“Latas de atún"
Pasaba
todas las mañanas por el jardincillo. Los lunes amanecía sembrado de restos de
botellón. Sus dos habitantes se entretenían en adecentarlo. Hablaban lo
imprescindible entre ellos. Uno era español, el otro no. Uno sujetaba,
permanentemente, un transistor junto a la oreja, el otro no. Saludaban a los
paseantes habituales con un leve gesto de barbilla. A mediodía compartían un
pan, un pack de tres latas de atún y un brick de vino peleón. Gozaban de buena
salud. –Unas latas de atún unen mucho- le comentó un día el español, el otro
asentía.
Las diatribas sobre
la desigualdad se extienden transversalmente. Ya no es sólo cosa de filósofos,
de pensadores o de economistas. Stiglitz, Krugman o los “economistas aterrados”
vienen denunciándolo desde el inicio de la crisis, de esta policrisis que
acabará en policatástrofe, que dijo alguien. No hace falta que los macronúmeros
de la macroeconomía lo atestiguen. Todo el mundo habla de ello, se aprecia a la
legua. La desigualdad es el germen de la protesta, de la queja, de la
indignación. Desigualdad entre barrios, entre generaciones, entre sexos, entre
regiones, entre nacionalidades.
La desigualdad en
la triste mediana edad, la de los cabellos grises sin vuelta atrás, duele
porque no tiene remedio. Es fácil encontrar publicaciones que se detienen en la
desesperación de los cincuentones pobres a la vez que enfatizan a los
cincuentos ricos como los reyes del consumo. Segmentar, clasificar, ordenar;
situar a una generación, con tan diversas circunstancias personales, en medio
de otras, es tarea hercúlea.
Basta pasear por
los aledaños de la Casa de la Caridad para constatar que la mayoría de usuarios
son mayores de cincuenta años. Las frías estadísticas indican que el 35% de los
parados valencianos tiene más de 45 años y que, en su inmensa mayoría, carece
de formación. Personas abandonadas a su suerte sin posibilidad de trabajar, sin
derecho a cobrar una pensión digna, alejadas de sus familias. Aunque Victor
Hugo dijera que a los cincuenta años se vive la juventud de la edad madura, hay
quien puede pensar que, para muchos, es la vejez prematura de una vida
desperdiciada. Pasaron sus trenes y, aunque se subieron, descarrilaron.
Por otro lado, los
gurús de la sociología califican a los “viejenials”, añosos con posibles, como
los reyes del consumo del futuro. Esos mayorotes, que son diestros en el manejo de las nuevas tecnologías,
representan más de la mitad de la riqueza y controlan el 56% del gasto en ocio,
lujo y viajes. Exitosos profesionales, acertados inversores, trabajadores sin
pausa, que acertaron, tuvieron suerte o fueron prudentes, son el codiciado
objeto de deseo de esas empresas.
Aunque parece que
lo sabido sobre el colesterol empieza a cuestionarse, unos y otros, siguen
aferrados al atún, a las sanas proteinas que curan.
Era una boda otoñal. Los invitados compartían la alegría de los novios.
El notario amigo conducía con elegancia la ceremonia. Hablaron tres personas
que cubrían el cupo de amigos, hermanos e hijos. El amor nunca puede hacer daño
a los amantes, a los familiares o a los amigos. Solo puede hacer daño a los que
no saben amar. Suspiraron. La felicidad es contagiosa. De entre las diversas
preparaciones de atún; tataki, sashimi o marinado, eligió la primera. Todas eran
vigorosas en omega 3. Es bueno para el colesterol.