Colaboración Levante-EMV 2/12/2014 "El cajón"
"El cajón"
Fue una cena festiva.
La Audiencia Nacional había archivado el procedimiento contra varios miembros
de “cultura contra la guerra”. Durante un pleno de Les Corts habían gritado “No
a la guerra”. Fue a los postres. Una actriz contó sus peripecias durante las
representaciones de “Las Troyanas”, financiadas por la Generalitat con casi dos
millones y medio de euros, en Roma. Lo resumió en una última frase que siempre
tengo presente: “Era como si hubiera un cajón con dinero y todo el que pasaba
se llevaba algo”.
Cuando pienso en Feria
Valencia no puedo dejar de pensar en el cajón. Un cajón bien grande, lleno de
billetes, mucha gente pasando, y mucha gente llevándoselos.
En el siglo pasado las
ferias de muestras tenían sentido. Las empresas exponían sus productos,
colmaban a sus clientes de atenciones, se intercambiaban tarjetas y se
formalizaban acuerdos. Los hoteles hacían su agosto todos los meses, los
restaurantes caros se llenaban, igual que los bares de copas en días no
festivos. Los clubs de alterne prolongaban su horario. Trabajaban azafatas,
electricistas, viveristas, decoradores, paneladores, camareros, empresas de
catering, imprentas… La feria era una
ciudad que se reinventaba cada pocas semanas. Muebles, joyas, cerámica,
papelería, coches, franquicias… Todo sector ansiaba su feria. Se pagaba el
metro de stand a precio de oro, la ciudad se beneficiaba, y sus mesurados
gestores parecían honrados.
Como dice una amigo
mío, ¡déjate de pensar en los mil y pico millones del pufo!. El problema es qué
hacemos con eso. ¿Para qué queremos esos 230.000 metros y sus 21.000 plazas de
parking? ¿para exponer cosas que se encuentran en un rato en Amazon, en Alibaba o en cualquier web B2B, desde casa?
Lo de Teyoland fue de
chiste. Se anunciaba como la panacea para trescientas empresas valencianas. No
sé cuantos mil empleos directos e indirectos
se iba a crear. Sin embargo, en no más de cinco meses varios inversores
perdieron millones, Feria Valencia no cobró ni un duro, y las esperanzas de
muchos se frustraron. Va a tener razón el mismo amigo, que suspiraba porque
IKEA dejara de sembrar polémicas en los ayuntamientos de l´Horta, aceptara la
feria como regalo, y accediese a pintarla de azul y amarillo con el pantone que
tocara.
El último plan de
salvación, por llamarlo de alguna manera,
es traspasar los activos con sus incalculables deudas al sector público,
y gestionar como una empresa privada su parte comercial. Dislate sobre dislate.
¡Cierren el chiringuito!, dejen un tercio para las ferias residuales que puedan
seguir, y vayamos haciendo la lista de lo que queremos meter en el espacio que
sobra, que no es moco de pavo.
Última visita a la
Feria. Respondió a la llamada de unos carteles que anunciaban productos con
descuentos de hasta el 70%. Llegó con la intención de comprar una bici y un
casco de moto a buen precio. Salió cargado de chorizos, salchichones, quesos,
tres cinturones elásticos y unas excelentes anchoas, doble cero, de Santoña.
Cuando se cansó de dar vueltas, eligió un sofá de piel color crema para
descansar y acabar de leer el periódico. A los dos minutos ya lo había tirado
un cenutrio que no atendía a razones: “Me da igual que no haya otro sitio dónde
sentarse, yo he venido a vender sofás, si no lo compra, levántese”.
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