Colaboración Levante-Emv 17/3/2015 "Fallas subterráneas"
"Fallas subterráneas"
Con una hora de retraso sobre el horario previsto, Doña Bárbara
ejecutó la “desplegá”. Desde un edificio pegado a la Plaza del Pilar, en la
calle Maldonado, desde hace varios años, despliega sobre el “Racó de la
Corbella”, un cartel. El de este año, más pequeño de lo habitual, reivindicaba
l´horta como nuestro único futuro y tachaba de “moniatos” a sus depredadores.
Se llevaron el programa de les “falles populars i combatives. Antes de volver a
casa pasaron a ver “la carxofa” gigante que Bárbara y Nemo habían pintado en un
solar de calle de la Beata. El día
veintiocho derriban el edificio.
Están todo el año
maquinando. Mantienen agrias polémicas entre ellos. Afloran en su seno las
filias y fobias que se generan en cualquier colectivo humano. Hay luchas por el
poder y tienen sus dimes y diretes. Son decenas de miles, con cientos de
locales salpicados por la ciudad. Son las falleras y falleros que nos permiten,
durante unos días, ser los dueños de las calzadas y bajar el colesterol con los
kilómetros andados siguiendo su trabajo. Son los que nos despiertan y los que, a nuestro pesar, nos mantienen
despiertos. Son los dueños de la fiesta.
Lo descubrí por
casualidad una noche de cremá. Era tarde, los bomberos no llegaban. Quién
parecía el presidente estaba muy nervioso. Esperé a ver cómo acababa aquello.
Acabó como los muchísimos años después en que seguí acudiendo a esa cremá, con
el presidente llorando a moco tendido, fundiéndose en abrazos con cualquiera
que se le acercara y manteado por los miembros de la comisión. Me recordaba a
esos atletas, que no hacen marca, pero que emocionan al personal cuando llegan
arrastrándose a la meta después de finalizar con padecimientos una maratón.
Después de un año
vendiendo loterías, negociando con los artistas, grabando vídeos del concurso
de karaoke, sacando dinero de debajo de las piedras para que la fiesta
continúe, tienen que contratar asesores fiscales, llevar una contabilidad como
si fueran una multinacional y superar inspecciones absurdas que provocarían
revueltas en los sanfermines o la Feria de Abril.
Sin caos limitado y
sin cierta relajación, la fiesta no es fiesta. Pretender que las fallas y su
entorno sigan las reglas de la ortodoxia económica, mantengan el reglamentismo
del control público o que se ciñan al rigor contable son quimeras que carecen
de sentido.
Hay que lamentar
que no sea una falla quien haya comprado un clon del London Eye y nos la haya
plantado. De fuera han venido. Con alfombra roja y acento andaluz van a pegar
uno de los pocos pelotazos que hoy son posibles.
Ya no se acordaban del día que abandonaron su pueblo, en
Cuenca, y llegaron a Valencia. Sufrimientos, penalidades, alegrías, temores,
pero desde hacía una década el bar era suyo. Bar modesto en barrio modesto para
clientela modesta. La esquina era buena y en fallas se resarcían de las
pérdidas de los meses anteriores. Primas, cuñados, sobrinos, y algún
espontáneo, venían de Cuenca a echarles una mano en turnos infernales que les
permitían tener el local abierto ciento veinte horas en fallas. Una noche se
presentaron unos señores muy serios, pidieron todo tipo de papeles que los de
Cuenca no tenían. La multa que les va a caer les hará cerrar el local para
siempre.
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