26 julio 2016

Colaboración Levante-EMV 19/7/2016 "A la fresca"

                                                "A la fresca"

Se conjuraron para que los miércoles fueran suyos, de nadie más. Llevan más de doscientos cincuenta. A las ocho se buscaban y a las ocho y media ya se estaban oliendo. Con los vinos se cuentan cosas, esas que pasan a un segundo plano cuando se convive, siendo las más importantes. En verano se regalaban más días. Unos amigos les citaron en el Bar el Cabanyal, cerca del mercado. Cenaron muy bien y barato. Se acercaron a la Fábrica de Hielo. Salieron sin ganas de ir a casa. La última parada les llevó a un barecito donde los parroquianos les informaron de la tragedia de Niza. Horror en directo. El mismo mar, el mismo cielo, el mismo miedo.

Con el buen tiempo, pasear por las estrechas calles del Cabanyal Canyamelar es sortear sillas y hamacas de vecinos que salen a la fresca. Algunos hablan entre susurros, otros voz en grito. Muchos vigilan a los chiquillos que corretean sin camiseta y, hasta los hay, que organizan timbas de cartas con riesgo de que el tema acabe mal.

Han pasado, sin celebración alguna, veinticinco años desde que un 14 de abril viniera el Ministro Borrell a acompañar a Clementina Ródenas y a Joan Lerma al enterramiento definitivo de la barrera de vías que separaba el Grau, el Cabanyal, Canyamelar y la Malvarrosa, del resto de la ciudad. Los vecinos de allí siguen diciendo que van a comprar a Valencia pero ya son tan de Valencia como todos los demás.

De parecidas fechas es el Paseo Marítimo, que acoge ciclos de la vida perfectamente delimitados. Al alba, coinciden las parejas abrazadas que salen de los sitios de ocio con los que salen a correr o a machacarse en el carril bici. A media mañana se inundan las playas de padres o madres que tienen que distraer niños. A la hora del aperitivo y el almuerzo se llenan los bares y restaurantes sobre los que falsariamente se insistía que desaparecerían con la ley de costas. A primera hora de la tarde se tuestan al sol los que trabajan en jornada intensiva o trabajan en el mundo de la noche. Va cayendo el sol y los partidillos de fútbol o de volley ball llenan de sudor los cuerpos playeros.

A la hora de cenar centenares de familias plantan sus mesas plegables y sillas de nylon. Abren tarteras con tortillas, lomo con tomate y sandía troceada. Corre el tinto de verano. Combinan paseo y arena. Entre Las Arenas y el chalet de Blasco Ibañez, el Paseo de la Mostra, se puede ir leyendo en las baldosas los nombres de famosos artistas. El territorio erasmus es una torre de babel cerca de Akuarela y Moon. No tardará en amanecer.


Textos leidos le perseguían y le encontraban cuanto más los necesitaba. Tenía la imperiosa necesidad de entender y no siempre lo conseguía. Se acostó con Erdogan hablando por facetime, con Erdogan buscando asilo. Intentaba comprender los conflictos turcos;  con armenios, con kurdos, con chipriotas, con griegos. La luz de la lamparita alumbraba las páginas de un relato breve del último libro de Petros Markaris, “La muerte de Ulises”. El comisario turco Murat le guió por los conflictos. Entendió, aunque no lo suficiente. Despertó con Erdogan purgando jueces, con Erdogan amenazando con la pena de muerte.

19 julio 2016

Colaboración Levante-EMV "El río de las miradas cruzadas"

"El río de las miradas cruzadas"

Se reconocen y se saludan, desde hace mucho. Ninguno de los dos recuerda cuando empezaron a tratarse ni el motivo. La cuestión es que se saludan cuando se ven y no suelen pasar de un qué tal. Hacía tiempo que no se veían y se le ocurrió comentárselo. –Es que en cuanto puedo me bajo al río-, le dijo. -¿A correr?- preguntó ingenuamente. –No, a mirar a los ojos de la gente-. -Estoy harto de cruzarme con gente que va mirando el móvil- . –El río es otra cosa, es el río de las miradas cruzadas. Miras a la gente, te mira; algunos sonríen, otros te saludan, la gente se comporta como antes se comportaba la gente-. Él se despidió, esperó a que el otro no pudiera ver dónde iba y aceleró el paso para bajar al río a cruzar miradas.

No puede ser casualidad que los turistas que se nos acercan pregunten por el río. En Tripadvisor hay 2768 opiniones sobre el antiguo cauce del río Turia y, en su inmensa mayoría, laudatorias. Se aprende mucho de los comentarios ajenos sobre lugares propios. A los foráneos les cuesta entender que haya un río sin agua y que nunca la tendrá. Muchos locales no recuerdan eso de la riada, el Plan Sur, los sellos de veinticinco céntimos, ni su ordenación y ejecución en el bienio 1989-1991. Los que llegan por intercambio de casas o por airbnb suelen dejar una nota de agradecimiento junto a un regalito. Notas en las que destacan lo que más les ha gustado de la ciudad. Si hubiera coleccionistas de notas constataríamos que la inmensa mayoría menciona al río como lo más destacable de Valencia.

