26 enero 2017

Debate Conferencia de Presidentes (26/1/2017)


13 enero 2017

POSICIÓN FINAL PRESUPUESTOS 2017


Réplica Ley Acompañamiento 2017


Debate final Ley de Acompañamiento 2017


28 diciembre 2016

Colaboración Levante-EMV 27/12/2016 y última "Gracias por venir"

                        “Gracias por venir"

La canción de Luis Prado sonaba en bucle. Ella la cantaba con fuerza. Él, paranoico como era, creía que ella le lanzaba un mensaje. Sabía que estaba gordo, del mismo modo que sabía que estaba calvo. Vestía de negro para disimular, pero que no contaran con él para dejarse el pelo largo de los lados y detrás. Mientras llegaban al destino buscó una foto suya de dos años atrás. Se reconocía pero veía a un extraño. Pasaban semáforos y él iba pasando fotos. El tiempo vivido se va embelleciendo precisamente porque está en el pasado. Los días oscuros del ahora se verán luminosos cuando la distancia permita observarlos como si fueran un paisaje.

Todo hola abraza un adiós. Dos años y cuatro meses, más de ciento diez semanas, colaboraciones de quinientas cincuenta palabras sobre Valencia, llegan a su fin. Empecé a escribir para haberle escrito. Ya lo he hecho. Como canta Julio Bustamante y escribe Vicent Baydal, Valencia no se acaba nunca. Lo que escribimos sobre ella, sí. Nunca pensé que fuera tan difícil pensar en tu ciudad una semana tras otra. Agobiaba tenerla en la cabeza,  entristecía no saber explicarla, liberaba destaparla a trocitos. 

Gracias a Julio que me lo propuso. A Lydia que me animó. A Minerva y Padilla que nunca se impacientaron. A las compañeras y compañeros que ocupan este espacio los otros seis días a la semana a los que leo arrebatadamente para evitar repetir y aprender de las diferencias. Al vecino que pasea al perro y llega leido del bar con ganas de comentar. A las primas lejanas y cercanas. A Juan que es el primero pronunciarse. A Luna y Andrea que perdonaron que aireara alguno de sus secretillos. A Pau, David y Guille que me exigieron derechos de autor cuando varias de sus aventuras se hicieron públicas. A mi padre aunque, a veces, no sepa muy bien de qué va todo esto. A los que se han reconocido y a los que no. A Salva y Lola, siempre indulgentes. A los Romero y a los Martinez que empujan hacia la parte buena. A Borja, Salvita, David y Candela, ramas de un mismo tronco, tan diferentes y tan iguales. A Carla, cuya historia sigue esbozada en alguna hoja. A Carmen, que está siempre y sin ella nada se entiende.

Esa Valencia tan mestiza, traviesa, chula, humilde, sincera, tramposa, explosiva y relajante, no se acaba nunca. Siempre encontrará quien le escriba. Las mentiras crecen en el mundo y los lectores de periódicos, de blogs, de tuits, son cada día más incrédulos y piden historias que sean iguales a sus vidas. Vida es lo que tratamos de darles, de la buena y de la otra.

Solo queda la despedida. Hagámoslo en los mismos términos con que Lina Morgan cerraba sus espectáculos, “Gracias por venir”.


La lee y ella le lee. Se leen en la distancia temporal y espacial. No es por encima del hombro ni será a cuatro manos. Se buscan en lo escrito. Percibe su fragancia en el hall de la vida y lo escribe.  Lo echará de menos. Hablará en susurros que solo ella oirá, o no. Lo que nunca le dice, lo escribe, lo que escribe no se atreve a decírselo. Le acompaña. Juntos descubrieron que las ciudades se pueden suicidar.

27 diciembre 2016

Colaboración Levante-EMV 20/12/2016 "Aphantasia"

                             “Aphantasia"

Entre las nueve y las trece horas  habló con varias personas. A seis de ellas les contó que, según wikipedia , Juan Bau estaba muerto y él lo había desmentido. Estaba en un bucle como el experimento de física cuántica en que un gato estaba vivo y muerto, en dos sitios, a la vez. Cinco de ellas no sabían quién era Juan Bau. La sexta lo sabía pero era incapaz de recordarlo. Él cerró los ojos, entró en la única televisión de 1974 y tarareó algunas estrofas de “Sigue tu camino”. El 7 de diciembre de 2016, a las 11´07 horas, wikipedia devolvió a la vida a Juan Bau y él se alegró. Resucitó.

