Colaboración Levante-EMV 10/2/2015 "En la concertada no hace frío"
"En la concertada no hace
frío"
No le gusta madrugar
pero se ha disciplinado para derrotar a la pereza. Lleva una semana de
prácticas en el colegio. Un cuatrimestre entero y ya estará acabada la carrera.
En el bus, con los cascos puestos, oyendo en aleatorio una lista de spotify,
intenta asociar las caras de los doce alumnos de la clase en la que está de
ayudante, con sus nombres : Tajmandeet, Naraya, Mara… Cuando llega a Freeman
esboza una sonrisa. Ése se ha tomado muy en serio amoldar sus actos con el
sentido de su nombre, es obstinadamente libre. Está muy contenta, quería un
CAES y está en un CAES, uno de esos centros que escolarizan un alto porcentaje
de alumnado con necesidades de compensación educativa.
Hace más de treinta años un ministro
socialista, José María Maravall, se propuso un ambicioso plan de reforma de la
educación; con ejemplares retos: la universalización de la educación
gratuita y obligatoria para una franja de edad similar a la establecida en los
paises europeos; hacer del sistema educativo un instrumento para neutralizar
las desigualdades sociales; y, por último, promover una reforma de métodos y
contenidos de programas y pedagogias, capaces de mejorar los resultados de la
población escolar. Como una solución temporal, coyuntural, inevitable para
alcanzar los objetivos en un plazo razonable, se apostó por crear una doble red
de centros: una pública y otra privada, con centros concertados. Y ahí estamos,
en eterna provisionalidad.
En las grandes ciudades, con alta concentración de centros privados,
se fueron relajando las normas urbanísticas, se minimizó las reservas de suelo
escolar y se dejó de invertir en los antiguos centros públicos. Mientras, los
propietarios de centros privados se esforzaron en actualizar sus instalaciones
para no salir del paraguas del concierto. La “concertada”, alentada desde los
poderes públicos, iba ganado la batalla.
Por un hijo se hace cualquier cosa, y
muchos progenitores lo hicieron. Empadronamientos que no respondían a la
verdad, minusvalías de nueva creación, rentas ficticias que ya se
complementarían, cualquier cosa con tal de adquirir los puntos que daban acceso
a una supuesta “calidad educativa”. Había que conseguir entrar en los colegios
“de siempre”, había que evitar los deteriorados centros públicos. Si, a cambio,
se tenía que afrontar cobros extraños por atención sicológica, actividades
extraescolares, o lo que fuera, se afrontaba. Siempre saldría más barato que la
enseñanza privada.
No siempre los usuarios tienen la
percepción de que la educación concertada se financia con fondos públicos. No
solo por los uniformes que lleva el alumnado en muchos de los colegios, es que
es difícil encontrar entre sus alumnos
muchos de los que requieren mayor atención educativa, es insólito descubrir a
más de uno o dos inmigrantes por aula. No se pasa frío en sus instalaciones, si
se rompe una caldera la arreglan.
Mi amiga Marina lo
vió. Una madre lleva a su hijo de la mano. Él viste uniforme y no tendrá más de
ocho años. El niño dice “¡joder, mami!”. La madre le agarra fuerte por el codo
y a voces le espeta “¡maleducado!, ¿tú qué te has creido?, ¿tú crees que el
sacrificio que hacemos tu padre y yo para pagarte los doscientos euros del
colegio merece que te portes así?, ¡Como sigas así, el año que viene vas al
colegio público!”.
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