Colaboración Levante-EMV 30/12/2014 "Mobiliario Urbano"
"Mobiliario urbano"
Estaban cansados después de haber
visitado el Museo Arqueológico y el Museo de la Colegiata de Santa María de
Borja. La última parada de la tarde sería el belén instalado en el Convento de
la Concepción. Manuel, el erudito
presidente del Centro de Estudios Borjanos, su cicerone, pisaba con energía las
vulgares baldosas de hormigón que habían sustituido los añejos adoquines.
Ocurrencia de un alcalde zote que, habiéndolos descubierto en Benidorm, decidió
implantarlos.
En las grandes ciudades, la
estética de su mobiliario urbano no la condiciona tanto el capricho de sus
ocurrentes alcaldes sino el espejismo de unos posibles ingresos publicitarios
que podrían llegar por la explotación de sus espacios públicos. El de Valencia, como en tantas otras ciudades, es gestionado por
una empresa francesa. Vista una, vistas todas. Todas igualitas con los mismos
relojes, papeleras, postes, tableros publicitarios y demás chirimbolos; todas
igual de afrancesadas e igual de anticuadas. Nosotros no cobramos por los
múltiples trastos que inundan nuestra ciudad, las ganancias son para la
empresa. Bastó la promesa de reponer papeleras, bancos y contenedores de pilas,
para la adjudicación del contrato.
Es inexplicable que con la
calidad, reconocida internacionalmente, de los diseñadores valencianos no se
les implique en la tarea de renovar nuestro mobiliario urbano. Nacho Lavernia, Daniel Nebot, Sandra
Figuerola, Marisa Gallén, Pepe Gimeno, Eduardo Albors, y tantos otros que, buscan la pieza perfecta para
su función, casando utilidad y estética, han sido relegados. Ahora que agoniza
el contrato con la voraz empresa francesa es tiempo de apostar por ellos.
El diseño lo envuelve todo, y una
ciudad tiene que buscar su propio sello estético en sus objetos necesarios y
útiles, no copiar, no debe aborregarse visualmente. Si hace ya más de tres décadas que
los diseñadores de La Nave pudieron
llenar de desbordante colorido, y de espíritu mediterráneo, los carteles que
señalizaban turísticamente las salidas de la A7 en la Comunidad
Valenciana, ¿por qué una ciudad como
Valencia no busca su impronta estética en su mobiliario?.
Un banco público es un
lujo barato. Ojalá ejerciéramos esa costumbre sajona de regalar bancos a las
ciudades, reseñando en una placa en recuerdo de quién se regala, su fecha de
nacimiento y la de su deceso, y el motivo por el que se regala. En los bancos
se ve pasar la vida. Son un sitio para conversar, para mirar. Pensar, por
ejemplo, en lo que diría Plá de los
que leemos, con absurda avidez, sus notas sobre el clima, su sueño, sus
lecturas, su sensación térmica, sus borracheras o sus cenas, editadas como “la vida lenta” .
Valía la pena intentar
cenar allí aunque solo fuera por el nombre del bar, “El buen humor”. Fueron los
últimos en salir de allí. El dueño, alentado por la alegría de su mujer, les
invitó a la última ronda. Hablaron de todo, incluso de cuándo se conocieron y
de los años que llevaban juntos. Las botellas de Borsao Selección que fueron vaciando eran de tapón de rosca; parece
que se suministran allí así a los bares, para que no se pierda tiempo
descorchándolas. Según el enólogo Parker
se trata, probablemente, del mejor vino del mundo, relación calidad y precio.
El mamarracho del ecce homo en una ermita y la valoración de un gurú han
revolucionado Borja. Sus bancos
siguen alerta.
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