11 noviembre 2014

Colaboración Levante-Emv 4/11/2014
"Esquivando la pobreza"

Recién llegados a la ciudad buscaron la plaza Djemaa el-Fna. Tenían hambre, mucha hambre. En la reinvención constante que vive La Plaza, según el ciclo solar, les tocó vivir el tiempo de las cenas. Todos los puestos parecen iguales, pero no lo son. Algunos exhiben, orgullos, junto a su número de puesto, los blasones que les ha impuesto alguna conocida guía como atracción de la despistada clientela. Primero un bol grande de caracoles. Aceitunas, berenjenas, hummus y pinchos, después. Sonriendo, ella le recordó que no sabía pedir con hambre. Él  se encogió de hombros, tenía razón. Satisfechos, pidieron la cuenta. Al borde de la mesa, un triste pincho y un panecillo mordido esperaban ser retirados. De la nada surgió una mano pequeñita y oscura. Detrás de la mano, una boca. Detrás de la boca, unos ojos. Unos ojos limpios, brillantes, claros, que les deslumbraron y que nunca olvidarían.

Las ciudades son el territorio de la pobreza, de la pobreza del hambre, la que lucha por las sobras de los que todo lo tienen. Cuando cierran los comercios de la calle Colón, idénticos a los de cualquier otra ciudad occidental, decenas de personas buscan salvar el día vaciando los contenedores, vendiendo a peso sus cartones. En la puerta del supermercado de Historiador Diago otras decenas esperan los tomates estropeados, el pescado que empieza a oler a podrido y los yogures caducados. Otros han estado antes en el Paseo de la Pechina, en la Asociación Valenciana de la Caridad, en la trasera de la calle del Hospital, o en el banco de alimentos. Son los rostros de la hambruna urbana, la que remueve conciencias y perturba.


No nos atrevemos a mirarles a los ojos, esquivamos su mirada. Ya dijo alguien que lo fácil es acostumbrarse al lujo, lo difícil es acostumbrarse a la pobreza.  Los ojos de la pobreza nos resultan ajenos, y cuando Oxfam, Cáritas o Cruz Roja publican sus informes, nos cuesta casar los datos de pobreza extrema con personas concretas en ciudades concretas. ¿Cuánta pobreza próxima podremos aguantar? Depende de los metros de la valla que estemos dispuestos a levantar. Cuantos menos fondos destinamos a cooperación, más metros de valla levantamos. Cuanto menos ayudamos a huir de la pobreza, más concertinas ponemos en su extremo.

La Comunidad Valenciana está en la cola del gasto en servicios sociales por habitante, y en esa cola, la ciudad de Valencia destina muchísimo menos que cualquiera de los pueblos de l´Horta a atender un problema que parece sernos ajeno. Cuanto más falta les hacemos menos estamos. Va a ser la vigésimo cuarta nochebuena en que la alcaldesa se pondrá el delantal de servir la cena. Día tras día, golpe a golpe, vivimos en una ciudad que esquiva la mirada de una pobreza injusta, visible o invisible. Hay que empeñarse en recordar que está presente, que a Irene Butz le pagaba, algún vecino, trescientos euros por doce horas de trabajo diarios.

Volvieron a ver los ojos, limpios, brillantes y claros. La mujer movió el gancho por el contenedor; satisfecha sacó una muñeca rubia, desnuda, despeinada y sin  brazo izquierdo. La niña se quedó inmóvil, no osaría pedírsela. La mujer se la entregó con una caricia, ella la abrazó, la peinó y la besuqueó. Ellos no esquivaron su mirada.



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