manita derecha pegada a la cara intentó convencerla de que esa voz había que educarla. Ella era más partidaria de ir vivir a Nueva York y aprender a tocar un instrumento. A él le pareció buena idea. Aprovecharía para escribir la gran novela americana del siglo superando a Jonathan Franzen.

Hay un bar nuevo en la calle Mantes, casi esquina con Derechos. Es chiquitín y no tiene nombre. Los dueños dicen que se llamará Tasca Sorolla porque Sorolla nació en esa calle. Hay disputa entre el número cuatro, el suyo, y el ocho, un poco más adelante. Como no hay cartel, aún están a tiempo de llamarla “sis dits” que era como se llamaba la tienda de tejidos de los padres de Sorolla. Ofrecen diariamente caracoles, calllos, pescado y carnes. Todo exquisito. Cada día sirven lo más fresco y lo mejor que encuentran. No es caro. Estuve una vez y me llamó la atención la pareja que lo llevaba. Uno de ellos concentrado en la plancha, buscando la perfección; el otro concentrado en los parroquianos  a los que atendía, volcado en satisfacerles. Me dió la sensación de que venían de otras vidas y preguntando lo supe. Vienen de otras vidas. Han cambiado a tiempo.

En “Los diarios de Emilio Renzi”, Ricardo Piglia aclara en su nota de autor que en su inicial ingenuidad estaba todo el tiempo buscando aventuras extraordinarias. Entonces empezó a robarle la experiencia a gente conocida, historias que se imaginaba que vivían cuando no estaban con él.

Cuesta imaginar las vidas que llevan algunas de las personas que acuden año tras año a la procesión cívica del 9 de octubre, cuando no están allí. Algunos y algunas insultan, hacen gestos maleducados, miran con cara de odio. No son muy diferentes de aspecto respecto a los insultados. En realidad son muy parecidos. Han nacido y viven en alguno de los barrios de la ciudad. Se levantan por las mañanas para ir a trabajar, comen cosas parecidas. Se ríen de las mismas bromas, padecen las mismas enfermedades. Se apasionan, sienten, lloran, sufren, gozan… Afortunadamente no son muchos. Puede que no cambien nunca, que el rito forme parte de su esencia. Pasan los años, las celebraciones, los himnos, las banderas... y el mundo sigue girando. El cambio como garantía de continuidad. Nos vamos a quedar, no quedan muchos sitios donde ir. Todo se transforma.


No era una buena mañana. Había decidido divorciarse de sí mismo, durante unas horas. Se sentó en una de las terrazas de la Plaza de la Virgen, la de las sillas verdes, frente a la Catedral y su puerta de los apóstoles. Pase que los apóstoles sean de resina para salvaguardar los originales, pero la excesiva limpieza del conjunto falsea la imagen que nos llega. Con el enésimo músico callejero, uno de sus dos yos se quiso ir. Solo le gustaba el que cantaba canciones que sonaban a Moustaki. Pagó con una moneda de dos euros el café. Al depositarlo se fijó el águila del reverso. Era fea, inquietante, alemana; solo valía dos euros.

16 octubre 2015

La España del PP no es España

13 octubre 2015

Colaboración Levante-EMV 6/10/2015 "Coto al mal"

"Coto al mal"

Ese martes apuró el café y  salió disparado hacia la catedral. Contaba el periódico que una de las esculturas que coronan la Puerta de los Hierros tenía atado un pañuelo negro en el cuello. Fue llegando gente que instintivamente estiraba el cuello. A casi todo el mundo le parecía fatal la hazaña. Los menos, pensaban que tenía mérito jugarse la vida desde el anonimato.-¡Hay gente pa tó!- espetó un señor mayor, advertido del motivo del revuelo callejero.

Parece que el Ayuntamiento de París va a multar a quien tire una colilla al suelo con sesenta y ocho euros. El motivo de la multa no sorprende, ya hay muchas ciudades que lo hacen y se sanciona conductas como escupir, tirar papeles, pedir limosna en los supermercados, etc… Es más, hace un par de años la alcaldesa Botella, en Madrid, presentó un proyecto de “ordenanza de convivencia” para castigar esas conductas. Lo que sorprende es la cantidad. ¿Por qué sesenta y ocho euros? ¿Por qué no 100, o setenta, u ochenta? ¿sesenta y ocho? ¿es porque es París y quieren que la gente recuerde aquél mayo? Tirar una colilla al suelo es una cochinada pero muchos de esos comportamientos indeseables se solventan con miradas aviesas; o no, no sea que el infractor se rebele y se líe el asunto. Cada vez se fuma menos y en menos sitios. Es hurgar en la herida de unos cuantos marginados.

