16 diciembre 2014

Colaboración Levante-EMV 9/12/2014 "Se vende.Se alquila.Disponible"

"Se vende. Se alquila. Disponible"

Como todas las mañanas, él pasó sin mirar el escaparate. Ese día la dueña no estaba en la puerta fumando. Algo le llamó la atención y volvió sobre sus pasos. Había un busto de mujer del que colgaba un burdo cartel a rotulador; se vendía por treinta y cinco euros. Sacó el móvil y la llamó. Podía conseguir, barato, el busto que buscaba para su habitación. Dos estanterías, dos espejos, una lavadora, una nevera pequeña, y el busto. Todo cupo en la furgoneta prestada y por el reducido precio que la dueña les pidió. Fueron incapaces de regatear. Era una boutique femenina sin demasiadas pretensiones. Hacía un año justo que se había instalado en el barrio. En esas cincuenta y cuatro semanas, sus ilusiones y sus ahorros viajaron por el sumidero.

El perfil de los que, gustándoles el cine, abrieron videoclubes, es el mismo de los que  confiaron en la milonga de los cigarrillos electrónicos. El de las que montaron boutiques y tiendas de bisutería, el mismo que las de muffins o cupcakes. Pronto  desembarcarán las tiendas de “chinas pijas” que liquidarán las de espabiladas niñas pijas, que importan de China a precios tirados,  multiplicándolos con etiquetas engañosas.

Cuando Petros Markaris escribió en “Pan, educación y libertad” que “Unos locales están en venta, otros en alquiler, pero todo, en particular los precios, es simbólico. Nadie compra ni alquila nada” se refería a Atenas y no a Valencia, pero como si lo fuera. Los carteles de “se vende”, “se alquila” o el de “disponible”, lo inundan todo. En el debate municipal se repite que el 35% de nuestros parados tiene más de 45 años; que la mitad de nuestros jóvenes ni estudia ni trabaja; que la ciudad no ofrece oportunidades; tan cierto como que las ciudades son territorios económicos complicados para inventar nueva actividad económica. El mercado tendrá su lógica, pero todos tenemos la nuestra. Por mucho que te gusten los muffins o los cupcakes, resulta difícil imaginar cómo se van a amortizar esos bonitos locales tan púlcramente decorados y organizados, haciendo muffins sin parar.

Cierran  comercios y locales que parecían totems imbatibles de nuestra memoria colectiva:  Deportes Altarriba, Las Añadas de España, la Horchatería El Siglo o el Hotel Reina Victoria. También cierran otros que representaban el poderoso influjo de la modernidad, como Muji. Nos quedamos sin sus rotuladores de 0.38, o las cajas guarda-gafas de metacrilato.

No hay solución sin diagnóstico. Se echa en falta un buen servicio municipal que pueda ilustrar a los que invierten todo lo que tienen, incluso lo de sus familiares y amigos, en negocios difícilmente sostenibles. No sabemos qué falta ni qué sobra. Dónde poner huevos y   en qué cestas. Parece que eso no le importa a nadie. Sólo nos sorprenden nuevos carteles de “se vende”, “se alquila” o “disponible”, que inician un nuevo ciclo.


Volvían cansados a casa después del trabajo. Donde había estado la boutique se apiñaban varias decenas de personas con copas y canapés. Todo muy iluminado, sobretodo las caras de los invitados. Se palpaba la ilusión. No era un bar, era una tienda de bisutería barata. La que parecía la dueña era muy joven. Se acercaron a cotillear. No les hizo falta hablarlo. Se fijaron en la cajonera y en la lámpara de la esquina.

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