Colaboración Levante-EMV 23/12/2014 "Modificación puntual"
"Modificación puntual"
Salían del “Ciutat de València”,
moderadamente satisfechos por el enésimo empate de la temporada. Era hora de
cenar, y decidieron acercarse a “Les tendes”, en Alboraya. Se llega en cinco
minutos, las tapas son riquísimas, los camareros muy amables y está muy bien de
precio. Pasaron cerca de varias horchaterías. Siempre que bordeaban la huerta comentaban lo especial
que sería vivir en uno de esos casoplones. Salía a relucir el posible miedo a dormir
allí las noches de invierno, y lo extraño del despertar en la época del olor
invasivo a guano maloliente. “Les tendes” estaba inexplicablemente cerrado.
Los planes generales de urbanismo
crean y destruyen riqueza. Son el imperfecto envoltorio del cuerpo de las
ciudades. Requieren multitud de estudios, de reflexiones, de proyecciones de
futuro. No son posibles sin consenso, se enquistan en los tribunales y se ven
constantemente escrutados.
Cuesta entender que el
Ayuntamiento de Valencia acelere ahora los trámites para la revisión de su Plan
General de Ordenación Urbana, víspera de elecciones. Con una población
decreciente, más de sesenta mil viviendas vacías, decenas de miles de ellas con
ejecución suspendida, no se entiende las prisas por desclasificar tantas
hectáreas de huerta. Lo que uno lee sobre sus previsiones le deja perplejo. Se
proyectan deseos, como si nada hubiera cambiado, cuando todo ha cambiado ya. Recuerda una escena de
Mad Men en que la hermana de Cooper le espeta a Don Draper: “Disfruta el mundo como es, te lo cambiarán sin dar
explicaciones”.
¿Dónde están los
espacios que satisfacen las necesidades físicas, sociales o espirituales de los
ciudadanos, su nueva relación entre sí y el medio ahora hostil?
Dibujan sus planes
irreales sabiendo que se tardará décadas en equilibrar el stock de viviendas.
Hay demasiadas, y además no se crean
hogares. Lo imperdonable es que, al despedirse, se empeñen en que algunos
peguen el último pelotazo. De muestra vale el botón de los regalos al
arzobispado, en forma de parcelas, que perjudican a la ciudad en más de diez
millones de euros.
Ese plan es solo el
inicio. La pedrea de los planes especiales, de las modificaciones puntuales y
los birlibirloques del enrevesado urbanismo, nos han dejado sobreáticos en toda
la calle Colón, inexplicables incrementos de edificación en la Avenida de
Aragón, la despeatonalización de Martínez Cubells, el derribo de fincas que no
estaban en ruina, en Ramón y Cajal, o una tienda de electrónica entre una
Iglesia y un colegio también en Colón.
Uno se imagina el calvario de los dirigentes del PP.
Necesitan saber cuánto les queda exactamente, cuál será el siguiente
zurriagazo. Se les acaba el tiempo para pedir perdón. Su problema
es que el único perdón que se puede valorar es el que perdona lo
imperdonable, pero ese no saben pedirlo.
Todos los años al
acercarse el sorteo de lotería de Navidad se pasaba por la Plaza de la Virgen.
Pedía un café en una de esas terrazas afrancesadas, que era cobrado a un precio
insultante. Rodeaba la plaza con su mirada, se centraba en los tres áticos que,
desde siempre, habían llamado su atención. Ya casi tenía claro quiénes eran sus
propietarios. Apuraba el café, fantaseaba con el precio que podría pagar con
los décimos premiados. Seguro que para mantener el verdor de las plantas del
ático también hará falta guano.
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