Colaboración Levante-EMV 22/11/2016 "¿Ya tengo americana?"
“¿Ya tengo americana?"
Empieza
a refrescar y se sube el cuello de la cazadora. Silba. Raya la treintena y es
moderadamente feliz, que es la manera más realista de serlo. Tiene un negocio
propio que le permite relacionarse con personas interesantes de varias
nacionalidades. Les enseña castellano. En cuanto pisa el portal, todos los días
la misma señora se le abalanza. –¿Ya tengo americana?- le espeta, embutida en
su abrigo mientras arrastra el carro de la compra. Le confiesa que aún no. Es muy
popular en el barrio entre las viudas y matrimonios maduros sin hijos. A veces
consigue estudiantes foráneos que pagan cantidades nada despreciables por casa,
cena y algo de conversación.
El Ensanche está
revolucionado por el impacto de los nuevos tiempos. El barrio más noble de la
ciudad ha envejecido. Mantiene el atractivo de una decadencia trufada con salpicaduras de modernidad. Le cuesta
rejuvenecer, excepto en Ruzafa. El alto precio de los inmuebles, la ausencia de
plazas de aparcamiento y el exceso de bares, terrazas y restaurantes no ha
ayudado a una renovación vegetativa de sus habitantes. Se presenta como un
proyecto cansado aún antes de haber llegado a su plenitud.
Las predicciones
avisan de que el número de octogenarios aumentará un cuarenta por cien en los
próximos años. Nos sobrarán plazas escolares y faltarán las de geriátricos y
residencias. Como una amenaza se nos indica que en 2031 uno de cada cuatro
valencianos será mayor de sesenta y cinco años; que habrá el doble de
centenarios que en la actualidad y que un porcentaje muy elevado de todos ellos
vivirá solo.
Andy Stalman ha
escrito un exitoso libro, “Humanoffon”. Su tesis esencial es que no estamos en
una era de cambio sino en un cambio de era. Pues bien, en el Ensanche el cambio
de era ha llegado silenciosamente. Hay tejida una extensa red acogedora de
estudiantes extranjeros. Elegantes señoras que sobreviven con exiguas pensiones
de viudedad, o maduros matrimonios aburridos a los que les cuesta acabar el
mes, han apostado por acoger a jóvenes viajeros. Casas de techos altos, limpias
y bien situadas, tranquilizan a sus padres. Ofrecen cena, desayuno y charla
amigable a cambio de unos cuatrocientos o quinientos euros. El necesario
complemento a sus menguadas pensiones.
Stalman dice que
internet rige todo menos las emociones y que la revolución post-digital será la
de las emociones, el momento en que se volverá a lo esencial.
Entre las grandes
ciudades, Valencia es la más barata para que los estudiantes compartan piso, la
mejor dotada para que se acoja a universitarios en casas particulares, la más
atractiva para el alquiler por días a nuestros visitantes.
Las
administraciones que quieran poner puertas al campo tropezarán con la
incomprensión y el rechazo de los que están acostumbrándose a resolver, a
buscarse la vida, a luchar contra las estadísticas de empobrecimiento
progresivo.
Trabajan los dos pero no les da para muchas alegrías. Se encapricharon
del ático de Ruzafa cuando decidieron compartir sus vidas. En los últimos ocho
años su casa ha mejorado mucho. Cada vez les cuesta más pagar la hipoteca. El
cálido noviembre valenciano les oxigena. Este año lo han alquilado cuatro días
a unos moteros y tres días a unos maratonianos. Ya tienen para cambiar la mesa
del salón. Sus padres están felices, se pelean por acogerlos.