21 abril 2015

Colaboración Levante-EMV 14/4/2015 "Ciudad Erasmus"

"Ciudad Erasmus"

Fue de las primeras estudiantes Erasmus. Aterrizó en Valencia inquieta, nerviosa e intrigada, sin conocer casi el idioma; casi por descarte. Ella quería ir a Paris aunque en el fondo le daba igual, lo importante era salir de casa. Veinticinco años después sigue aquí. Se casó, tuvo hijos, se divorció, se volvió a casar. Fracasó en varios negocios, acertó en otros. Cuando pasa por la plaza Xúquer, por Ruzafa o por Benimaclet se afana en buscar caras de compatriotas. Al reconocer el gutural idioma de su país de origen, intenta adivinar si la jovencita pecosa de trenzas o el chaval escuchimizado de gafitas redondas se enamorarán aquí, como ella, y dirán adiós al norte de Europa.

Hay ciudades que se visitan como parques temáticos a ritmo de montaña rusa. Se tienen que recorrer a toda prisa, evitando la frustración de olvidar alguna atracción “imprescindible” y fotografiarlas con los encuadres exitosos  que han repetido otros millones de turistas. Otras te atrapan con su simplicidad; esas que son amables, con calles peatonales en las que sorteas sus bicis, con comercios con un punto de extravagancia. Son las que suelen tener precios razonables, comida de calidad y poca prisa. Imprescindibles. Las que recomendarías a un Erasmus.

Erasmus tiene sello español. No llevábamos ni dos años en la Unión Europea cuando nuestro comisario Manuel Marín, bajo la presidencia de Delors, creó un programa para que los estudiantes universitarios pasaran unos meses, o todo un curso, en otra ciudad europea. Un proyecto transnacional, que de verdad creaba “ciudadanía europea”. Es un fenómeno social, cultural y que nos recuerda que tenemos algo común, un proyecto conjunto por el que vale la pena apostar.
Valencia es uno de los diez destinos favoritos para los estudiantes Erasmus. No parece que sea porque tenemos Ágora, Ciudad de las Artes o puente de Calatrava. Vienen porque les parecemos amables y lo somos, por nuestros barrios vivos, por nuestro clima y comida, garantía de calidad de vida. Si además la ciudad tuviera más bibliotecas, más espacios culturales, estuviera más limpia, incrementara sus zonas peatonales y reinara la bicicleta como medio de transporte, seríamos imbatibles. Nos falta un decidido apoyo municipal a los Erasmus dirigido a hacerles la vida fácil, a facilitarles alojamiento, a guiarles, a atraerles, a valencializarlos durante unos meses. Harían proselitismo eterno de nuestra ciudad.

Cuando les preguntamos al marchar, sus respuestas siempre nos recuerdan que las cosas más sencillas son las más importantes. Ese es siempre su recuerdo.


Había superado la negación y el duelo. Lo que le costaba más era sobrevivir con la exigua pensión de viudedad que le quedaba, aunque ella no era de mucho gastar. Descubrir internet fue una bendición aunque empezara a hartarle el sonsonete infinito del grupo de whatsapp de las antiguas compañeras del Sagrado Corazón. Cada verano podía elegir entre varias propuestas que le llegaban para sustituir a los Erasmus que la dejaban. Se había ganado fama de limpia, de cariñosa y de atenta con los estudiantes. Los padres confiaban en ella. Más de una resaca había atendido, a más de uno había arropado con fiebre  y a otros tantos había dejado llorar sobre su hombro.  Ya no intentaba ocultar a sus vecinos que alquilaba las dos habitaciones que nunca volvería a necesitar. ¡Qué hablen, que critiquen lo que quieran!

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