Un neurólogo británico ha realizado una investigación que indica que un porcentaje de la población es incapaz de evocar, mentalmente, situaciones, escenarios o personas. A esa extraña condición le ha llamado “aphantasia”. Los resultados no son concluyentes y va a seguir investigando. Son personas cuyo “ojo de la mente” no funciona. Parece que solo al hablar con otros descubren su tara. Les cuentan qué imaginan y no pueden creerlo.

La política municipal no es apta para aphantisíacos o aphantisíacas. Se puede cortar el tráfico de la Gran Vía de Madrid siendo aphantisíaco viendo escenas de “Abre los ojos” de Amenábar; para otras muchas cosas es imposible. Vamos a tener un tranvía a la Malvarrosa, construido en Almássera en 1926 y rehabilitado en los talleres de FGV de Torrent. Hará el recorrido  del Pont de Fusta hacia el Grao y viceversa. Ya no habrá que ir a San Francisco o a Lisboa para disfrutar de un traqueteante y sólido tranvía. La Consellera María José Salvador, entiende el nuevo mundo, no es aphantisíaca, imagina. Tiene calidad, visión de futuro y su huella quedará en Valencia cuidando detalles.

Hay un compañero de páginas, cuyo nombre omito, para que no se me tache de pelota, que nos ha hecho soñar un par de actuaciones municipales. Sugirió, con todo el lío de dónde ubicar  IKEA, que bastaba pintar de azul y amarillo el edificio de Feria Valencia. Les cobraríamos un precio razonable y solucionaríamos dos problemas. Después de leerle, cuesta no imaginar la Feria de Muestras de la era preinternet vestida con los colores corporativos de la multinacional sueca. Otra, ha sido el necesario museo fallero inherente a la declaración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Es pasar por el Ágora e imaginarlo lleno de ninots, sala de máscletaes, pasodobles, museo de trajes festeros, tienda de recuerdos y demás atractivos que lo convertirían en un muy visitado museo. ¡Bienaventurados sean los fantasiosos!


Al caer el sol, sea cual sea la estación del año, nuestro vecino se acerca al contenedor a buscar maderas. Con el paso de los años tiene más competencia. Chicos pertrechados con bicicletas, ganchos y cajas de naranjas, se le suelen anticipar. Cuando detecta alguna madera suave, dura y cálida, la acaricia. Cierra los ojos y en su  mente talla figuras con devoción. Cervatillos, gatos, incluso un jabalí han sido tallados por la gubia de su mente. Se las lleva. Nunca sabemos qué hace con ellas. Le llamamos el “príncipe de las maderas”. Desde que enviudó ya no lo vemos tanto. El cuerpo, ese que le ha venido acompañando, y que tanto le gustaba, no es el mismo.

20 diciembre 2016

Colaboración Levante-EMV 13/12/2016 "Las botellitas de las narices"

“Las botellitas de las narices"

Se tiene por un ser pacífico. Le empujan por la calle y pide perdón. En los comercios hace cola aún siendo el único cliente. Espera a que los dependientes tomen la iniciativa. Odia la violencia. Lo soporta todo menos los ruidos rítmicos. Le enervan. Se esfuerza en que no se le note. Desde hace semanas es otro. Ve niños o niñas con botellitas de agua por todas partes. Infantes que aprovechan cualquier superficie lisa para intentar, con un giro de muñeca, que las botellas caigan de pie. Una y otra vez. Hasta el infinito y más allá. Está enloqueciendo.

Hace algunos años, dos otorrinolaringólogos, Pawel y Margaret Jastreboff, acuñaron el término “misofonía” para definir un trastorno siquiátrico que consiste en la falta de tolerancia a los sonidos cotidianos. Son los que producen las personas al comer, sorber, toser o masticar. También los repetitivos, producidos al utilizar ciertos objetos. Los impulsores del término indican que los “misofónicos” sufren ansiedad y conductas agresivas. La enfermedad no la reconocen todos los siquiatras pero no vamos a entrar en disquisiciones teóricas. Innegable es que esos ruidos son molestísimos y que, conscientes o no, nuestros gobernantes municipales los tienen en cuenta, o los deberían tener, a la hora de mejorar la ciudad.

