18 agosto 2015

Colaboración Levante-Emv 11/8/2015 "Adiós Te Deum"

"Adiós Te Deum"

Llegó a esa edad en que algunos libros le eran prohibidos y precisamente por eso eran los que más le interesaban. En la librería, hecha a medida por el tío Ample, reposaban cuidadas ediciones en piel de Aguilar; Balzac, Faulkner, Blasco Ibañez, Proust, Fernández Flórez, Sthendal, los Goncourt, los Nobel, Colette Eran gruesas, en papel biblia e incómodas de leer. En un rincón, junto a otras del Círculo de Lectores, yacían abigarradas, novelitas de Giovannino Guareschi, las del cura Don Camilo y el alcalde comunista Peppone. Le entretenían esas sanas peleas del ángel y el diablo, del astuto y el zote, del sincero y el tramposo. Siempre ganaba el cura pero el honorable Peppone era tan bueno que seguramente iría al cielo.

Las jóvenes democracias del sur no tenemos bien resuelta la relación entre Iglesia y Estado. Sobre el papel, sí, pero a la hora de concretar, el tema se complica. No hay que remontarse a Jaume I ni ponernos historicistas pero después de muchos años de ayuntamientos democráticos solo una decisión de Rita Barberá llevó a la señera a entrar en la Catedral, con el Te Deum en el pack, el nueve de octubre.

La no entrada de la señera en la Catedral y el adiós al Te Deum es una decisión rápida, deseada, que no tiene coste económico y que nos devuelve a la normalidad. Se supo cuando el Cardenal Cañizares se entrevistó con el alcalde de Valencia. Éste manifestó que seguiría con el Te Deum , fuera de los actos oficiales, y se acabó el problema.

La eliminacion del Te Deum en la fiesta del país de los valencianos es sana y, por mucho empeño que le pongan, por mucha disputa que pretendan, por mucha división que quieran crear los defensores de una vinculación mayor entre religión e instituciones, se equivocan. Quienes, contra viento y marea persisten en la defensa demantener el Te Deum ejercen una “ética de los fines últimos” y esa siempre chirría. No se gana adeptos ni mayor comprensión en una causa  introduciendo un acto religioso de carácter obligatorio en una fiesta institucional y laica .

Debo agradecerle a Cañizares que me enviara una cuidada edición de la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco. Se dirije a toda la humanidad y no solo a los suyos, defiende la naturaleza como casa común, defiende el valor de la ciencia, loa a los activistas ecologistas, cita el amor ecosocial como la clave del desarrollo, critica la salvación de los bancos y defiende que se trate como refugiados a los que emigran de la miseria. En realidad, esa también es “ética de los fines últimos” pero suena mucho mejor. Sospecho que su difusión hace más por la humanidad que miles de cánticos.


Era una iglesia del sur de Sicilia. La mayoría de turistas se aprestaba a entrar solo por resguardarse del sol. A la entrada había un cesto lleno de pañuelos de colores, tamaños y texturas diversas. Un cartel aclaraba que las mujeres debían entrar con hombros y cabeza cubiertas. Milagrosamente los estragos del calor y el polvo desaparecían en una vorágine de trasparencias sabiamente dispuestas. Mujeres jugando a disfrazarse, ocultando trozos de piel sudada, rescatando el atractivo de una mirada que brotaba entre telas brillantes. Dos lugareños, sabiamente sentados, fumaban, señalaban y comentaban.

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