30 diciembre 2014

Colaboración Levante-EMV 23/12/2014 "Modificación puntual"

"Modificación puntual"

Salían del “Ciutat de València”, moderadamente satisfechos por el enésimo empate de la temporada. Era hora de cenar, y decidieron acercarse a “Les tendes”, en Alboraya. Se llega en cinco minutos, las tapas son riquísimas, los camareros muy amables y está muy bien de precio. Pasaron cerca de varias horchaterías. Siempre que  bordeaban la huerta comentaban lo especial que sería vivir en uno de esos casoplones. Salía a relucir el posible miedo a dormir allí las noches de invierno, y lo extraño del despertar en la época del olor invasivo a guano maloliente. “Les tendes” estaba inexplicablemente cerrado.

Los planes generales de urbanismo crean y destruyen riqueza. Son el imperfecto envoltorio del cuerpo de las ciudades. Requieren multitud de estudios, de reflexiones, de proyecciones de futuro. No son posibles sin consenso, se enquistan en los tribunales y se ven constantemente escrutados.
Cuesta entender que el Ayuntamiento de Valencia acelere ahora los trámites para la revisión de su Plan General de Ordenación Urbana, víspera de elecciones. Con una población decreciente, más de sesenta mil viviendas vacías, decenas de miles de ellas con ejecución suspendida, no se entiende las prisas por desclasificar tantas hectáreas de huerta. Lo que uno lee sobre sus previsiones le deja perplejo. Se proyectan deseos, como si nada hubiera cambiado, cuando todo ha cambiado ya. Recuerda una escena de Mad Men en que la hermana de Cooper le espeta a Don Draper: “Disfruta el mundo como es, te lo cambiarán sin dar explicaciones”.

¿Dónde están los espacios que satisfacen las necesidades físicas, sociales o espirituales de los ciudadanos, su nueva relación entre sí y el medio ahora hostil?
Dibujan sus planes irreales sabiendo que se tardará décadas en equilibrar el stock de viviendas. Hay demasiadas,  y además no se crean hogares. Lo imperdonable es que, al despedirse, se empeñen en que algunos peguen el último pelotazo. De muestra vale el botón de los regalos al arzobispado, en forma de parcelas, que perjudican a la ciudad en más de diez millones de euros.

Ese plan es solo el inicio. La pedrea de los planes especiales, de las modificaciones puntuales y los birlibirloques del enrevesado urbanismo, nos han dejado sobreáticos en toda la calle Colón, inexplicables incrementos de edificación en la Avenida de Aragón, la despeatonalización de Martínez Cubells, el derribo de fincas que no estaban en ruina, en Ramón y Cajal, o una tienda de electrónica entre una Iglesia y un colegio también en Colón.

Uno se imagina  el calvario de los dirigentes del PP. Necesitan saber cuánto les queda exactamente, cuál será el siguiente zurriagazo. Se les acaba el tiempo para pedir perdón.  Su problema  es que el único perdón que se puede valorar es el que perdona lo imperdonable, pero ese no saben pedirlo.

Todos los años al acercarse el sorteo de lotería de Navidad se pasaba por la Plaza de la Virgen. Pedía un café en una de esas terrazas afrancesadas, que era cobrado a un precio insultante. Rodeaba la plaza con su mirada, se centraba en los tres áticos que, desde siempre, habían llamado su atención. Ya casi tenía claro quiénes eran sus propietarios. Apuraba el café, fantaseaba con el precio que podría pagar con los décimos premiados. Seguro que para mantener el verdor de las plantas del ático también hará falta guano.

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