Colaboración Levante-EMV 24/10/2016 "Un paleto paseando por Madrid"
“Un paleto paseando por
Madrid"
Ella
es más de colgarse de su hombro, él de cogerla de la mano. En la ciudad extraña
había gente por todos lados . Les sorprendía su acelerada presencia en calles
comerciales con sus comercios ya cerrados. Él se acordó de una historia de
Galeano. Decía que a finales del siglo XIX muchos montevideanos dedicaban sus
domingos al paseo preferido: la visita a la cárcel y al manicomio. Contemplando
a los presos y a los locos, los visitantes se sentían muy libres y muy cuerdos.
Cuando les dio la sensación de estar rodeados, corrieron a un callejón oscuro,
se besaron apresuradamente.
A nuestro pesar los
valencianos tenemos que ir de vez en cuando a Madrid. Tras décadas en auto-res,
en interminables recorridos en coches a los que se les calentaba el agua del
radiador a la altura de Motilla por la N-III, subir al AVE es un alivio. En
menos de dos horas vas de la calle San Vicente a Atocha. Haces lo que tengas
que hacer y vuelves a una hora razonable.
Entre semana el
público del tren rápido es muy homogéneo. Mucho traje y corbata, faldas hasta
la rodilla y blusas, portátiles, cargadores de móvil, saludos discretos de
gente que se reconoce pero no se conoce, conversaciones de móvil con palabros
como cluster, merchandising, commodities, trading y otras rarezas. Van a lo
suyo, cogen los auriculares pero no los usan, algunos deben tener cajones
llenos. No suelen dormir en la capital.
Los fines de semana
los usuarios son otros. Familias enteras que disfrutan de la invitación de los
abuelos para visitar algún museo o parque de atracciones, jóvenes con camisetas
alusivas a algún matrimonio inminente, soñadores y soñadoras que van a
reencontrarse con sus parejas en fines de semana alternos, grupos de parejas
amigas que no se pierden un estreno. Llenan las mesas de cuatro asientos,
rechazan los auriculares y, si hablan por el móvil, es para recordarle a
alguien que van camino de Madrid. Esos se quedan a dormir.
Los taxistas de
Madrid suelen sugerir al cliente el recorrido y si éste delega la elección en
el profesional se arriesga a que le narren los pros y contras de las
alternativas mientras ya han elegido el que estiman conveniente. Son bastante
habladores.
Hay tantos madriles
que vale la pena ir explorándolos hasta encontrar el que nos resulte más
atractivo. En mi última y convulsa visita decidí ser del barrio de La Latina,
bajar y subir por la calle Cava Baja, dar vueltas a la Plaza de la Cebada y
elegir como bar “El viajero”.
Con todo, lo mejor
de Madrid es que Valencia nos espera al regreso.
Por ahorrarse unos euros se empeñaron en coger el metro, como siempre.
Fueron como pelotas de ping-pong de una estación a otra, regresando al poco a
la de origen. Los carteles avisaban de las tareas de mantenimiento, a ellos les
sonaba a un idioma desconocido. De la línea 1 pasaron a la 6, de esa a la 2.
Ninguno de los dos se atrevía a comentar que habían tardado más en recorrer un
par de kilómetros por el subsuelo de Madrid que ir desde su ciudad hasta allí.
Al salir a la plaza se miraron con una mirada que decía eso y todo lo demás.
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