El ayuntamiento ha instalado ocho bancos y tres maceteros en la, otrora tranquila, plaza de Nápoles y Sicilia. Su única función es poner coto al uso masivo que de ella hacían los patinadores o skaters, impidiéndoles subir y bajar los escalones de la propia plaza. Las policía custodia una quincena de tablas decomisadas. Se nos transmite que es por la seguridad de los peatones para ocultar el motivo real; el incremento de misófonos entre los vecinos de la zona. El triquitraque de las dichosas tablitas a cualquier hora del día o de la noche empezaba a causar estragos. Almoina y la Plaza de la Virgen esperan su turno.

Otra victoria cívica que no puede pasar desapercibida es la que ha supuesto la retirada de los badenes en la carretera que va entre el Perellonet y Les Palmeres. Hubo muchas protestas para forzar su exclusión. Se justificaba en que los vehículos invadían el carril bici y el arcén para evitarlos, creando situaciones de peligro. Pese a quien le pese, se quitan por el maldito estruendo rítmico que producían. Los coches los evitaban para eludir el ruidito frenético que les invadía y los vecinos no soportaban el ruido de los coches que no los sorteaban.

El nuevo frente que tiene el ayuntamiento contra el ruido  es el de las botellitas de las narices que lanzan obsesivamente los adolescentes valencianos. Es una plaga. O acaban con ella o va a pasar algo gordo.


Ella convive con sus contradicciones, como todos. No le gusta hablar en el cine. No tolera un susurro. Nunca lee una sinopsis para saber de qué van las películas. Hay un actor que le gusta mucho. Uno que estaba muy enfermo en “Anatomía de Grey” y que se enamoró de la médico rubia. En la séptima temporada de “The good Wife” es el investigador Jason, el que seduce a Alicia Florrick. No le importa no saber cómo se llama. Se abstrae viendo series. No le molestan los golpes de las botellitas de las narices. ¿Será Jeffrey Dean Morgan?

13 diciembre 2016

Colaboración Levante-EMV 6/12/2016 "Latas de atún"

                        “Latas de atún"

Pasaba todas las mañanas por el jardincillo. Los lunes amanecía sembrado de restos de botellón. Sus dos habitantes se entretenían en adecentarlo. Hablaban lo imprescindible entre ellos. Uno era español, el otro no. Uno sujetaba, permanentemente, un transistor junto a la oreja, el otro no. Saludaban a los paseantes habituales con un leve gesto de barbilla. A mediodía compartían un pan, un pack de tres latas de atún y un brick de vino peleón. Gozaban de buena salud. –Unas latas de atún unen mucho- le comentó un día el español, el otro asentía.

Las diatribas sobre la desigualdad se extienden transversalmente. Ya no es sólo cosa de filósofos, de pensadores o de economistas. Stiglitz, Krugman o los “economistas aterrados” vienen denunciándolo desde el inicio de la crisis, de esta policrisis que acabará en policatástrofe, que dijo alguien. No hace falta que los macronúmeros de la macroeconomía lo atestiguen. Todo el mundo habla de ello, se aprecia a la legua. La desigualdad es el germen de la protesta, de la queja, de la indignación. Desigualdad entre barrios, entre generaciones, entre sexos, entre regiones, entre nacionalidades.

La desigualdad en la triste mediana edad, la de los cabellos grises sin vuelta atrás, duele porque no tiene remedio. Es fácil encontrar publicaciones que se detienen en la desesperación de los cincuentones pobres a la vez que enfatizan a los cincuentos ricos como los reyes del consumo. Segmentar, clasificar, ordenar; situar a una generación, con tan diversas circunstancias personales, en medio de otras, es tarea hercúlea.

Basta pasear por los aledaños de la Casa de la Caridad para constatar que la mayoría de usuarios son mayores de cincuenta años. Las frías estadísticas indican que el 35% de los parados valencianos tiene más de 45 años y que, en su inmensa mayoría, carece de formación. Personas abandonadas a su suerte sin posibilidad de trabajar, sin derecho a cobrar una pensión digna, alejadas de sus familias. Aunque Victor Hugo dijera que a los cincuenta años se vive la juventud de la edad madura, hay quien puede pensar que, para muchos, es la vejez prematura de una vida desperdiciada. Pasaron sus trenes y, aunque se subieron, descarrilaron.

