Colaboración Levante-EMV 27/1/2015 "Elogio y refutación del aburrimiento"
"Elogio
y refutación del aburrimiento"
Había recorrido las pocas
tiendas de discos a las que solía ir y no encontró el último disco de Andrea
Motis. Había leido en algún sitio que se llamaba “Motis Chamorro Big Band” pero
no aparecía en la sección de jazz, ni en la M, ni en la Ch, ni en la B. Había
alguno de la Sant Andreu Jazz Band, con
alguna interpretación suya, pero sospechaba que ya lo tenía. Quería darle una
sorpresa regalándoselo. A ella le ponía de buen humor el jazz, especialmente
Motis. Cuando llegó con las manos vacías ella estaba mirando el horno para ver
si subía un bizcocho de manzana.
Debió ser Baroja el que dijo
algo parecido a que, sorprendentemente, la gente que vive en grandes ciudades
se aburre tanto como la que vive en sitios en los que no hay un mal cuadro que
mirar, nunca hay una representación teatral, y el cine nunca se llegó a abrir.
Digo que debió ser Baroja porque, al parecer, le interesaba tanto el tema que
llegó a definirse como un hombre curioso que se aburría desde la más tierna
infancia.
En muchas grandes ciudades el
aburrimiento está anatemizado. Hay quien se empeña en que vivamos en una
montaña rusa de emociones permanente. Apabullan con una oferta totalmente prescindible
de espectáculos únicos e irrepetibles. Grandes espectáculos deportivos, representaciones
operísticas únicas, conciertos especiales, instalaciones imposibles,
fascinantes muestras artísticas,… Dan que hablar en su génesis, en su
concreción, en su ejecución y, lamentablemente, en su liquidación. Atraen la
atención mediática, generan debate, se juzgan según su eco, y vuelta a empezar.
La mayoría de la gente sabe que
esas cosas pasan, que están ahí, pero nunca participa en ellas. ¿Se aburren más que los que no se pierden un
estreno, una inauguración o la copa en el bar de moda? Seguramente no. La
mayoría combate el aburrimiento bajando al río a pasear o a hacer deporte,
sentándose en una terraza bañada por el sol, mirando escaparates en los centros
comerciales o recorriendo la playa de la Malvarrosa llegando hasta la Patacona.
Hay quienes viven el tiempo de
enseñar a ir en bici, de patinar, de mirar una y mil veces los descensos por
los toboganes del Gulliver, de
aprovechar los domingos gratuitos del IVAM , de aplaudir las
representaciones del teatro de la Beneficiencia. Otros viven el tiempo de ver
crecer la hierba.
En alguna novela de Dürrenmatt
un personaje grita desesperadamente su aburrimiento, parece un grito que añora
emociones, que busca salir de la comodidad, de la tranquilidad del sistema. El
grito del que se rebela contra la normalidad, del que quiere transgredir.
En estos tiempos de perplejidad
constante, de vaivenes, de intrigas y de decepciones, el anhelo es el
aburrimiento, sentir cómo pasan los días.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio