28 octubre 2014

Colaboración Levante-EMV 21/10/2014 "La ciudad de las mil bienvenidas"

"La ciudad de las mil bienvenidas"

Se habían perdido en algún lugar entre Camden y Hamilton Street. Habían bebido unas pintas, a cinco euros con cuarenta cada una, y todo les hacía gracia. A él le extrañó oir unos rítmicos pasos tras ellos. A ella le divertía el despiste, el vagabundeo por la ciudad desconocida a la que acababan de llegar. Los pasos ajenos se iban aproximando. A él se le aceleró el corazón. Con angustia y desazón enfrentó su mirada a la del amable joven que quería sacarlos del laberinto. Les guió hasta su destino, gustándose con jocosos comentarios. Él también había tomado unas pintas, a cinco euros con cuarenta, faltaría más.

En Dublín todo es amabilidad. Bate cada año récords de visitantes extranjeros, sin más preparación que la sonrisa de sus habitantes. Paras en una esquina con un mapa abierto y abres una competición entre oriundos para asesorarte sobre rutas posibles.

 Será porque tienen extraordinarios museos gratuitos, porque Vila-Matas nos ha metido el gusanillo de la simbiosis alcohol y literatura. Será porque Ryanair tiene su sede y salen de allí muchos vuelos directos, será porque tiene mucha vida nocturna. Pero es porque es amable. Son amables sus gentes, es amable su orografía, son amables los coches con los ciclistas. Hasta las manifestaciones contra el genocidio de Gaza son amables. Pese al clima endiablado, Dublín recibe visitantes a millones.

         Para explotar esa amabilidad a alguien se le ocurrió implicar a sus habitantes. Buscaban mil voluntarios locales que se tomaran una pinta o una taza de té con el recién llegado. Se les llama embajadores y tienen la alta misión de darle al turista accidental consejos, sugerencias e indicaciones sobre “su” Dublín. Empezó una carrera por apuntarse al voluntariado y reventaron todas las previsiones. Hoy son dos mil quinientos y entre ellos hay pintores, periodistas, escritores, misses, cantantes, fontaneros, maestros, estudiantes, sanitarios, todo un universo de recepcionistas amables, considerados y apasionados por su ciudad.

         Siempre he pensado que en Valencia nos faltan pasiones y tareas  colectivas. Ni en amabilidad, ni en atenciones, ni en generosidad, nos puede ganar nadie. Nuestro clima es privilegiado y cada una de nuestras Valencias le apasionará a quien pregunte. Estaría bien que alguien nos empujara a ser una ciudad de las mil bienvenidas. Nunca olvidarían la recomendación de uno de nuestros mejores actores de ir a bailar a Bounty, la de la escritora que  es asidua en el vagabundeo por los Jardines de Monforte o el Botánico, la del taxista obsesionado con el Museo de Ciencias Naturales. Carmen les hablaría de las tortillas del Alhambra, Juan Augusto de las caidas del sol en el Parque de Cabecera mirando los patos, yo de los almuerzos y menús del Restaurante de Rojas Clemente, Julio de los juegos infantiles y ejercicio para mayores de Ramón y Cajal, Dani de los quintos, con tapa a un euro, de La Paca, Mariano del relax del Congo Jazz. Tantas como voluntarios, tantas como valencianos.

Ya pueden darle vueltas y encargar sesudos estudios en cómo hacer más atractiva nuestra ciudad pero los mimbres y los cestos los tienen a su alrededor. No queda dinero para tonterías “flor de un día”. Explotemos pues nuestra amabilidad. Ya lo decía alguien, “Como no podéis salvar el planeta, por lo menos sed amables con vuestros vecinos”.



21 octubre 2014

Colaboración Levante-EMV 14/10/2014 "Camals Mullats"

"Camals mullats"

Es de madrugada. Una pareja recorre las calles, en bicicleta.  Van por Ciutat Vella, la calle Caballeros, Paz, Parterre, La Glorieta, antiguos juzgados. Se quieren, se caen, se ríen, se besan. Está presente la Valencia de Blanquita y de Estellés,  las luchas de la FAI y de Basset. Se evidencian las mentiras de la falsa modernidad, la ciudad como prisión y como liberación, sueñan una Valencia diferente. Es  uno de los escasos días en que las calles están mojadas.

Todo eso, y más, está en  una canción perfecta de La Gossa Sorda. Les he pedido prestado el título para nombrar esta colaboración semanal, con Valencia como eje. Afectuosamente me lo han concedido.

 Entender el mapa no necesariamente nos lleva a entender el territorio, y si no que se lo pregunten al geógrafo Vicente Soriano, que nos ha zarandeado ilustrando la dramática pérdida de huerta. Cada día tiene su afán, el mío es muy recurrente, intentar comprender qué pasa aquí, por qué y qué deberíamos hacer. Ya nos hemos dado cuenta de que la felicidad no llega con grandes golpes de suerte, sino con esas pequeñas cosas que nos ocurren cada día. Ya explotó la burbuja ignominiosa de la Fórmula 1, de la Copa América, del circuito Ferrari, de la Feria de Muestras, de las Jornadas de Noos... Ya no queda nada del esplendor del pasado reciente,  diseñado para hacernos creer que éramos los más ricos, los campeones, los mejores. Ya no queda nada de esos escenarios que los vecinos veíamos por un ventanuco, de las fiestas que pagábamos sin estar invitados, de la voluntad  de impresionar.


         Sería fácil resignarnos a aceptar que en Valencia cada vez se vive peor, que cada vez somos menos felices y que tenemos menos calidad de vida, porque siempre hay alguien que te recuerda que hubo épocas peores.

Como dijo Olga Lucas, la viuda de Sampedro, "Las batallas por la dignidad, aunque se pierdan, hay que darlas". Nuestro mundo ha cambiado tanto en la última década que, sin entenderlo, no podremos repensar lo que es nuestra ciudad y dar esa batalla de la dignidad.

         No es que  se compre productos "Made in China", es que  se compra directamente en webs chinas. Para muchos  es una quimera comprar un piso o alquilarlo, aspiran solo a compartir una habitación cómoda con derecho a baño y cocina. Son pocos los que  leen periódicos y muchos los que creen informarse con ciento cuarenta caracteres o con retazos de noticias que circulan por internet. Bajarse libros, películas o series se ha convertido en una actividad no vergonzante. Se circula mucho en bici y cada vez menos en coche. Nadie se avergüenza de llevarse sus sobras de un restaurante. En muchas casas hay "botellón" los viernes o sábados noche. Muchos se han dado de alta en Uber esperando que llegue a Valencia. Y así todo. Es otro mundo, diferente, tal vez más sencillo, menos sofisticado, pero es el que hay. Partiendo de la realidad soñar es menos complicado.


Intentemos juntos comprender para mejorar. El reto es hacer el tránsito de la Valencia que conocimos, adoramos y añoramos, la de “camals mullats”, a la que avanza al futuro, sin perder la dignidad, asumiendo que nuestros barrotes son los de este tiempo que nos ha tocado vivir. Se admiten sugerencias. @manolomata

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