01 noviembre 2016

Colaboración Levante-EMV 24/10/2016 "Un paleto paseando por Madrid"

“Un paleto paseando por Madrid"

Ella es más de colgarse de su hombro, él de cogerla de la mano. En la ciudad extraña había gente por todos lados . Les sorprendía su acelerada presencia en calles comerciales con sus comercios ya cerrados. Él se acordó de una historia de Galeano. Decía que a finales del siglo XIX muchos montevideanos dedicaban sus domingos al paseo preferido: la visita a la cárcel y al manicomio. Contemplando a los presos y a los locos, los visitantes se sentían muy libres y muy cuerdos. Cuando les dio la sensación de estar rodeados, corrieron a un callejón oscuro, se besaron apresuradamente.

A nuestro pesar los valencianos tenemos que ir de vez en cuando a Madrid. Tras décadas en auto-res, en interminables recorridos en coches a los que se les calentaba el agua del radiador a la altura de Motilla por la N-III, subir al AVE es un alivio. En menos de dos horas vas de la calle San Vicente a Atocha. Haces lo que tengas que hacer y vuelves a una hora razonable.

Entre semana el público del tren rápido es muy homogéneo. Mucho traje y corbata, faldas hasta la rodilla y blusas, portátiles, cargadores de móvil, saludos discretos de gente que se reconoce pero no se conoce, conversaciones de móvil con palabros como cluster, merchandising, commodities, trading y otras rarezas. Van a lo suyo, cogen los auriculares pero no los usan, algunos deben tener cajones llenos. No suelen dormir en la capital.

Los fines de semana los usuarios son otros. Familias enteras que disfrutan de la invitación de los abuelos para visitar algún museo o parque de atracciones, jóvenes con camisetas alusivas a algún matrimonio inminente, soñadores y soñadoras que van a reencontrarse con sus parejas en fines de semana alternos, grupos de parejas amigas que no se pierden un estreno. Llenan las mesas de cuatro asientos, rechazan los auriculares y, si hablan por el móvil, es para recordarle a alguien que van camino de Madrid. Esos se quedan a dormir.

Los taxistas de Madrid suelen sugerir al cliente el recorrido y si éste delega la elección en el profesional se arriesga a que le narren los pros y contras de las alternativas mientras ya han elegido el que estiman conveniente. Son bastante habladores.

Hay tantos madriles que vale la pena ir explorándolos hasta encontrar el que nos resulte más atractivo. En mi última y convulsa visita decidí ser del barrio de La Latina, bajar y subir por la calle Cava Baja, dar vueltas a la Plaza de la Cebada y elegir como bar “El viajero”.

Con todo, lo mejor de Madrid es que Valencia nos espera al regreso.


Por ahorrarse unos euros se empeñaron en coger el metro, como siempre. Fueron como pelotas de ping-pong de una estación a otra, regresando al poco a la de origen. Los carteles avisaban de las tareas de mantenimiento, a ellos les sonaba a un idioma desconocido. De la línea 1 pasaron a la 6, de esa a la 2. Ninguno de los dos se atrevía a comentar que habían tardado más en recorrer un par de kilómetros por el subsuelo de Madrid que ir desde su ciudad hasta allí. Al salir a la plaza se miraron con una mirada que decía eso y todo lo demás.

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