Entre los susceptibles de ser multados siempre están los gorrillas, facilitadores de lugares de aparcamiento, acabarán llamándoles. Su presencia incomoda, es una suerte de coacción, y algunos tienen mucho morro. Eso de ofrecer sitios libres de una zona ORA muy meritorio no parece. Otra cosa son los que ayudan a aparcar en los aledaños del Ciutat de Valencia. Son todos subsaharianos; hay decenas y tienen sus más y sus menos entre ellos. Ejercitan una auténtica ingeniería de aparcamiento. Meten coches en sitios inverosímiles. Hay quienes, inicialmente, dudan de su eficacia pero acaban siempre satisfechos. Los que se resignan a aparcar pensando que jamás conseguirán sacar el coche de allí repiten una y otra vez la experiencia. Algunos parecen llevar unos invisibles galones que hacen que otros les reconozcan cierta preeminencia. Deben ser los “maestros”. Es imposible que alcancen tal virtuosismo sin ensayar, sin ver planos y sin conocer cada palmo del terreno a invadir.

La permanente búsqueda de conductas impropias sancionables por los poderes públicos es inagotable. Hay quien sueña que ha infringido alguna normativa, sin recordar cuál, manteniendo, al despertar, la expresión perpleja de la culpabilidad. Esperemos que no se atrevan a sancionar a los avezados consumidores de tortillas del bar Alhambra con la excusa de mejorar nuestro colesterol. En cambio, a los que han comprado y leido “La chica del tren” no les pasará nada. Siempre el poder hace excepciones y deja sin castigo conductas objetivamente reprobables.


Llevaba mucho tiempo constatando que en las películas solo fumaban los malos. No quería decírselo a nadie porque era como destripar quién sería el asesino . A veces esos mismos malos u otros, también malos, usaban teléfonos que no eran Apple. Muchas de las escenas se podían resolver con una simple llamada pero o lo habían perdido o no les funcionaba. Lo bueno y lo malo andan por ahí con disfraces nuevos.

07 octubre 2015

Réplica propuestas PP 6/10/2015

Crítica propuestas PP financiación 6/10/2015

Réplica Financiación 6/10/2015

Posición Financiación Socialistas Valencianos 6/10/2015

06 octubre 2015

Colaboración Levante-EMV 29/9/2015 "Máscara y verdad"

"Máscara y verdad"

No era domingo, no tenían carnet jove, no estudiaban Bellas Artes, no eran jubilados, ni discapacitados, ni desempleados; tenían más de diez años y como dos no son grupo, pagaron dos euros y entraron al IVAM. Fueron directos a buscar las fotografías de Gilliam Wearing, esas que revelan la verdad desde caras con máscara. Es burlona. Él quería ver el tríptico del autoretrato, la proyección de cómo será Gilliam dentro de unos años y el hueco destinado a la auténtica Gilliam mayor, cuando llegue.

Nos encanta discutirlo y cuestionarlo todo. Cualquier idea, por disparatada que sea, tiene ardorosos defensores; también la más sensata cuenta con beligerantes detractores. Las felicitaciones a Anne Hidalgo por haber celebrado el día sin coches en una macrourbe como Paris contrastan con críticas feroces por el cierre al tráfico de una pequeña zona de nuestro centro por parte del nuevo gobierno de progreso. Pronto llegarán los debates que generará el proyectado cierre de calles para las próximas fiestas falleras. Será divertido ver cómo algunos de los que han echado pestes por el cierre de unas pocas calles defienden el cierre de muchas decenas para albergar actividades festeras.

Si la gente está contenta por poder aparcar en el carril bus entre las diez de la noche y las ocho de la mañana, alguien sale diciendo que eso estimula el consumo de alcohol o no se sabe qué. Alguna visita por barrios periféricos con problemas de aparcamiento ilustraría a muchos sobre lo conveniente que es para muchos trabajadores dejar el coche en el carril bus y salir antes de las ocho de la mañana hasta los poligonos industriales de las afueras.

Es incuestionable que los mercados son hoy atractivos y es previsible que, si se organiza una actividad nocturna de tapas en nuestro Mercado Central será un éxito. Ya no es una fiesta de Prada en que unos elegidos se pasean por la alfombra roja hasta llegar a las aseadas paradas dispuestas para el disfrute de los trendy-fashion-chic-guay. ¡Somos nosotros!. Los que vamos al mercado habitualmente, esos que suspiramos por una plaza de Brujas y aledaños peatonalizada. Llegan quejas de vecinos por el ruido, quejas de los que no pudieron entrar y más quejas de los que entraron y estaban incómodos.

La máscara facilita decir la verdad. Hay movimientos para evitar peatonalizaciones pero, una vez ejecutadas, nadie pide la vuelta de los coches. Hay quejas por abrir mercados a horas no habituales pero una vez abiertos, nadie quiere volver a cerrarlos.

Les alegró coincidir con Ferran Gadea en la elección de las dos obras  escogidas de Russafa escénica ese viernes de octubre. Tuvieron que apretar el paso para, desde la calle Cuba, llegar a tiempo a la calle Sevilla. Él se empeñaba en fumar pese a correr. Comentaban el texto del inquieto, vanguardista y polifacético Néstor Mir, El ring. Ella le recordó frases del protagonista que él había olvidado . Al acabar A España no la va a conocer ni la madre que la parió”, a él se le erizó la piel. Caía la máscara de más de una generación. La máscara  revela que todo ha cambiado, la verdad es que no tanto. Máscara y verdad coinciden en que lo nuevo no lo es tanto y que Victor Sánchez y Wichita&Co son un potente presente.



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