07 julio 2015

Colaboración Levante-EMV 30/6/2015 "Valencia en Bodas"

"Valencia en bodas"

La novia alta no sabía llevar el ramo. En la cola de las bodas de la Ciudad de la Justicia no había mucho color ese día y tenía prisa. Casi siempre se quedaba un rato para intentar entender qué lleva a la gente a casarse o reafirmarse en la existencia de muy diferentes conceptos de lo elegante. Cuando ya se retiraba, llegó una novia muy guapa que llamó su atención. Era pequeñita, con melenita parisina y labios carmín. Se parecía a Inez, la novia de Houellebeq. Esperó un rato hasta que llegara el novio. Éste, como aquél, tampoco la merecía.

La gente se casa en Valencia. Ni mucho más ni mucho menos que en otros sitios; pero se casa. Parece que el porcentaje de sexagenarios que se casa en segundas nupcias se ha incrementado un 35% desde 2007, vaya usted a saber por qué, aunque podría ser por algo relacionado con lo que  escribió Gil de Biedma, eso de que “la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde”.

La oferta de lugares para celebrar bodas valencianas es diversa, plural y atractiva. Las religiosas tienen sus propios lugares de “culto”. Hay quienes se empecinan en el Santo Cáliz aunque haga años que no hayan pisado una iglesia, otros son más de San Juan y San Vicente,  los hay devotos de San Juan del Hospital, Santa Catalina o San Agustín. Ya no soportan largas listas de espera y su número ha caido casi un 50% en los últimos años. Admitiendo solo heterosexuales y no divorciados, limitan mucho sus potenciales clientes, pero ellos sabrán.

La Ciudad de la Justicia es otra opción; más fría. Se oficia en tiempo récord, gran ventaja para los mirones ya que caben muchas en una mañana, con sus contrayentes diversos. Chico con chica, chica con chica, chico con chico, con cruces de edades inimaginables y combinaciones de razas, colores y nacionalidades, que son todo un espectáculo visual. El personal de la contrata de seguridad de las instalaciones es amable, facilita la tarea del inevitable selfie y hace que las esperas sean de lo más digno.

El lugar estrella es el palacete de los Jardines de Monforte que depende del Ayuntamiento. Más solemne, elegante y atractivo. Son bodas en las que según quien sea el concejal de turno oficiante serán más o menos intensas, emotivas o divertidas. Esos jardines tienen su carga enigmática. Hay dos leones que, por pequeños, no acabaron en el Congreso de los Diputados, también una intrigante escultura de Dafnis y Cloe, oda al amor adolescente. Vale la pena ir, aunque sea a ver bodas de desconocidos. A veces lo agradecen, algunos están muy solos.


Una tarde de domingo, pasando canales de la TDT, apareció una novia que llevaba sujeto el traje, por detrás, con pinzas de salvar baterías de coche. Se enganchó al programa aunque las historias eran siempre muy parecidas, algo así como las notas de Josep Plá recientemente editadas. Las  novias querían algo sencillo, sentirse como princesas y estar sexis. Casi nunca elegían un traje que les gustara a los padres, se probaban otros muchos y, al final, volvía la primera opción sabiamente modificada por el estilista. Solía ser un velo dejado caer. Los padres lloraban de alegría. Parece que lo han retirado de la parrilla.

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