El agujero de la capa de ozono alcanzó su máximo histórico en 2000, veinticinco millones de kilómetros cuadrados. A fecha de hoy se ha reducido en cuatro millones. Se prohibió los clorofluorocarbonos, se sustituyeron por otros igual de eficaces pero inocuos para la atmósfera. Millones de cánceres de piel se han evitado. En una mínima parte, seguro, pero algo habrá influido esos ocho kilómetros de zonas verdes de nuestro cauce del río. Será una gota en el océano pero sin gotas no hay océano.

Vale la pena recorrer el río de cabo a rabo. Pasar bajo sus dieciocho puentes andando, corriendo o en bicicleta. Recorrerlo desde el Parque de Cabecera hasta Astilleros cruzando miradas de gente tranquila, relajada, sonriente. El ruido se amortigua, el estrés se reduce. No hace tanto que las familias se preocupaban si sus hijos bajaban al río. Parecía que acechaban todos los peligros. Hoy los empujan a que respiren aire del bueno.


Cada uno de ellos, por separado, descubrió que había nacido para correr. Ella y él, que salían a correr casi a la misma hora, empezaron a coincidir al acabar. Bajaban al río y se adelantaban o se emparejaban. Siempre se sonreían. Él la echaba de menos cuando, por lo que fuera, no la veía. Ella notó que le ponía de buen humor que él le pusiera cara de cordero degollado. Les gustaba verse sudados. Como una cosa lleva a la otra decidieron que les casase un alcalde corredor. Él sigue corriendo, ella algo menos por una absurda lesión. Hace años y se siguen mirando a los ojos al hablar.

12 julio 2016

Colaboración Levante-EMV 5/7/2016 "El olor de la cartelera"

                                          "El olor de la cartelera"

Le habían enseñado que oler no era de buena educación. No oir conversaciones ajenas, no tocar el género, no mirar a los diferentes, no chupar lo que no te vayas a comer, no oler lo que te ofrecen. Educar es aniquilar sentidos. Los viernes  la quiosquera cogía una cartelera Turia del montoncito que tenía a mano y se la daba. Él aceleraba el paso, se sentaba en una mesa apartada, pedía un café y, si nadie miraba, abría la cartelera y la olía con todas sus fuerzas.

Cuando pasa todo, acaba no pasando nada. La ciudad está inundada de carteles con la programación de la Feria de Julio. Suena bien la música que anuncian; Anastasia, Alan Parsons Project, Quilapayún, Toquinho & María Creuza, El Barrio, Gloria Gaynor, Chambao…Nostalgia con toques de modernidad, ambición con reconocimiento, ilusión foránea con cercanía local. Los carteles son atractivos. Es entretenido pensar a quienes irías a ver sin dudarlo, quienes consideras prescindibles y quienes verías si no hay un plan mejor. Lo que es imposible saber, mirando el cartel, es cuando actúa cada uno y el precio de las entradas.

Hay quien, habiendo recorrido centenares de kilómetros para verlos, se enteró por casualidad de que el domingo estaban Andrea Motis y Joan Chamorro actuando en el mercado de Colón. También que esa noche actuaba la Sant Andreu Jazz Band en el cauce del Turia.

Por un estimado octogenario periodista gruñón supe que suele haber varios conciertos los fines de semana en plazas del barrio del Carmen. Por fotos del periódico me enteré de una actuación de Perico Sambeat.

Los muros de los solares, donde emergían las mejores pintadas de la democracia; fotografiadas y archivadas por el Flaco, son hoy, nichos en los que se cuelgan carteles de cantantes y grupos. Las más de las veces son solo fotos de ellos, ni un dato sobre cuándo es el concierto, dónde o el precio.

Son recurrentes las conversaciones sobre quién estuvo, quién actuó,  qué obra de teatro representaron, qué actividades se desarrollaron, que acaban con melancólicos “de haberlo sabido, hubiera ido”.

Tal vez hay un montón de webs que concretan esos aspectos, que al fin y a la postre, son las que nos inducen a ir o no. También es cierto que las reseñas de lo acaecido suelen ser prolijas. Se añora esas páginas dobles en los periódicos con todos los datos, los horarios, la ubicación, los precios, los teléfonos, emails y webs de información.

