Colaboración Levante-EMV 28/6/2016 "El bulevar de los pantalones cortos"
"El bulevar de los pantalones cortos"
Ya
no tenía edad para travesuras pero seguía siendo travieso. Le costaba algún que
otro disgusto pero no lo podía evitar. Sería algo así como la fábula de la rana
y el escorpión. Cuando sacaba dinero de un cajero elegía el idioma portugués.
Si le gustaba un restaurante o un hotel nunca escribía una crítica positiva. Al
mandar correos electrónicos escribía alguna palabra descontextualizada que
volviera locos a los servicios secretos que nos espían. Si le hacían una
encuesta mentía como un bellaco, mareando a los big data.
El bulevar de los
pantalones cortos arranca en las Torres de Serrano. Sigue por Navellos, Plaza
de la Virgen, Plaza de la Reina, San Vicente y a partir de ahí dos rutas, la de
María Cristina hasta el Mercado Central o la de la Plaza del Ayuntamiento hasta
la estación del Norte. Hordas de personas en pantalón corto suben y bajan por
el bulevar. Miran a derecha e izquierda, hacen fotos, consultan mapas, se
palpan la riñonera o apoyan el codo en el bolso pequeño que llevan cruzado para
constatar que no les han robado. Bajan de autobuses que no se sabe de dónde
vienen. Les reconforta ver las mismas franquicias que en sus ciudades de
origen. Compran agua fresca y se toman un helado. En las soleadas terrazas
mantienen el color rojo gamba. Son turistas de pantalón corto.
Entreverados por Ruzafa,
Benimaclet, avenida del Puerto, Carmen y muchos otros barrios hay grupitos de
jóvenes con maletas de ruedas que miran el GPS de sus móviles. Llevan sombreros
de paja y discuten entre ellos la ruta correcta. Son la generación “airbnb”.
Gastan sus ahorros, acuden a la llamada de la Valencia abierta y callejera,
sueñan con quedarse a vivir, hablarán siempre bien de nosotros. Alquilan
apartamentos a personas que tienen dificultades para acabar el mes. ¡Cuánto
bien ha hecho airbnb a esas madres que habían perdido la pista de sus hijos e
hijas! Vuelven a casa y no solo por navidad, vuelven cuando pueden alquilar la
casa.
Cuando se llenan de
lenguas extrañas los bares que nos gustan y nos cobran más de lo habitual,
tenemos que tacharlos de la lista de los deseos. Salen en alguna guía, los
recomienda algún exitoso blog o están muy valorados en tripadvisor y mueren de
éxito. Van perdiendo el encanto local y se trastornan. Pierden quietud y
serenidad, creen que nos hacen el favor de estar y nosotros dejamos de ir.
Los viajes de los de
pantalón corto o los de sombrero de paja son fenómenos fáciles de entender. Lo
que requiere alguna explicación es por qué en un bar normal de una pequeña
travesía de Eduardo Boscá hay, un domingo a las siete de la tarde, un centenar
de chinos elegantes cenando.
Salir de la adolescencia era cambiar el pantalón corto por el largo. Lo
hicieron todos los de cuarto de bachiller menos Paco. Desde entonces a Paco le
llamaron “pantaló curt”. Cuando llegó lo nuevo llegó el imperio del pantalón
corto. Adolescentes que imitaban a jóvenes con barba incipiente se helaban en invierno con sus pantalones
cortos. Hacían tiempo hasta el verano. Cincuentones panzudos se dejaban caer
por H&M y por unos pocos euros salían ufanos con sus pantalones cortos. Era
ya otro país con otras costumbres.
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