Colaboración Levante-EMV 28/4/2015 "Sin libros no hay paraiso"
Sin libros no hay paraíso"
Se había quedado dormida y el libro abierto bailaba al ritmo que
marcaba su respiración. Él no encontró nada que le sirviera de señal para
cerrarlo dónde se había quedado. Recordó una frase, recién leida, de Milena
Busquets en “También esto pasará”, esa que dice que amamos como nos han amado
en la infancia y los amores posteriores suelen ser sólo una réplica del primer
amor. Podría ser verdad pero es más cierto que marcamos nuestras lecturas como
nos enseñaron en la infancia. El mundo se divide entre los que doblan las hojas
y aquellos que no pueden soportar la visión de la hoja herida y colocan un
cartón o un papel. Le faltó valor para doblar la hoja, como hacía ella. Optó
por dejarlo abierto sobre una repisa.
Dependen en buena
medida de la climatología. Muchos de ellos necesitan una buena feria para salir
de los números rojos. Les cuesta mucho decidir qué llevar, qué títulos exhibir,
qué apuestas van a hacer para que encima unas gotas caidas del cielo
perjudiquen las ventas. Cada vez que les piden algo que no tienen lo viven como
una puñalada. Creen que la culpa es suya. Son nuestros libreros, esos a los que
traicionamos por la urgencia del deseo, por la incapacidad de esperar a que les
llegue lo que buscamos.
Nunca llevan bastantes
ejemplares de algunos libros, muchas demasiados de otros. Pasear por sus
casetas, parar y escrutar sus elecciones es rendirles un homenaje.
Los nombres de las
librerías nunca son inocentes, son muy trabajados. Quieren decir tanto, en una
o dos palabras, que cuando lo consiguen son referencias en sí mismas.
Aparecen y
desaparecen en silencio. Intentan marcar un territorio intelectual,
especializarse, ser diligentes en la intuición. Se hartan de discutir con
distribuidores y editoriales. Juegan posicionando. Ganan y pierden. Tienen
favoritos e intuyen quienes serán los perdedores. Leen todo lo que pueden
sabiendo que sus gustos son únicos. Son de los pocos que conocen el secreto del
sentido común, que cada uno de nosotros tenemos el nuestro.
Cuando hagan balance suspiramos por que
hayan vendido más que el año anterior. Solo son números pero los necesitan para
seguir en la brecha. Aún estamos a tiempo de echarles un cable. Pocas cosas dan
tan tanta satisfacción como un libro por el precio que valen, llevan a muchos
paraísos.
La feria es su escaparate. Sus acertadas
recomendaciones, la simpatía al cobrarnos o el guiño cómplice por una elección
sorprendente pueden hacer que los busquemos por la ciudad para reencontrarlos.
Hace pocos años descubrí unos libreros extraordinarios en una caseta esquinada.
Voy de vez en cuando a visitarlos. Parece que se la juegan en esta feria. Si no
les va bien van a tener que plegar.
Tenía once años. Se acababa el fin de semana y no
encontraba el momento para decirle a su madre lo que llevaba rumiando desde el
viernes. Cuando su hermano menor cerró el libro y comentó que, a diferencia de
los de Harry Potter, los de Gol no hacía falta que se leyeran por orden de
publicación, aprovechó la ocasión: -Mamá, mejor que a mis amigos no les
comentes nada sobre libros que leo. Prefiero que no lo sepan. Me da vergüenza
-. -Vergüenza les debería dar a ellos-,
dijo la madre.
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