Colaboración Levante-EMV 12/5/2015 "Silenciosos e invisibles"
"Silenciosos e
invisibles"
Se acuesta de día con la intensa cadencia de los coches ansiosos
que pasan bajo su ventana. Es una de las muchas Marías que se tiñen las canas
con café. Intenta no hacer ruido para no despertar ni a su marido ni al único
hijo que le queda en casa cuando sale hacia el trabajo. Siempre es de noche.
Nunca entiende su nómina. Sabe las horas que pasa fuera de casa pero no lo que
cobra por cada una de ellas. Limpia inmensas oficinas al cobijo de la luz
eléctrica. Una vez encontró un pósit en el que alguien garabateó un “gracias”
al día siguiente de luchar con una mancha imposible. Siempre le duele la cabeza
y siempre está cansada.
Las ciudades son
como relojes. Una suma de engranajes ocultos las hacen funcionar con insólita
precisión. A partir de las once de la noche todo se va ralentizando. Es como si
todo enlentenciera programadamente hasta un punto de actividad casi nula para,
a partir de ahí, empezar a remontar eclosionando a mediodía. Hay noches en que
parece que la ciudad no va a sobrevivir al amanecer pero siempre lo hace.
Sorprende su perenne vigor, sobrevive como Sidney Orr, el enfermo personaje de
Auster de la “Noche del oráculo” al que todos consideran incapaz de eludir la
muerte.
Repositores de
tiendas, personal médico, controladores de tráfico, personal de hoteles,
empleados de tiendas veinticuatro horas, guardias de seguridad, recogedores de
basura, locutores y técnicos de radio, impresores y distribuidores de
periódicos, policías, bomberos, cerrajeros, empleados de gasolineras, técnicos
de compañías eléctricas, telefonistas del 112, camareros, taxistas,
farmacéuticos... gentes que velan nuestro sueño o que preparan la ciudad para
el día siguiente.
Vivimos la vida que nos toca vivir. Los que
tiene dificultades para dormir son los que más piensan en los que tienen que
trabajar de noche, ese tres o cuatro por cien que prepara las ciudades para el
día que ha de venir. Son personas víctimas de los cambios de ritmo biológicos a
los que las sometemos. Padecen trastornos del sueño, nerviosos,
digestivos,…pero sobretodo de su vida social o familiar
La ciudad despierta no existiría sin los
actores de la ciudad dormida. Hagan un esfuerzo y en los semáforos, en el
metro, en el autobús o en las estaciones del Valenbisi, intenten descubrirlos.
Son fácilmente detectables. Ahora que hay días mundiales para cualquier cosa
debería haber alguno para el trabajo nocturno. De no estar ellos a saber cómo
funcionaría todo esto. No hacen ruido, no se les ve.
Es muy buena chica. Está acabando sus estudios y ahorra
para los veranos lo que saca con trabajillos esporádicos. Es despistada, muy
despistada. Un día cerró mecánicamente la puerta de casa reparando
inmediatamente en que las llaves estaban dentro. Era justo un fin de semana en
que todos estaban demasiado lejos para auxiliarla. Google la dirigió hasta
algunos teléfonos que le hablaban de entre setenta y ciento veinte euros. Se
fió del que no aventuraba coste, del que sólo presupuestaría al ver la puerta.
–Es blindada- le dijo. –Van a ser ciento cuarenta-. Aceptó por las ganas de
acabar. Él le pidió que no le mirara trabajar. En cinco segundos la puerta
estuvo abierta. A él no le molestó cobrarle mientras le llamaba sinvergüenza.
¡Al garete los planes del verano!
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