28 abril 2015

Colaboración Levante-EMV 21/4/2015 "Alimenta el alma"

"Alimenta el alma"

Siendo adolescentes se empeñaron en aprender a tocar la guitarra. Que su padre fuera socio de la Societat Coral El Micalet facilitó mucho las cosas. Les pillaba cerca de casa y los cursos eran baratos. Se apuntaron, inicialmente a solfeo y canto, lo demás vendría rodado. Preparando el festival anual el profesor, discretamente, les comunicó que los pondría juntos, un tanto escorados y en la última fila. Cuando sus compañeros se arrancaran con el “molo, molondrón, molondrón, molondrero” y demás, de ellos sólo se esperaba que vocalizaran con silente arrojo. Cumplieron, no salió ni una nota de sus gargantas.

En esta ciudad de ciudades y palaus diversos, bautizados con nombres de la realeza, un escándalo tapa rápidamente el anterior sin apenas tiempo para asimilarlos. Pasar casi diariamente junto al Palau de les Arts nos recuerda cotidianamente uno de esos despropósitos.

Nos repiten que veinte años no es nada pero lo son para muchas cosas. Cuesta olvidar estas últimas décadas de papanatismo voraz, de ese que lo quiere todo y a ser posible de lo más caro. Valencia es musical porque sus gentes adoran la música. Varios miles de jóvenes estudian música, cada año, merced a la labor de la veintena de sociedades musicales de la ciudad. Nuestros conservatorios no son capaces de absorber la insaciable voluntad de aprender música.

Teníamos y tenemos Orquesta de la Generalitat, Joven Orquesta, Coro, Banda Municipal, y cada año pierden presupuesto. Teníamos y tenemos un estupendo Palau de la Música con una programación atractiva, que costando menos de cuatro millones de euros su construcción, pronto pasó a formar parte del circuito de recintos en que las estrellas de la interpretación y la  dirección ansiaban participar.

Y en eso llegó el Palau de les Arts. No se sabe muy bien cuanto ha llegado a costar. Parece que el presupuesto inicial era de ochenta y cuatro millones y serán ya unos quinientos millones los gastados. Un precio que triplica el precio del Teatro Real de Madrid o cuadriplica el del Liceo de Barcelona. Desde que se inauguró ha ido consumiendo presupuestos anuales que han ido pasando de los cuarenta y tres millones al año a los menos de veinte de la época de crisis. Hoy nos gastamos unos diez millones en nóminas y más de tres en mantenimiento.

No es una anécdota que detuvieran a su intendente, que se conocieran datos del despilfarro de su gestión pero lo que debe asombrar es qué hubiera supuesto para la Valencia musical de verdad, la de las escuelas, las bandas, los conservatorios, las orquestas o los coros, esa cantidad insultante de dinero que se ha malgastado en ese recinto.


Ella andaba trajinando por la casa. Llevaba pantalones de algodón y una camiseta ancha. El Ipod estaba en aleatorio. Hiciera lo que hiciera, necesitaba música para conectarse al mundo. Nunca entendió que él prefiriera empezar el día con las “pupas” que vomitaba la radio. Con música los niños se vestían más rápido, desayunaban más, les resultaba más fácil sonreir. Él acabó de afeitarse. Cuando se iban a cruzar por el pasillo  empezó a sonar “el corazón partío”. La cogió por la cintura y de una mano. Intentó moverse a ritmo de pasodoble. Cualquier parecido con un baile era mera coincidencia. Fue otro día en el que juntaron caras.

21 abril 2015

Colaboración Levante-EMV 14/4/2015 "Ciudad Erasmus"

"Ciudad Erasmus"

Fue de las primeras estudiantes Erasmus. Aterrizó en Valencia inquieta, nerviosa e intrigada, sin conocer casi el idioma; casi por descarte. Ella quería ir a Paris aunque en el fondo le daba igual, lo importante era salir de casa. Veinticinco años después sigue aquí. Se casó, tuvo hijos, se divorció, se volvió a casar. Fracasó en varios negocios, acertó en otros. Cuando pasa por la plaza Xúquer, por Ruzafa o por Benimaclet se afana en buscar caras de compatriotas. Al reconocer el gutural idioma de su país de origen, intenta adivinar si la jovencita pecosa de trenzas o el chaval escuchimizado de gafitas redondas se enamorarán aquí, como ella, y dirán adiós al norte de Europa.

