02 junio 2015

Colaboración Levante-EMV 26/5/2015 "La ciudad de las desapariciones"

"La ciudad de las desapariciones"

Él ya lo tenía todo reflexionado pero no paraba de darle vueltas a cómo serían las cosas el día después. A las tres tenía que estar en el Palacio de Congresos, se graduaba su hija. Cuando vió a los graduandos entrar bailando al salón se esforzó en distinguir, entre tanto vestido elegante, a quien no hacía mucho era un bebé de labios gruesos y nariz de botón. Él, que es lágrima fácil, no dejó de emocionarse en ningún momento de las dos horas de ceremonia. El momento álgido fue cuando uno de los maestros reivindicó lo público, desde las entrañas, como seguramente no habrá hecho ningún político en la pasada campaña electoral. La misma lágrima despidió a la niña que desaparecía y dio la bienvenida a una maestra empeñada en ejercer el voluntariado en un país lejano.

El título se lo he tomado prestado al escritor Ian Sinclair. “La ciudad de las desapariciones”. Analiza Londres y sueña con una ciudad vertebrada por grandes vías verdes y llena de parques en los que el ciudadano se pueda perder caminando. Cree que los grandes proyectos urbanísticos fabrican ciudades imposibles que expulsan a la población original por otra de mayor poder adquisitivo. Está pasando en Londres pero aquí ya lo hemos vivido: da igual la barbaridad que te paguen por tu casa si vas a necesitar ese mismo dinero, o más, para comprarte otra. Achaca a intereses oscuros los grandes proyectos y los considera hijos malditos de la clase política.

Desaparecen barrios, desaparecen comercios, desaparecen bares, desparecen referentes culturales. Emergen otros que no siempre nos gustan. La ciudad está asentada sobre arenas movedizas que engullen la memoria. Nos salvan algunos escritores que hacen acopio de recuerdos explorando fotos de otros tiempos. Libros de cines, de bares, de calles, de personajes. Libros que hojean abuelos con los nietos en sus rodillas.

Tanto tiempo anhelando desapariciones y ya han llegado. La ciudad, en una marea difícil de leer, ha dado una patada a su historia reciente. La manipulación de los sentimientos, el espantajo del enemigo exterior, los sueños de nuevo rico, la apropiación de las señas de identidad, que formaban parte de un sueño colectivo,  se han disuelto incruentamente. Se ha destruido lo viejo quedando pendiente construir lo nuevo. La memoria de los pueblos es corta. Desaparecen los nombres que tanta pasión generaban. Hay que ser generosos en las despedidas y las desapariciones.

Hoy miramos la ciudad con los mismos ojos con los que la mirábamos ayer pero todo parece distinto. Pisamos con más fuerza el suelo, el aire parece más limpio, la luz más potente. Nos cruzamos con gente que parece más amable, los autobuses van más rápidos. Es como si hubiera más niños por la calle y como si jugaran con más pasión. Empieza otra historia, otras prioridades, otras quimeras. ¡Ojalá no nos enredemos!


Leyó en este periódico que le acompaña todos los días que Eva Dong Wu había ganado un premio de literatura en valenciano con un relato titulado “¿Adelaine em perdonarás algún día?”. Miró la foto de la niña de ojos rasgados y sonrisa franca y, orgulloso, reparó en que todo es posible .  La ciudad no tardará en dar por desaparecida a quien le ha gobernado tantos años y, en su generosidad, la acabará perdonando.

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