En los tiempos anteriores a la hiperinformación dispersa inútil, con la cartelera Turia y el Levante te bastaba para planificar lúdicamente la semana. Deberían saber los organizadores de eventos que los que seguimos comprando periódicos tenemos derecho a que se anuncien. Se llevarían una sorpresa al constatar que les sale rentable.


El plan sonaba bien. Picarían unas bravas en Cesáreo. Un poco más arriba, en la calle Cuenca, estaba el cine porno. Estaban atacados por la verguenza. En un lugar bien visible llevarían la cartelera Turia. Un cuatro para “El diablo en la señorita Jones” bien valía pasar el trago. Las aventuras de una cuarentona, solitaria, virgen y deprimida;  que se suicida, pasa por el limbo y acaba como ninfómana en el infierno con un impotente, les pareció un rollo. Se tomaron un helado en La Suprema.

11 julio 2016

Oportunismo de Ciudadanos en asuntos de terrorismo

Una de las cosas más frustrantes de la "nueva política" es su perenne tentación a generar algún conflicto buscando que los demás se posicionen para poder criticar su tibieza o su doblez. Es intolerable que Ciudadanos saque a relucir ahora el terrorismo, el papel de Otegui, o cosas parecidas. Os dejo tres intervenciones de un pleno que fue muy duro, hace unos días.


05 julio 2016

El PP necesita dividir a la sociedad para existir



Colaboración Levante-EMV 28/6/2016 "El bulevar de los pantalones cortos"

                              "El bulevar de los pantalones cortos"

Ya no tenía edad para travesuras pero seguía siendo travieso. Le costaba algún que otro disgusto pero no lo podía evitar. Sería algo así como la fábula de la rana y el escorpión. Cuando sacaba dinero de un cajero elegía el idioma portugués. Si le gustaba un restaurante o un hotel nunca escribía una crítica positiva. Al mandar correos electrónicos escribía alguna palabra descontextualizada que volviera locos a los servicios secretos que nos espían. Si le hacían una encuesta mentía como un bellaco, mareando a los big data.

El bulevar de los pantalones cortos arranca en las Torres de Serrano. Sigue por Navellos, Plaza de la Virgen, Plaza de la Reina, San Vicente y a partir de ahí dos rutas, la de María Cristina hasta el Mercado Central o la de la Plaza del Ayuntamiento hasta la estación del Norte. Hordas de personas en pantalón corto suben y bajan por el bulevar. Miran a derecha e izquierda, hacen fotos, consultan mapas, se palpan la riñonera o apoyan el codo en el bolso pequeño que llevan cruzado para constatar que no les han robado. Bajan de autobuses que no se sabe de dónde vienen. Les reconforta ver las mismas franquicias que en sus ciudades de origen. Compran agua fresca y se toman un helado. En las soleadas terrazas mantienen el color rojo gamba. Son turistas de pantalón corto.

Entreverados por Ruzafa, Benimaclet, avenida del Puerto, Carmen y muchos otros barrios hay grupitos de jóvenes con maletas de ruedas que miran el GPS de sus móviles. Llevan sombreros de paja y discuten entre ellos la ruta correcta. Son la generación “airbnb”. Gastan sus ahorros, acuden a la llamada de la Valencia abierta y callejera, sueñan con quedarse a vivir, hablarán siempre bien de nosotros. Alquilan apartamentos a personas que tienen dificultades para acabar el mes. ¡Cuánto bien ha hecho airbnb a esas madres que habían perdido la pista de sus hijos e hijas! Vuelven a casa y no solo por navidad, vuelven cuando pueden alquilar la casa.

Cuando se llenan de lenguas extrañas los bares que nos gustan y nos cobran más de lo habitual, tenemos que tacharlos de la lista de los deseos. Salen en alguna guía, los recomienda algún exitoso blog o están muy valorados en tripadvisor y mueren de éxito. Van perdiendo el encanto local y se trastornan. Pierden quietud y serenidad, creen que nos hacen el favor de estar y nosotros dejamos de ir.

Los viajes de los de pantalón corto o los de sombrero de paja son fenómenos fáciles de entender. Lo que requiere alguna explicación es por qué en un bar normal de una pequeña travesía de Eduardo Boscá hay, un domingo a las siete de la tarde, un centenar de chinos elegantes cenando.


Salir de la adolescencia era cambiar el pantalón corto por el largo. Lo hicieron todos los de cuarto de bachiller menos Paco. Desde entonces a Paco le llamaron “pantaló curt”. Cuando llegó lo nuevo llegó el imperio del pantalón corto. Adolescentes que imitaban a jóvenes con barba incipiente  se helaban en invierno con sus pantalones cortos. Hacían tiempo hasta el verano. Cincuentones panzudos se dejaban caer por H&M y por unos pocos euros salían ufanos con sus pantalones cortos. Era ya otro país con otras costumbres.

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