Colaboración Levante-EMV 9/12/2014 "Se vende.Se alquila.Disponible"
"Se vende. Se alquila.
Disponible"
Como todas las
mañanas, él pasó sin mirar el escaparate. Ese día la dueña no estaba en la
puerta fumando. Algo le llamó la atención y volvió sobre sus pasos. Había un
busto de mujer del que colgaba un burdo cartel a rotulador; se vendía por
treinta y cinco euros. Sacó el móvil y la llamó. Podía conseguir, barato, el
busto que buscaba para su habitación. Dos estanterías, dos espejos, una
lavadora, una nevera pequeña, y el busto. Todo cupo en la furgoneta prestada y
por el reducido precio que la dueña les pidió. Fueron incapaces de regatear.
Era una boutique femenina sin demasiadas pretensiones. Hacía un año justo que
se había instalado en el barrio. En esas cincuenta y cuatro semanas, sus
ilusiones y sus ahorros viajaron por el sumidero.
El perfil de los que,
gustándoles el cine, abrieron videoclubes, es el mismo de los que confiaron en la milonga de los cigarrillos
electrónicos. El de las que montaron boutiques y tiendas de bisutería, el mismo
que las de muffins o cupcakes. Pronto
desembarcarán las tiendas de “chinas pijas” que liquidarán las de
espabiladas niñas pijas, que importan de China a precios tirados, multiplicándolos con etiquetas engañosas.
Cuando Petros Markaris
escribió en “Pan, educación y libertad” que “Unos locales están en venta, otros en alquiler, pero todo, en
particular los precios, es simbólico. Nadie compra ni alquila nada” se
refería a Atenas y no a Valencia, pero como si lo fuera. Los carteles de “se
vende”, “se alquila” o el de “disponible”, lo inundan todo. En el debate
municipal se repite que el 35% de nuestros parados tiene más de 45 años; que la
mitad de nuestros jóvenes ni estudia ni trabaja; que la ciudad no ofrece
oportunidades; tan cierto como que las ciudades son territorios económicos complicados
para inventar nueva actividad económica. El mercado tendrá su lógica, pero
todos tenemos la nuestra. Por mucho que te gusten los muffins o los cupcakes,
resulta difícil imaginar cómo se van a amortizar esos bonitos locales tan
púlcramente decorados y organizados, haciendo muffins sin parar.
Cierran comercios y locales que parecían totems
imbatibles de nuestra memoria colectiva:
Deportes Altarriba, Las Añadas de
España, la Horchatería El Siglo o el
Hotel Reina Victoria. También cierran otros que representaban el poderoso
influjo de la modernidad, como Muji.
Nos quedamos sin sus rotuladores de 0.38, o las cajas guarda-gafas de
metacrilato.
No hay solución sin
diagnóstico. Se echa en falta un buen servicio municipal que pueda ilustrar a
los que invierten todo lo que tienen, incluso lo de sus familiares y amigos, en
negocios difícilmente sostenibles. No sabemos qué falta ni qué sobra. Dónde
poner huevos y en qué cestas. Parece
que eso no le importa a nadie. Sólo nos sorprenden nuevos carteles de “se
vende”, “se alquila” o “disponible”, que inician un nuevo ciclo.
Volvían cansados a
casa después del trabajo. Donde había estado la boutique se apiñaban varias
decenas de personas con copas y canapés. Todo muy iluminado, sobretodo las
caras de los invitados. Se palpaba la ilusión. No era un bar, era una tienda de
bisutería barata. La que parecía la dueña era muy joven. Se acercaron a
cotillear. No les hizo falta hablarlo. Se fijaron en la cajonera y en la
lámpara de la esquina.
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