Por otro lado, los gurús de la sociología califican a los “viejenials”, añosos con posibles, como los reyes del consumo del futuro. Esos mayorotes, que  son diestros en el manejo de las nuevas tecnologías, representan más de la mitad de la riqueza y controlan el 56% del gasto en ocio, lujo y viajes. Exitosos profesionales, acertados inversores, trabajadores sin pausa, que acertaron, tuvieron suerte o fueron prudentes, son el codiciado objeto de deseo de esas empresas.

Aunque parece que lo sabido sobre el colesterol empieza a cuestionarse, unos y otros, siguen aferrados al atún, a las sanas proteinas que curan.


Era una boda otoñal. Los invitados compartían la alegría de los novios. El notario amigo conducía con elegancia la ceremonia. Hablaron tres personas que cubrían el cupo de amigos, hermanos e hijos. El amor nunca puede hacer daño a los amantes, a los familiares o a los amigos. Solo puede hacer daño a los que no saben amar. Suspiraron. La felicidad es contagiosa. De entre las diversas preparaciones de atún; tataki, sashimi o marinado, eligió la primera. Todas eran vigorosas en omega 3. Es bueno para el colesterol.

Colaboración Levante-EMV 29/12/2016 "Cruceros de Madrid"

“Cruceros de Madrid"

Cuando se encontraban, charlaban unos minutos. Se lo encontró dos días seguidos. Lo encontró esquivo, huidizo, sin ganas de hablar. Pasaron unos días y lo volvió a encontrar. Lo abordó. -¿Estás bien?.Te noto raro.- Fue el sacacorchos de los sentimientos. Triste, le confesó que ya no entendía el mundo en el que vivía. Recorría librerías buscando libros de Juan José Saer, que al parecer había escrito tres de los cien mejores libros en castellano de la historia, sin que él lo supiera. Nadie le había advertido del cierre de Caramelo cuyos trajes veneraba. –Lo que más me duele es que Madrid quiera ser destino de cruceros y yo sin entenderlo-. Le dio dos palmaditas de ánimo y farfulló que él tampoco lo entendía.

A Anunciada Fernández de Córdova y Alonso-Viguera la nombraron, hace poco más de un año, nueva responsable de la Oficina de Cultura y Turismo de la Comunidad de Madrid. Su currículum es impresionante. Fue secretaria personal de la infanta Cristina, es diplomática y trabajó en el ámbito de la cooperación cultural en el Ministerio de Exteriores. Su último destino fue el de embajadora en Eslovenia. No es cuestión de estar pendiente de las actividades de la señora de tan rimbombantes apellidos pero lo cierto es que hemos conocido su existencia al enterarnos de que organizaba el “Madrid Cruise Forum 2016”. Un evento destinado a reflexionar sobre las posibilidades de Madrid como ciudad de destino u origen de cruceros.

El tema debe tener su enjundia porque han asistido profesionales del sector turístico, agencias de viajes, hosteleros, restauradores, responsables de museos, comerciantes y, sugiere su publicidad, “todos aquellos que puedan beneficiarse del tránsito de pasajeros de cruceros, en Madrid”.

El fascinante mundo del crucero atrajo a ocho millones de pasajeros en 2015 en nuestro país, mayoritariamente extranjeros. Muchos de ellos entran a España a través de Barajas y ahí es dónde Madrid ha visto la entradilla para beneficiarse. Optan al turismo “pre-crucero”, “post-crucero”, “overland” (sea lo que sea eso) y “excursiones”. El secreto es el AVE. Pongamos por caso que un norteamericano llega a España para hacer un crucero por el mediterráneo con origen en Barcelona, Málaga o Valencia.  Madrid se lo querrá quedar unos días al salir o al regresar. Y ya está el lío armado.

Si en Valencia sabemos que esas hordas cruceristas solo pasan unas horas en la ciudad, se toman una horchata, siguen a alguien que levanta un paraguas, compran un par de imanes para la nevera y sólo un 37% de ellos va a un restaurante, sin especificar de qué tipo, que nos quieran hurtar la oportunidad de que pasen unos días aquí es una nueva agresión centralista.

