Colaboración Levante-EMV 20/10/2015 "A veces, el tamaño importa"
"A
veces, el tamaño importa"
Cuando le parecía que una situación no tenía salida se sentaba en un banquito de las Torres de Serrano. Ese
día recordó la frase de Sherlock Holmes que tanto le había impresionado
hacía muchos años, “cuando se ha eliminado lo imposible, por más que sea
improbable, debe ser la verdad”. La bandera que colgaba de las Torres era inmensa y se
entretuvo mirando los malabarismos de los que buscaban el encuadre perfecto de pareja, Torres y bandera. –Demasiado grande-
dijo uno de los paseantes. –No sale bien la torre-
Ni muy grandes ni muy pequeñas, así
deben ser las ciudades. Las muy
grandes tienen demasiados inconvenientes; distancias largas, transporte caro y
segmentización excesiva de actividades las convierten en demasiado incómodas
para vivir. Madrid y Barcelona son muy atractivas pero se vive mejor en una
ciudad del tamaño de la nuestra. Allí, cada poco, surgen barrios de moda, de
esos que desplazan a sus moradores iniciales, que se homogenizan a golpe de
franquicia y que se encarecen con la llegada de nuevos moradores de nivel
adquisitivo más alto. Gentrificación le llaman a eso y turistización a la
llegada masiva de turistas acogidos en hoteles boutique, youth hostels o
apartamentos turísticos comercializados por internet. El desarraigo y el
aislamiento acechan a sus desconcertados vecinos, que huyen a barrios más
asequibles.
Los que saben de estas cosas dicen
que el tamaño ideal de una ciudad es aquella de cerca de medio millón de
habitantes. Bristol está enfrascada en la aventura de encontrar la fórmula de
medir la felicidad de sus habitantes. Se llama “proyecto ciudad feliz”. El promotor de esta idea, el urbanista canadiense
Charles Montgomery, autor de “Happy Cities”, reivindica los espacios para hablar y para el
encuentro.
Diversos estudios revelan que en
nuestras ciudades la mayoría de habitantes no se relacionan con gente de otra
generación, que una parte muy importante de ellos no realiza ningún ejercicio
físico, muchos no tienen el más mínimo vínculo con su barrio y no son pocos los
que no tienen a nadie con quien hablar de asuntos personales. Hay que empezar
la revolución que nos coloque en la senda de la felicidad
urbana. Valencia tiene condiciones para luchar por ser “ciudad feliz”.
Busquemos trabajo, cultura, educación, salud y espacios idóneos para convivir.
Si en Bristol animan a sacar los sofás a la calle unos domingos especiales,
pues nosotros sacamos las sillas, como hacen en algunas zonas de Benimaclet,
Cabanyal o Patraix. Los agentes de felicidad de Bristol se afanan en insistir a
sus vecinos sobre las claves del bienestar: “conecta, aprende, sé activo,
aprecia, contribuye.
El tamaño importa y da la casualidad
de que tenemos el ideal. Cómoda, llana, con buen clima, buen transporte
público, Valencia tiene ya mucho ganado en esa felicidad ansiada, la de la
normalidad.
Pagó gustoso cada euro de la carrera con
el taxista cubano. Su conversación
era agradable, no invasiva. Sugería,
no pontificaba y contestaba más
que discurseaba. Decía
tener dos carreras, reconocía
el gran trabajo social del gobierno cubano pero echaba pestes del régimen económico. Decía que sin ilusión por progresar económicamente nada es posible. Andaba
esperanzado con la carrera como jugador de beisbol de un sobrino. –Lo malo de Cuba es que es chiquito,
chiquito, y siendo así,
todos nos pisotean- acabó diciendo.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio