Colaboración Levante-EMV 17/2/2015 "Habemus chinatown"
"Habemus chinatown"
Su amigo es artista,
en sentido amplio. En la madurez se ha volcado en el teatro. Debajo de su casa
hay un bar que frecuenta mucho. Lo gestiona una pareja de chinos que se hacen
llamar Pepe e Isabel. A veces le dan a probar bocados de la comida que preparan
para consumo propio. Una vez, les convenció para organizar una cena, para seis,
de “auténtica comida china”. La primera bandeja rebosaba de gelatinosas patas
de pollo hervidas. Él fue incapaz siquiera de mirarlas. El resto de platos
fueron más atractivos; sabores novedosos y texturas insólitas. La sobremesa se
alargó mucho. Sandro proyectó su voz. Nos convenció de que era Antón Matanzas.
Stanislavski puro. Milena Busquets diría de él que es “un fraude de adulto”.
Triunfará.
Son conocidos los
distritos chinos de muchas ciudades del mundo. No hay turista que visite Nueva
York, Londres o San Francisco que deje de explorar sus chinatowns. Hacerlo es
sumergirse a un marasmo de olores y sabores huraños. Hay mucho rojo intenso.
Resultan inquietantes. Será por lo desconocido, por la imposibilidad de
reconocer sus grafías, por lo enigmático de sus estructuras sociales. Son zonas
muy visitadas, parques temáticos orientales enclavados en el moderno occidente.
Se intuye que bajo esa apariencia exhibida hay otro universo no explícito, más
subterráneo, más genuino.
Pero no solo en esas
conocidas ciudades hay barrios chinos. Lima, Filadelfia, Manchester, Bangkok,
Toronto y otras muchas tienen los suyos. El de Valencia existe y no para de
crecer con eje en la calle Pelayo. Allí, y en Convento Jerusalén, Bailén, La
Estrella o Julio Antonio, hay ya más negocios chinos que autóctonos. Hay prensa
china, música, peluquerías, supermercados y comida china, pero no la de los
restaurantes chinos de enfáticos nombres de siempre. Se encuentra pan baozi,
medusa de mar con verduras, oreja de cerdo picante, ramen, zongzi, jiaozi…
Inquieta como todos, o tal vez más. Está ausente la iconografía de parque
temático y eso da pie a elucubrar sobre sus enigmas, sus leyendas menos
conocidas y los sambenitos achacados a esa intrigante colectividad.
Dentro de poco nos
recibirá la calle Pelayo engalanada con miles de bombillas led. A diestra y
siniestra habrá puestos de venta de comida, artesanía o productos de teletienda
que reducen la zona pisable para que, apiñados, lleguemos hasta los pies del
monumento fallero. ¡Todo sea por la financiación de la falla!. Esos días
imaginas como quedaría un arco chino que delimitara la entrada a nuestro
chinatown, que fijara su frontera, que indicara al turista accidental que hay
otro chinatown en el mundo. Apostando por el color rojo, grafiando los
comercios homogéneamente, uniformizando balcones y celosías, sería visualmente
reconocible. Inquietaría como todos los otros.
Aún joven, convive,
desde hace tiempo, con un ancho mechón blanco que arranca desde el centro de su
frente. Se sorprende al recordar cómo, durante una temporada, lo exhibió con
desdén. Había pasado de las peluquerías caras a los tintes caseros. Cuando le
preguntaron si era cocinera, por lo reseco del mechón, decidió volver a las
peluquerías. Baratas, eso sí. Al pasar por la puerta, el anuncio de los precios
la atrajo, eran imbatibles. Lo descartó, tampoco era cuestión de experimentar y
tener chino hasta el tinte. Como cantaba Pablo Milanés, no es perfecta mas se
acerca a lo que simplemente soñé.