Colaboración Levante-EMV 21/10/2014 "La ciudad de las mil bienvenidas"
"La ciudad de las mil
bienvenidas"
Se habían perdido en
algún lugar entre Camden y Hamilton Street. Habían bebido unas pintas, a cinco
euros con cuarenta cada una, y todo les hacía gracia. A él le extrañó oir unos
rítmicos pasos tras ellos. A ella le divertía el despiste, el vagabundeo por la
ciudad desconocida a la que acababan de llegar. Los pasos ajenos se iban
aproximando. A él se le aceleró el corazón. Con angustia y desazón enfrentó su
mirada a la del amable joven que quería sacarlos del laberinto. Les guió hasta
su destino, gustándose con jocosos comentarios. Él también había tomado unas
pintas, a cinco euros con cuarenta, faltaría más.
En Dublín todo es
amabilidad. Bate cada año récords de visitantes extranjeros, sin más
preparación que la sonrisa de sus habitantes. Paras en una esquina con un mapa
abierto y abres una competición entre oriundos para asesorarte sobre rutas
posibles.
Será porque tienen extraordinarios museos
gratuitos, porque Vila-Matas nos ha metido el gusanillo de la simbiosis alcohol
y literatura. Será porque Ryanair tiene su sede y salen de allí muchos vuelos
directos, será porque tiene mucha vida nocturna. Pero es porque es amable. Son
amables sus gentes, es amable su orografía, son amables los coches con los
ciclistas. Hasta las manifestaciones contra el genocidio de Gaza son amables.
Pese al clima endiablado, Dublín recibe visitantes a millones.
Para explotar esa amabilidad a alguien
se le ocurrió implicar a sus habitantes. Buscaban mil voluntarios locales que
se tomaran una pinta o una taza de té con el recién llegado. Se les llama
embajadores y tienen la alta misión de darle al turista accidental consejos,
sugerencias e indicaciones sobre “su” Dublín. Empezó una carrera por apuntarse
al voluntariado y reventaron todas las previsiones. Hoy son dos mil quinientos
y entre ellos hay pintores, periodistas, escritores, misses, cantantes,
fontaneros, maestros, estudiantes, sanitarios, todo un universo de
recepcionistas amables, considerados y apasionados por su ciudad.
Siempre he pensado que en Valencia nos
faltan pasiones y tareas colectivas. Ni
en amabilidad, ni en atenciones, ni en generosidad, nos puede ganar nadie.
Nuestro clima es privilegiado y cada una de nuestras Valencias le apasionará a
quien pregunte. Estaría bien que alguien nos empujara a ser una ciudad de las
mil bienvenidas. Nunca olvidarían la recomendación de uno de nuestros mejores
actores de ir a bailar a Bounty, la de la escritora que es asidua en el vagabundeo por los Jardines
de Monforte o el Botánico, la del taxista obsesionado con el Museo de Ciencias
Naturales. Carmen les hablaría de las tortillas del Alhambra, Juan Augusto de
las caidas del sol en el Parque de Cabecera mirando los patos, yo de los
almuerzos y menús del Restaurante de Rojas Clemente, Julio de los juegos
infantiles y ejercicio para mayores de Ramón y Cajal, Dani de los quintos, con
tapa a un euro, de La Paca, Mariano del relax del Congo Jazz. Tantas como
voluntarios, tantas como valencianos.
Ya pueden darle
vueltas y encargar sesudos estudios en cómo hacer más atractiva nuestra ciudad
pero los mimbres y los cestos los tienen a su alrededor. No queda dinero para
tonterías “flor de un día”. Explotemos pues nuestra amabilidad. Ya lo decía
alguien, “Como no podéis salvar el planeta, por lo menos sed amables con
vuestros vecinos”.
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