Colaboración Levante-EMV 7/4/2015 "Llanto de bebés"
"Llanto de bebés"
Los fines de semana largos les generaban ansiedad. Hasta última
hora nunca sabían si la casa estaría disponible o no. Se tensionaban. La gente
es muy informal. Su hermana no aclaraba qué iba a hacer, sus padres tenían
planes pero podrían irse al garete por cualquier absurda disputa. Ellos solo
tenían la opción de quedarse, de ocupar un espacio que es de otros. Querían
elegir qué canal de televisión ver, poner los pies en la mesa bajera,
alimentarse de bocadillos imposibles y abrazarse sin miradas censoras.
Esto está
descompensado. O eres demasiado joven o demasiado mayor. Jóvenes que quieren
formar hogares, que sueñan con el llanto de los bebés que no tienen, se
eternizan en casa de unos padres que ven como se les va marchitando la vida y
siguen encadenados a sus hijos. Saltan de una beca a otra, de un empleo
precario a otro, de un master a otro. Pasa el tiempo y el sueño se difumina.
Aunque suene a
tienda de muebles, ONU HABITAT es un programa de Naciones Unidas que gira
alrededor de la vivienda. Dictámenes como el de “vivienda adecuada” deberían
ser de obligado estudio. Sitúa el derecho a una vivienda adecuada como un
derecho que trata de asegurar que todas
las personas tengan un lugar seguro para vivir en paz y dignidad. No sorprende que
considere que el acceso a una vivienda adecuada es una condición previa para el
disfrute de varios derechos humanos, en particular en la esfera del trabajo, de
la salud, la seguridad social, el voto, la privacidad y la educación. Una
vivienda es una pista de despegue para la vida.
En los últimos años
miles de viviendas se han quedado sin comprador. Se van deteriorando, sus
tenedores no invierten en ellas, pasan de mano en mano como la falsa
moneda, con un valor que tiende a cero.
Fondos buitre se han quedado con muchas de ellas a precios insignificantes
esperando venderlas con importantes plusvalías. Cantidades ingentes de dinero
público se han destinado a sanear balances enquistados de bancos mal
gestionados y sus activos han acabado en manos de oscuras empresas que pierden
dinero por su tenencia y gestión.
Los ayuntamientos
están dejando pasar la oportunidad de contar con un importante parque de
viviendas públicas para alquilar. Viviendas que se deberían ofrecer a precios
vinculados a los ingresos y a las expectativas profesionales, viviendas
disponibles para jóvenes que aireen barrios que envejecen apresuradamente.
Viviendas que sean plataformas desde las que lanzarse a buscar trabajos dignos,
a luchar por tener una vida digna. Viviendas, en las que se pueda oir el llanto
de bebés.
Hacía casi dos años
que lo habían decidido. Él no quería estar sin ella ni ella sin él. El piso era
feo, el barrio triste y las comunicaciones horrorosas. Sumaron becas,
colaboraciones esporádicas y trabajillos ocasionales. Les llegaba para el
alquiler y para la luz, el gas y el agua, siempre que mantuvieran un
comportamiento espartano. Lo fueron llenando de muebles desechados por
familiares, rehabilitados por amigos y algo de creatividad exprimendo la
funcionalidad de las cosas cotidianas. Cuando se acabaron las becas y las
colaboraciones dejaron de pagarlas, con los trabajillos no les llegaba. Él
quería seguir estando con ella y ella con él. Estarían, pero viviendo cada uno
en casa de sus padres.
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