Ciudades sin mar quieren ser destino de cruceros, desiertos quieren pistas de nieve indoor, rubios quieren ser morenos. Vamos a portarnos bien y conformarnos con lo que tenemos no sea que nos tomen por locos.


Sabe que se pone pesado explicando sus supuestos descubrimientos pero no puede evitar contárselos con alegría infantil. Está deseando contarle que se ha enterado de que en japonés el apellido va delante del nombre. Se ha hecho mayor, muy mayor, ignorándolo. Más le ha impresionado que la RAE tenga una palabra para “follamigo” que no es “follamigo” sino “amigovio”. Desiste de contarle lo de Madrid ciudad de cruceros.

29 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 22/11/2016 "¿Ya tengo americana?"

“¿Ya tengo americana?"

Empieza a refrescar y se sube el cuello de la cazadora. Silba. Raya la treintena y es moderadamente feliz, que es la manera más realista de serlo. Tiene un negocio propio que le permite relacionarse con personas interesantes de varias nacionalidades. Les enseña castellano. En cuanto pisa el portal, todos los días la misma señora se le abalanza. –¿Ya tengo americana?- le espeta, embutida en su abrigo mientras arrastra el carro de la compra. Le confiesa que aún no. Es muy popular en el barrio entre las viudas y matrimonios maduros sin hijos. A veces consigue estudiantes foráneos que pagan cantidades nada despreciables por casa, cena y algo de conversación.

El Ensanche está revolucionado por el impacto de los nuevos tiempos. El barrio más noble de la ciudad ha envejecido. Mantiene el atractivo de una  decadencia trufada con salpicaduras de modernidad. Le cuesta rejuvenecer, excepto en Ruzafa. El alto precio de los inmuebles, la ausencia de plazas de aparcamiento y el exceso de bares, terrazas y restaurantes no ha ayudado a una renovación vegetativa de sus habitantes. Se presenta como un proyecto cansado aún antes de haber llegado a su plenitud.

Las predicciones avisan de que el número de octogenarios aumentará un cuarenta por cien en los próximos años. Nos sobrarán plazas escolares y faltarán las de geriátricos y residencias. Como una amenaza se nos indica que en 2031 uno de cada cuatro valencianos será mayor de sesenta y cinco años; que habrá el doble de centenarios que en la actualidad y que un porcentaje muy elevado de todos ellos vivirá solo.

Andy Stalman ha escrito un exitoso libro, “Humanoffon”. Su tesis esencial es que no estamos en una era de cambio sino en un cambio de era. Pues bien, en el Ensanche el cambio de era ha llegado silenciosamente. Hay tejida una extensa red acogedora de estudiantes extranjeros. Elegantes señoras que sobreviven con exiguas pensiones de viudedad, o maduros matrimonios aburridos a los que les cuesta acabar el mes, han apostado por acoger a jóvenes viajeros. Casas de techos altos, limpias y bien situadas, tranquilizan a sus padres. Ofrecen cena, desayuno y charla amigable a cambio de unos cuatrocientos o quinientos euros. El necesario complemento a sus menguadas pensiones.

Stalman dice que internet rige todo menos las emociones y que la revolución post-digital será la de las emociones, el momento en que se volverá a lo esencial.

Entre las grandes ciudades, Valencia es la más barata para que los estudiantes compartan piso, la mejor dotada para que se acoja a universitarios en casas particulares, la más atractiva para el alquiler por días a nuestros visitantes.

Las administraciones que quieran poner puertas al campo tropezarán con la incomprensión y el rechazo de los que están acostumbrándose a resolver, a buscarse la vida, a luchar contra las estadísticas de empobrecimiento progresivo.


Trabajan los dos pero no les da para muchas alegrías. Se encapricharon del ático de Ruzafa cuando decidieron compartir sus vidas. En los últimos ocho años su casa ha mejorado mucho. Cada vez les cuesta más pagar la hipoteca. El cálido noviembre valenciano les oxigena. Este año lo han alquilado cuatro días a unos moteros y tres días a unos maratonianos. Ya tienen para cambiar la mesa del salón. Sus padres están felices, se pelean por acogerlos.

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