21 octubre 2014

Colaboración Levante-EMV 14/10/2014 "Camals Mullats"

"Camals mullats"

Es de madrugada. Una pareja recorre las calles, en bicicleta.  Van por Ciutat Vella, la calle Caballeros, Paz, Parterre, La Glorieta, antiguos juzgados. Se quieren, se caen, se ríen, se besan. Está presente la Valencia de Blanquita y de Estellés,  las luchas de la FAI y de Basset. Se evidencian las mentiras de la falsa modernidad, la ciudad como prisión y como liberación, sueñan una Valencia diferente. Es  uno de los escasos días en que las calles están mojadas.

Todo eso, y más, está en  una canción perfecta de La Gossa Sorda. Les he pedido prestado el título para nombrar esta colaboración semanal, con Valencia como eje. Afectuosamente me lo han concedido.

 Entender el mapa no necesariamente nos lleva a entender el territorio, y si no que se lo pregunten al geógrafo Vicente Soriano, que nos ha zarandeado ilustrando la dramática pérdida de huerta. Cada día tiene su afán, el mío es muy recurrente, intentar comprender qué pasa aquí, por qué y qué deberíamos hacer. Ya nos hemos dado cuenta de que la felicidad no llega con grandes golpes de suerte, sino con esas pequeñas cosas que nos ocurren cada día. Ya explotó la burbuja ignominiosa de la Fórmula 1, de la Copa América, del circuito Ferrari, de la Feria de Muestras, de las Jornadas de Noos... Ya no queda nada del esplendor del pasado reciente,  diseñado para hacernos creer que éramos los más ricos, los campeones, los mejores. Ya no queda nada de esos escenarios que los vecinos veíamos por un ventanuco, de las fiestas que pagábamos sin estar invitados, de la voluntad  de impresionar.


         Sería fácil resignarnos a aceptar que en Valencia cada vez se vive peor, que cada vez somos menos felices y que tenemos menos calidad de vida, porque siempre hay alguien que te recuerda que hubo épocas peores.

Como dijo Olga Lucas, la viuda de Sampedro, "Las batallas por la dignidad, aunque se pierdan, hay que darlas". Nuestro mundo ha cambiado tanto en la última década que, sin entenderlo, no podremos repensar lo que es nuestra ciudad y dar esa batalla de la dignidad.

         No es que  se compre productos "Made in China", es que  se compra directamente en webs chinas. Para muchos  es una quimera comprar un piso o alquilarlo, aspiran solo a compartir una habitación cómoda con derecho a baño y cocina. Son pocos los que  leen periódicos y muchos los que creen informarse con ciento cuarenta caracteres o con retazos de noticias que circulan por internet. Bajarse libros, películas o series se ha convertido en una actividad no vergonzante. Se circula mucho en bici y cada vez menos en coche. Nadie se avergüenza de llevarse sus sobras de un restaurante. En muchas casas hay "botellón" los viernes o sábados noche. Muchos se han dado de alta en Uber esperando que llegue a Valencia. Y así todo. Es otro mundo, diferente, tal vez más sencillo, menos sofisticado, pero es el que hay. Partiendo de la realidad soñar es menos complicado.


Intentemos juntos comprender para mejorar. El reto es hacer el tránsito de la Valencia que conocimos, adoramos y añoramos, la de “camals mullats”, a la que avanza al futuro, sin perder la dignidad, asumiendo que nuestros barrotes son los de este tiempo que nos ha tocado vivir. Se admiten sugerencias. @manolomata

2 comentarios:

A las 1:51 p. m. , Anonymous Anónimo ha dicho...

Voy en bici a diario, un total de cuatro viajes, recorriendo el centro de la ciudad. Mi primera salida es a las siete, aún no ha amanecido y ya se percibe la putrefacción. El aspecto de los contenedores delata que fueron saqueados pocas horas antes. Amanece, con esa luz irreal que ilumina una ciudad extraña, y sigo pedaleando. Me cruzo con el repartidor de pan, un buenos días tímido y ya cansado. Enfrente de la antigua panadería, el bonito parque que siempre me recuerda París está lleno de mendigos y de yonquis aún acurrucados en sus mantas y cartones, su despertador policial todavía no ha llegado. Sigo oliendo putrefacción, pero aun así, continúo sin mascarilla. Llego a la esquina en la que mis amigas prostitutas no ocupan sus puestos aún; no importa, las saludaré a la vuelta, nos conocemos y nos reconocemos: la escuálida andaluza, la que siempre me llama nena con un afecto especial, su compañera, rubia, del tipo de las que, si te la encontraras a la puerta del Mercado Central, con su carrito de la compra, se te mimetizaría entre las demás amas de casa, su mismo pelo rubio y ahuecado. Avanzo, cruzo pedaleando la plaza del Ayuntamiento, y por alguna razón el olor a putrefacción se hace más intenso. Atravieso Colón, algunos bares empiezan a abrir sus puertas con enorme desgana, el asfalto, lleno de baches, hace saltar mi bici y el hedor continúa. Llego a Germanías y sigo por Joaquín Costa, donde un olor pestilente camufla el habitual aroma de los tilos. Toda Valencia apesta a una putrefacción obvia e imposible de esconder. Hay que abrir las ventanas y ventilar la ciudad; de lo contrario, nos asfixiaremos todos.

Como ves, mi recorrido y mi visión de Valencia es diferente al tuyo. Más urgente de cambio

 
A las 11:32 p. m. , Blogger manolo mata ha dicho...

Qué bien escribes, canalla anónim@. Hay tantas Valencias como queramos que haya. Conozco muy bien la tuya que también es la mía. Al fin y al cabo, como dijo un juez del Supremo norteamericano "la luz del sol es el mejor desinfectante". Y sí, es urgente, solo falta saber hacia dónde.

 

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