Colaboración Levante-EMV 10/3/2015 "Cuando aletea el ayuntamiento"
"Cuando aletea el
ayuntamiento"
Después de tantos años, creyéndose imprescindible, lo
despidieron. “No te preocupes, tiene que salir bien”, le dijo a su escéptica
mujer mientras le acariciaba dulcemente la mejilla. Había cobrado el desempleo
en pago único, su suegro había liquidado su cartilla de ahorros, convenció a
algunos amigos para que invirtieran. Sería el mejor bar de los alrededores del
nuevo Mestalla. El alquiler era caro. En 2008 abrió. Cuando oyó a su alcaldesa
decir que Villar le había comentado que Platini le debía un favor y que la
final de la Champions se jugaría allí, empezó a especular con qué equipos le
convendrían más como finalistas. Arruinado y con deudas impagables cerró hace
dos inviernos.
Nuestro
ayuntamiento aletea constantemente, crea “efectos mariposa” sucesivos. Es
inagotable. Son pequeños movimientos, apenas perceptibles pero de efectos
grandiosos, enormes aunque a veces catastróficos. Normalmente bastan unas
insinuaciones, unas palabras susurradas, y empiezan los cambios. En otras se
presentan maquetas, se suministran datos, se traslada la fuerte convicción de
que determinadas cosas van a ocurrir indefectiblemente. Y ocurren, o no. Nunca
se pasan cuentas.
Es asombroso cómo
hay aún quienes se esfuerzan en publicitar ventas de viviendas o alquileres,
con el señuelo de “con vistas al Parque
Central”. Viene sucediendo desde hace décadas. Cada poco alguien te habla
de la gran oportunidad que ha aprovechado, de la compra de un piso frente las
portentosas vistas del prometido gran parque urbano. Años y años convencidos de
que lo que hoy es un enjambre de vías de tren será algún día una suerte de
Central Park neoyorquino. Algunos lo imaginan, incluso, con su proyectada
esfera armilar.
Cada aleteo tiene
consecuencias. En aplicación de esa peculiar teoría de la equivalencia de
condiciones, adaptada al territorio municipal, pasan cosas tan sorprendentes
como que se expulsa a personas vinculadas a la droga de barrios céntricos y
éstas acaban en “las cañas” en Campanar. Los agricultores se asustan y
malvenden su estimada huerta. Esa huerta la compran unos señores muy
espabilados y, cuando allí empieza a expansionarse la ciudad con impresionantes
infraestructuras, venden esos terrenos a precio de oro, y se vuelve a expulsar
de allí a los drogadictos en una operación relámpago.
Habrá quienes
decidieron esperar, para estudiar idiomas, a que estuviera inaugurada la nueva
escuela oficial, o que compraron casa pensando que la línea 2 del metro les
llevaría a su trabajo, o aquellos vecinos desalojados de los terrenos de la
prometida ZAL que, incrédulos, comprueban que se fueron para nada.
No siempre el
aleteo es malo. Que se lo digan a los que compraron una parte del edificio de
Tabacalera, por una miseria, y se encontraron con que podían construir en las
naves laterales y les premiaban con un edificio en la Plaza de América.
Estaba harta de buscar aparcamiento. Ella que se
vanagloriaba de lo suertuda que era para aparcar, no podía más. Desde un coche
le pitaron, bajaron la ventanilla y le extendieron un ticket de la ORA. Le
explicaron que aún les quedaba media hora y se lo regalaban con el sitio. Nunca
se le había ocurrido regalar los minutos sobrantes y desde ese día nunca dejó
de hacerlo. Una vez el receptor del ticket le pidió su teléfono y alocadamente
se lo dió. Con él pasea ahora al hijo que tienen juntos.
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