Hay ciudades que se visitan como parques temáticos a ritmo de montaña rusa. Se tienen que recorrer a toda prisa, evitando la frustración de olvidar alguna atracción “imprescindible” y fotografiarlas con los encuadres exitosos  que han repetido otros millones de turistas. Otras te atrapan con su simplicidad; esas que son amables, con calles peatonales en las que sorteas sus bicis, con comercios con un punto de extravagancia. Son las que suelen tener precios razonables, comida de calidad y poca prisa. Imprescindibles. Las que recomendarías a un Erasmus.

Erasmus tiene sello español. No llevábamos ni dos años en la Unión Europea cuando nuestro comisario Manuel Marín, bajo la presidencia de Delors, creó un programa para que los estudiantes universitarios pasaran unos meses, o todo un curso, en otra ciudad europea. Un proyecto transnacional, que de verdad creaba “ciudadanía europea”. Es un fenómeno social, cultural y que nos recuerda que tenemos algo común, un proyecto conjunto por el que vale la pena apostar.
Valencia es uno de los diez destinos favoritos para los estudiantes Erasmus. No parece que sea porque tenemos Ágora, Ciudad de las Artes o puente de Calatrava. Vienen porque les parecemos amables y lo somos, por nuestros barrios vivos, por nuestro clima y comida, garantía de calidad de vida. Si además la ciudad tuviera más bibliotecas, más espacios culturales, estuviera más limpia, incrementara sus zonas peatonales y reinara la bicicleta como medio de transporte, seríamos imbatibles. Nos falta un decidido apoyo municipal a los Erasmus dirigido a hacerles la vida fácil, a facilitarles alojamiento, a guiarles, a atraerles, a valencializarlos durante unos meses. Harían proselitismo eterno de nuestra ciudad.

Cuando les preguntamos al marchar, sus respuestas siempre nos recuerdan que las cosas más sencillas son las más importantes. Ese es siempre su recuerdo.


Había superado la negación y el duelo. Lo que le costaba más era sobrevivir con la exigua pensión de viudedad que le quedaba, aunque ella no era de mucho gastar. Descubrir internet fue una bendición aunque empezara a hartarle el sonsonete infinito del grupo de whatsapp de las antiguas compañeras del Sagrado Corazón. Cada verano podía elegir entre varias propuestas que le llegaban para sustituir a los Erasmus que la dejaban. Se había ganado fama de limpia, de cariñosa y de atenta con los estudiantes. Los padres confiaban en ella. Más de una resaca había atendido, a más de uno había arropado con fiebre  y a otros tantos había dejado llorar sobre su hombro.  Ya no intentaba ocultar a sus vecinos que alquilaba las dos habitaciones que nunca volvería a necesitar. ¡Qué hablen, que critiquen lo que quieran!

14 abril 2015

Colaboración Levante-EMV 7/4/2015 "Llanto de bebés"

"Llanto de bebés"

Los fines de semana largos les generaban ansiedad. Hasta última hora nunca sabían si la casa estaría disponible o no. Se tensionaban. La gente es muy informal. Su hermana no aclaraba qué iba a hacer, sus padres tenían planes pero podrían irse al garete por cualquier absurda disputa. Ellos solo tenían la opción de quedarse, de ocupar un espacio que es de otros. Querían elegir qué canal de televisión ver, poner los pies en la mesa bajera, alimentarse de bocadillos imposibles y abrazarse sin miradas censoras.

Esto está descompensado. O eres demasiado joven o demasiado mayor. Jóvenes que quieren formar hogares, que sueñan con el llanto de los bebés que no tienen, se eternizan en casa de unos padres que ven como se les va marchitando la vida y siguen encadenados a sus hijos. Saltan de una beca a otra, de un empleo precario a otro, de un master a otro. Pasa el tiempo y el sueño se difumina.

Aunque suene a tienda de muebles, ONU HABITAT es un programa de Naciones Unidas que gira alrededor de la vivienda. Dictámenes como el de “vivienda adecuada” deberían ser de obligado estudio. Sitúa el derecho a una vivienda adecuada como un derecho  que trata de asegurar que todas las personas tengan un lugar seguro para vivir en paz y dignidad. No sorprende que considere que el acceso a una vivienda adecuada es una condición previa para el disfrute de varios derechos humanos, en particular en la esfera del trabajo, de la salud, la seguridad social, el voto, la privacidad y la educación. Una vivienda es una pista de despegue para la vida.

En los últimos años miles de viviendas se han quedado sin comprador. Se van deteriorando, sus tenedores no invierten en ellas, pasan de mano en mano como la falsa moneda,  con un valor que tiende a cero. Fondos buitre se han quedado con muchas de ellas a precios insignificantes esperando venderlas con importantes plusvalías. Cantidades ingentes de dinero público se han destinado a sanear balances enquistados de bancos mal gestionados y sus activos han acabado en manos de oscuras empresas que pierden dinero por su tenencia y gestión.

