Colaboración Levante-EMV 6/10/2015 "Coto al mal"
"Coto al mal"
Ese martes apuró el
café y salió
disparado hacia la catedral. Contaba el periódico
que una de las esculturas que coronan la Puerta de los Hierros tenía
atado un pañuelo negro en el cuello. Fue llegando gente
que instintivamente estiraba el cuello. A casi todo el mundo le parecía
fatal la hazaña. Los menos, pensaban que tenía mérito jugarse
la vida desde el anonimato.-¡Hay gente pa tó!-
espetó un señor mayor, advertido del motivo del revuelo
callejero.
Parece que el Ayuntamiento de
París va a multar a quien tire una colilla al suelo con sesenta y ocho euros.
El motivo de la multa no sorprende, ya hay muchas ciudades que lo hacen y se
sanciona conductas como escupir, tirar papeles, pedir limosna en los
supermercados, etc… Es más, hace un par de años la alcaldesa Botella, en Madrid,
presentó un proyecto de “ordenanza de convivencia” para castigar esas
conductas. Lo que sorprende es la cantidad. ¿Por qué sesenta y ocho euros? ¿Por
qué no 100, o setenta, u ochenta? ¿sesenta y ocho? ¿es porque es París y
quieren que la gente recuerde aquél mayo? Tirar una colilla al suelo es una
cochinada pero muchos de esos comportamientos indeseables se solventan con
miradas aviesas; o no, no sea que el infractor se rebele y se líe el asunto.
Cada vez se fuma menos y en menos sitios. Es hurgar en la herida de unos
cuantos marginados.
Entre los susceptibles de ser
multados siempre están los gorrillas, facilitadores de lugares de aparcamiento,
acabarán llamándoles. Su presencia incomoda, es una suerte de coacción, y
algunos tienen mucho morro. Eso de ofrecer sitios libres de una zona ORA muy
meritorio no parece. Otra cosa son los que ayudan a aparcar en los aledaños del
Ciutat de Valencia. Son todos subsaharianos; hay decenas y tienen sus más y sus
menos entre ellos. Ejercitan una auténtica ingeniería de aparcamiento. Meten
coches en sitios inverosímiles. Hay quienes, inicialmente, dudan de su eficacia
pero acaban siempre satisfechos. Los que se resignan a aparcar pensando que
jamás conseguirán sacar el coche de allí repiten una y otra vez la experiencia.
Algunos parecen llevar unos invisibles galones que hacen que otros les
reconozcan cierta preeminencia. Deben ser los “maestros”. Es imposible que
alcancen tal virtuosismo sin ensayar, sin ver planos y sin conocer cada palmo
del terreno a invadir.
La permanente búsqueda de
conductas impropias sancionables por los poderes públicos es inagotable. Hay
quien sueña que ha infringido alguna normativa, sin recordar cuál, manteniendo,
al despertar, la expresión perpleja de la culpabilidad. Esperemos que no se
atrevan a sancionar a los avezados consumidores de tortillas del bar Alhambra
con la excusa de mejorar nuestro colesterol. En cambio, a los que han comprado
y leido “La chica del tren” no les pasará nada. Siempre el poder hace
excepciones y deja sin castigo conductas objetivamente reprobables.
Llevaba mucho tiempo constatando que en las películas solo fumaban los malos.
No quería decírselo a nadie porque era como destripar quién sería el asesino . A veces esos
mismos malos u otros, también malos, usaban teléfonos que no eran Apple. Muchas
de las escenas se podían resolver con una simple llamada pero o lo habían perdido o no les funcionaba.
Lo bueno y lo malo andan por ahí con disfraces nuevos.
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