Colaboración Levante-EMV 21/7/2015 "Es julio, hace calor"
"Es julio, hace calor"
No le compensa mantener la discusión sobre
si ventana abierta o cerrada; aire acondicionado o ventilador. Dormir es una quimera.
En su entorno hay quienes sostienen que hace más
calor que nunca, otros que hace tanto calor como siempre. Es julio. Recuerda,
insistente, que de pequeño le obligaban a ir al cine de verano con
sueter y no le sobraba. Estaba más pesado
que nunca con el calor.
El calor altera las neuronas, también las
de las ciudades. En verano emergen historias, proyectos o situaciones que en
invierno nos parecerían disparatadas. Publican encuestas que
revelan que los extranjeros se quejan de que Valencia huele mal y que hay
carteristas. No son cruceristas, son una horda de Jean-Baptistes Grenouille de
sensibles pituitarias que huelen lo que olemos los demás
aunque nos hayamos acostumbrado. Dos veces subes al mismo taxi que empezará a
creer en el nuevo gobierno municipal el día que
quite las flores del puente de ese nombre. Un señor
muy serio te comenta el proyecto de crear una escuela de grafitis para gente
mayor, tal como al parecer hay en Lisboa. Las ventanas abiertas no frenan las voces
agresivas, algún grito desgarrado, carreras y frenazos
repentinos.
En esas llega la noche que nos saca a la
calle. Cualquier plaza del centro histórico
que se precie tiene su espectáculo. Cabalgata, danzas, teatro, música
de todos los palos, acrobacias, malabares, monólogos,
tradición, modernidad, nostalgia, castillos y fuegos. Hasta hubo sitio
para el gran Emilio Solo. El año que
viene será diferente, se verá otra impronta, pero la fiesta seguirá.
Aún quedarán
mazorcas, sonará jazz, se abrirán las
plazas a las pantallas de cine, las norias seguirán
girando, Viveros trasnochará. En julio Valencia se abre.
Nos gusta tomar la calle, saber que somos sus
dueños, aunque sea una noche o una semana en fallas. La ciudad es más
pueblo esos días, volvemos a andar despacio, nos fijamos en
los detalles de las fachadas, nos podemos parar sin que pase nada.
La locura del calor inunda las terrazas, sube
el tono de las conversaciones y se mezcla con el sonido de los televisores de
los pisos más bajos. Los que salen a fumar a los balcones en calzoncillos y
camiseta bostezan sin parar y se rascan. Hay calles, en nuestros barrios más
queridos, en que las sillas ocupan la calzada. Los niños
juegan a mojarse y los mayores les rien las gracias. Nos quejamos del calor
pero la ciudad ya ha cambiado. No falta mucho para que se pueda aparcar en
cualquier lado, que busquemos refugio en tiendas y comercios para refrescarnos.
Algunos de nuestros restaurantes favoritos se despedirán
hasta dentro de una buena temporada. El ocio se traslada a otros sitios que ya
no identificamos. Una rata sale del imbornal y mira desafiante a los viandantes
que zapatean para asustarla.
Desea tanto las vacaciones que hace listas de cosas que se
tiene que llevar. La mayoría no las usará pero sin ellas sabe que se
sentirá extraño. La máxima de llevar la mitad de equipaje y el doble de dinero
nunca la podía cumplir. Desde hace más de un lustro arrastra, a
destinos variados, los dos tomos del “Hombre sin atributos” de Musil que editó Seix Barral. Vuelven tal como
marcharon. Lo sensato es dejarlos donde están. Pesan mucho.
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