Colaboración Levante-EMV 14/10/2014 "Camals Mullats"
"Camals mullats"
Es de madrugada. Una
pareja recorre las calles, en bicicleta.
Van por Ciutat Vella, la calle Caballeros, Paz, Parterre, La Glorieta,
antiguos juzgados. Se quieren, se caen, se ríen, se besan. Está presente la
Valencia de Blanquita y de Estellés, las
luchas de la FAI y de Basset. Se evidencian las mentiras de la falsa
modernidad, la ciudad como prisión y como liberación, sueñan una Valencia
diferente. Es uno de los escasos días en
que las calles están mojadas.
Todo eso, y más, está
en una canción perfecta de La Gossa
Sorda. Les he pedido prestado el título para nombrar esta colaboración semanal,
con Valencia como eje. Afectuosamente me lo han concedido.
Entender el mapa no necesariamente nos lleva a
entender el territorio, y si no que se lo pregunten al geógrafo Vicente
Soriano, que nos ha zarandeado ilustrando la dramática pérdida de huerta. Cada
día tiene su afán, el mío es muy recurrente, intentar comprender qué pasa aquí,
por qué y qué deberíamos hacer. Ya nos hemos dado cuenta de que la felicidad no
llega con grandes golpes de suerte, sino con esas pequeñas cosas que nos
ocurren cada día. Ya explotó la burbuja ignominiosa de la Fórmula 1, de la Copa
América, del circuito Ferrari, de la Feria de Muestras, de las Jornadas de Noos...
Ya no queda nada del esplendor del pasado reciente, diseñado para hacernos creer que éramos los
más ricos, los campeones, los mejores. Ya no queda nada de esos escenarios que
los vecinos veíamos por un ventanuco, de las fiestas que pagábamos sin estar invitados,
de la voluntad de impresionar.
Sería fácil resignarnos a aceptar que
en Valencia cada vez se vive peor, que cada vez somos menos felices y que
tenemos menos calidad de vida, porque siempre hay alguien que te recuerda que
hubo épocas peores.
Como
dijo Olga Lucas, la viuda de Sampedro, "Las
batallas por la dignidad, aunque se pierdan, hay que darlas". Nuestro
mundo ha cambiado tanto en la última década que, sin entenderlo, no podremos
repensar lo que es nuestra ciudad y dar esa batalla de la dignidad.
No es que se compre productos "Made in
China", es que se compra
directamente en webs chinas. Para muchos
es una quimera comprar un piso o alquilarlo, aspiran solo a compartir
una habitación cómoda con derecho a baño y cocina. Son pocos los que leen periódicos y muchos los que creen
informarse con ciento cuarenta caracteres o con retazos de noticias que
circulan por internet. Bajarse libros, películas o series se ha convertido en
una actividad no vergonzante. Se circula mucho en bici y cada vez menos en
coche. Nadie se avergüenza de llevarse sus sobras de un restaurante. En muchas
casas hay "botellón" los viernes o sábados noche. Muchos se han dado
de alta en Uber esperando que llegue a Valencia. Y así todo. Es otro mundo,
diferente, tal vez más sencillo, menos sofisticado, pero es el que hay.
Partiendo de la realidad soñar es menos complicado.
Intentemos
juntos comprender para mejorar. El reto es hacer el tránsito de la Valencia que
conocimos, adoramos y añoramos, la de “camals mullats”, a la que avanza al
futuro, sin perder la dignidad, asumiendo que nuestros barrotes son los de este
tiempo que nos ha tocado vivir. Se admiten sugerencias. @manolomata
2 comentarios:
Voy en bici a diario, un total de cuatro viajes, recorriendo el centro de la ciudad. Mi primera salida es a las siete, aún no ha amanecido y ya se percibe la putrefacción. El aspecto de los contenedores delata que fueron saqueados pocas horas antes. Amanece, con esa luz irreal que ilumina una ciudad extraña, y sigo pedaleando. Me cruzo con el repartidor de pan, un buenos días tímido y ya cansado. Enfrente de la antigua panadería, el bonito parque que siempre me recuerda París está lleno de mendigos y de yonquis aún acurrucados en sus mantas y cartones, su despertador policial todavía no ha llegado. Sigo oliendo putrefacción, pero aun así, continúo sin mascarilla. Llego a la esquina en la que mis amigas prostitutas no ocupan sus puestos aún; no importa, las saludaré a la vuelta, nos conocemos y nos reconocemos: la escuálida andaluza, la que siempre me llama nena con un afecto especial, su compañera, rubia, del tipo de las que, si te la encontraras a la puerta del Mercado Central, con su carrito de la compra, se te mimetizaría entre las demás amas de casa, su mismo pelo rubio y ahuecado. Avanzo, cruzo pedaleando la plaza del Ayuntamiento, y por alguna razón el olor a putrefacción se hace más intenso. Atravieso Colón, algunos bares empiezan a abrir sus puertas con enorme desgana, el asfalto, lleno de baches, hace saltar mi bici y el hedor continúa. Llego a Germanías y sigo por Joaquín Costa, donde un olor pestilente camufla el habitual aroma de los tilos. Toda Valencia apesta a una putrefacción obvia e imposible de esconder. Hay que abrir las ventanas y ventilar la ciudad; de lo contrario, nos asfixiaremos todos.
Como ves, mi recorrido y mi visión de Valencia es diferente al tuyo. Más urgente de cambio
Qué bien escribes, canalla anónim@. Hay tantas Valencias como queramos que haya. Conozco muy bien la tuya que también es la mía. Al fin y al cabo, como dijo un juez del Supremo norteamericano "la luz del sol es el mejor desinfectante". Y sí, es urgente, solo falta saber hacia dónde.
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