Los ayuntamientos están dejando pasar la oportunidad de contar con un importante parque de viviendas públicas para alquilar. Viviendas que se deberían ofrecer a precios vinculados a los ingresos y a las expectativas profesionales, viviendas disponibles para jóvenes que aireen barrios que envejecen apresuradamente. Viviendas que sean plataformas desde las que lanzarse a buscar trabajos dignos, a luchar por tener una vida digna. Viviendas, en las que se pueda oir el llanto de bebés.


 Hacía casi dos años que lo habían decidido. Él no quería estar sin ella ni ella sin él. El piso era feo, el barrio triste y las comunicaciones horrorosas. Sumaron becas, colaboraciones esporádicas y trabajillos ocasionales. Les llegaba para el alquiler y para la luz, el gas y el agua, siempre que mantuvieran un comportamiento espartano. Lo fueron llenando de muebles desechados por familiares, rehabilitados por amigos y algo de creatividad exprimendo la funcionalidad de las cosas cotidianas. Cuando se acabaron las becas y las colaboraciones dejaron de pagarlas, con los trabajillos no les llegaba. Él quería seguir estando con ella y ella con él. Estarían, pero viviendo cada uno en casa de sus padres.

07 abril 2015

Colaboración Levante-EMV 31/3/2015 "El Saler está ahí"

"El Saler está ahí"

Ni él ni ella eran unos niños cuando se encontraron. Cada uno sabía que el otro existía, pero solo se descubrieron en una de esas fiestas intergeneracionales del bloque de apartamentos. Tienen ya dos hijos. Cada mañana disfrutan con los silbidos del aire en las ventanas, de la luz que les ciega y del olor a sal. La carretera es odiosa, los madrugones más. Cada poco piensan cómo sería la vida en otro sitio, en cómo podrían salir de copas por Valencia sin tener que volver en taxi. Cuando ven a los niños rebuscar en la arena se les olvida que este año tampoco ha llegado el gas. ¡Son tan de El Saler que se casaron en El Cala!

Para muchos es solo una playa, para otros un parque enorme. Casi todos se quejan de los atascos para llegar, de las restricciones para aparcar, de la ausencia de servicios públicos. A veces es noticia, sea una ballena varada en su orilla o porque el viento de levante le había lleva los restos de la cremá. Dramático ha sido cuando el fuego se le ha acercado. Es El Saler.

 A alguien se le ocurrió, en los años sesenta, que en esa formidable extensión de terreno, que sorprende en cada palmo por su intensidad, había sitio para más de veinte hoteles y una docena de apartahoteles, sesenta torres con más de dos mil apartamentos, nueve poblados costeros, una zona popular para cien mil personas, un campo de golf, un puerto deportivo, un parador nacional y un hipódromo. Un auténtico disparate.

Solo en los últimos setenta se consiguió parar la mayor parte de la agresión, quedando solo restos de lo que pudo haber sido.
Siempre hay mentes retorcidas que intentan meter alguna cuña en la protección. A veces resurge la idea del tercer carril, otras aparecen planes de nuevos aparcamientos, o de nuevos servicios hosteleros, pero el parque resiste. El enebro marino consiguió dividir al antiguo polideportivo en norte y sur, hoy unos cuantos enebros más ya se han instalado en sus antiguos dominios. Enebro, murta, lentisco, margalló, plantas renacidas gracias a muchos euros europeos, que nos recuerdan que Europa es mucho más que absurdos planes de austeridad.

La mayoría que gobierna el Ayuntamiento de Valencia se ha negado, tendenciosamente, a retirarle la medalla de oro de la ciudad a Franco, distinción ésta que  se reserva para recompensar los méritos que se han contraido por trabajos ostensibles en favor de Valencia. Pensando quién podría merecer esa medalla, sería de justicia un reconocimiento a “El Saler per al poble”, ese colectivo combativo, visionario y transgresor que nos dejó en herencia lo que hoy disfrutamos.


Ella cumplía años, arrancaba junio y hacía buen día. Él elegiría el sitio, pagaba ella. Fueron a Casa Carmina, comerían bien y con suerte podrían  coincidir con Ferran Torrent a quien admiraba en la distancia . Cuando despacharon el arnadí caramelizado y la tarta de chocolate que compartirían, la sorprendió con el DVD de “Desayuno con diamantes”. En los meses que se trataban se les había cruzado la canción, imágenes de Audrey y hasta la propia película, no una, muchas veces. Era toda una declaración. Antes de volver a Valencia metieron los pies en la arena, sortearon algún pino y escucharon la música de las olas.

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