13 diciembre 2016

Colaboración Levante-EMV 6/12/2016 "Latas de atún"

                        “Latas de atún"

Pasaba todas las mañanas por el jardincillo. Los lunes amanecía sembrado de restos de botellón. Sus dos habitantes se entretenían en adecentarlo. Hablaban lo imprescindible entre ellos. Uno era español, el otro no. Uno sujetaba, permanentemente, un transistor junto a la oreja, el otro no. Saludaban a los paseantes habituales con un leve gesto de barbilla. A mediodía compartían un pan, un pack de tres latas de atún y un brick de vino peleón. Gozaban de buena salud. –Unas latas de atún unen mucho- le comentó un día el español, el otro asentía.

Las diatribas sobre la desigualdad se extienden transversalmente. Ya no es sólo cosa de filósofos, de pensadores o de economistas. Stiglitz, Krugman o los “economistas aterrados” vienen denunciándolo desde el inicio de la crisis, de esta policrisis que acabará en policatástrofe, que dijo alguien. No hace falta que los macronúmeros de la macroeconomía lo atestiguen. Todo el mundo habla de ello, se aprecia a la legua. La desigualdad es el germen de la protesta, de la queja, de la indignación. Desigualdad entre barrios, entre generaciones, entre sexos, entre regiones, entre nacionalidades.

La desigualdad en la triste mediana edad, la de los cabellos grises sin vuelta atrás, duele porque no tiene remedio. Es fácil encontrar publicaciones que se detienen en la desesperación de los cincuentones pobres a la vez que enfatizan a los cincuentos ricos como los reyes del consumo. Segmentar, clasificar, ordenar; situar a una generación, con tan diversas circunstancias personales, en medio de otras, es tarea hercúlea.

Basta pasear por los aledaños de la Casa de la Caridad para constatar que la mayoría de usuarios son mayores de cincuenta años. Las frías estadísticas indican que el 35% de los parados valencianos tiene más de 45 años y que, en su inmensa mayoría, carece de formación. Personas abandonadas a su suerte sin posibilidad de trabajar, sin derecho a cobrar una pensión digna, alejadas de sus familias. Aunque Victor Hugo dijera que a los cincuenta años se vive la juventud de la edad madura, hay quien puede pensar que, para muchos, es la vejez prematura de una vida desperdiciada. Pasaron sus trenes y, aunque se subieron, descarrilaron.

Por otro lado, los gurús de la sociología califican a los “viejenials”, añosos con posibles, como los reyes del consumo del futuro. Esos mayorotes, que  son diestros en el manejo de las nuevas tecnologías, representan más de la mitad de la riqueza y controlan el 56% del gasto en ocio, lujo y viajes. Exitosos profesionales, acertados inversores, trabajadores sin pausa, que acertaron, tuvieron suerte o fueron prudentes, son el codiciado objeto de deseo de esas empresas.

Aunque parece que lo sabido sobre el colesterol empieza a cuestionarse, unos y otros, siguen aferrados al atún, a las sanas proteinas que curan.


Era una boda otoñal. Los invitados compartían la alegría de los novios. El notario amigo conducía con elegancia la ceremonia. Hablaron tres personas que cubrían el cupo de amigos, hermanos e hijos. El amor nunca puede hacer daño a los amantes, a los familiares o a los amigos. Solo puede hacer daño a los que no saben amar. Suspiraron. La felicidad es contagiosa. De entre las diversas preparaciones de atún; tataki, sashimi o marinado, eligió la primera. Todas eran vigorosas en omega 3. Es bueno para el colesterol.

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