Colaboración Levante-EMV 21/4/2015 "Alimenta el alma"
"Alimenta el alma"
Siendo adolescentes se empeñaron en aprender a tocar la
guitarra. Que su padre fuera socio de la Societat Coral El Micalet facilitó
mucho las cosas. Les pillaba cerca de casa y los cursos eran baratos. Se
apuntaron, inicialmente a solfeo y canto, lo demás vendría rodado. Preparando
el festival anual el profesor, discretamente, les comunicó que los pondría
juntos, un tanto escorados y en la última fila. Cuando sus compañeros se
arrancaran con el “molo, molondrón, molondrón, molondrero” y demás, de ellos
sólo se esperaba que vocalizaran con silente arrojo. Cumplieron, no salió ni
una nota de sus gargantas.
En esta ciudad de
ciudades y palaus diversos, bautizados con nombres de la realeza, un escándalo
tapa rápidamente el anterior sin apenas tiempo para asimilarlos. Pasar casi
diariamente junto al Palau de les Arts nos recuerda cotidianamente uno de esos
despropósitos.
Nos repiten que
veinte años no es nada pero lo son para muchas cosas. Cuesta olvidar estas
últimas décadas de papanatismo voraz, de ese que lo quiere todo y a ser posible
de lo más caro. Valencia es musical porque sus gentes adoran la música. Varios
miles de jóvenes estudian música, cada año, merced a la labor de la veintena de
sociedades musicales de la ciudad. Nuestros conservatorios no son capaces de
absorber la insaciable voluntad de aprender música.
Teníamos y tenemos
Orquesta de la Generalitat, Joven Orquesta, Coro, Banda Municipal, y cada año
pierden presupuesto. Teníamos y tenemos un estupendo Palau de la Música con una
programación atractiva, que costando menos de cuatro millones de euros su
construcción, pronto pasó a formar parte del circuito de recintos en que las
estrellas de la interpretación y la
dirección ansiaban participar.
Y en eso llegó el Palau de les Arts. No se
sabe muy bien cuanto ha llegado a costar. Parece que el presupuesto inicial era
de ochenta y cuatro millones y serán ya unos quinientos millones los gastados.
Un precio que triplica el precio del Teatro Real de Madrid o cuadriplica el del
Liceo de Barcelona. Desde que se inauguró ha ido consumiendo presupuestos
anuales que han ido pasando de los cuarenta y tres millones al año a los menos
de veinte de la época de crisis. Hoy nos gastamos unos diez millones en nóminas
y más de tres en mantenimiento.
No es una anécdota que detuvieran a su
intendente, que se conocieran datos del despilfarro de su gestión pero lo que
debe asombrar es qué hubiera supuesto para la Valencia musical de verdad, la de
las escuelas, las bandas, los conservatorios, las orquestas o los coros, esa
cantidad insultante de dinero que se ha malgastado en ese recinto.
Ella andaba trajinando por la casa. Llevaba pantalones de
algodón y una camiseta ancha. El Ipod estaba en aleatorio. Hiciera lo que
hiciera, necesitaba música para conectarse al mundo. Nunca entendió que él
prefiriera empezar el día con las “pupas” que vomitaba la radio. Con música los
niños se vestían más rápido, desayunaban más, les resultaba más fácil sonreir.
Él acabó de afeitarse. Cuando se iban a cruzar por el pasillo empezó a sonar “el corazón partío”. La cogió
por la cintura y de una mano. Intentó moverse a ritmo de pasodoble. Cualquier
parecido con un baile era mera coincidencia. Fue otro día en el que juntaron
caras.
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