Colaboración Levante-EMV 26/5/2015 "La ciudad de las desapariciones"
"La ciudad de las
desapariciones"
Él ya lo tenía todo reflexionado
pero no paraba de darle vueltas a cómo serían las cosas el día después. A las
tres tenía que estar en el Palacio de Congresos, se graduaba su hija. Cuando
vió a los graduandos entrar bailando al salón se esforzó en distinguir, entre
tanto vestido elegante, a quien no hacía mucho era un bebé de labios gruesos y
nariz de botón. Él, que es lágrima fácil, no dejó de emocionarse en ningún
momento de las dos horas de ceremonia. El momento álgido fue cuando uno de los
maestros reivindicó lo público, desde las entrañas, como seguramente no habrá
hecho ningún político en la pasada campaña electoral. La misma lágrima despidió
a la niña que desaparecía y dio la bienvenida a una maestra empeñada en ejercer
el voluntariado en un país lejano.
El título se lo he tomado prestado
al escritor Ian Sinclair. “La ciudad de las desapariciones”. Analiza Londres y
sueña con una ciudad vertebrada por grandes vías verdes y llena de parques en
los que el ciudadano se pueda perder caminando. Cree que los grandes proyectos
urbanísticos fabrican ciudades imposibles que expulsan a la población original
por otra de mayor poder adquisitivo. Está pasando en Londres pero aquí ya lo
hemos vivido: da igual la barbaridad que te paguen por tu casa si vas a
necesitar ese mismo dinero, o más, para comprarte otra. Achaca a intereses
oscuros los grandes proyectos y los considera hijos malditos de la clase
política.
Desaparecen barrios, desaparecen
comercios, desaparecen bares, desparecen referentes culturales. Emergen otros
que no siempre nos gustan. La ciudad está asentada sobre arenas movedizas que
engullen la memoria. Nos salvan algunos escritores que hacen acopio de
recuerdos explorando fotos de otros tiempos. Libros de cines, de bares, de
calles, de personajes. Libros que hojean abuelos con los nietos en sus
rodillas.
Tanto tiempo anhelando
desapariciones y ya han llegado. La ciudad, en una marea difícil de leer, ha
dado una patada a su historia reciente. La manipulación de los sentimientos, el
espantajo del enemigo exterior, los sueños de nuevo rico, la apropiación de las
señas de identidad, que formaban parte de un sueño colectivo, se han disuelto incruentamente. Se ha
destruido lo viejo quedando pendiente construir lo nuevo. La memoria de los
pueblos es corta. Desaparecen los nombres que tanta pasión generaban. Hay que
ser generosos en las despedidas y las desapariciones.
Hoy miramos la ciudad con los
mismos ojos con los que la mirábamos ayer pero todo parece distinto. Pisamos
con más fuerza el suelo, el aire parece más limpio, la luz más potente. Nos
cruzamos con gente que parece más amable, los autobuses van más rápidos. Es
como si hubiera más niños por la calle y como si jugaran con más pasión.
Empieza otra historia, otras prioridades, otras quimeras. ¡Ojalá no nos
enredemos!
Leyó en este periódico que le
acompaña todos los días que Eva Dong Wu había ganado un premio de literatura en
valenciano con un relato titulado “¿Adelaine em perdonarás algún día?”. Miró la
foto de la niña de ojos rasgados y sonrisa franca y, orgulloso, reparó en que
todo es posible . La ciudad no
tardará en dar por desaparecida a quien le ha gobernado tantos años y, en su
generosidad, la acabará perdonando.
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