Colaboración Levante-EMV 18/10/2016 "Nombrando cosas"
“Nombrando cosas"
Desde
que supo que había gente que vivía de ponerle nombre a las cosas sueña con un
trabajo de ese tipo. De tanto en tanto entra en “elnombredelascosas.com” y va
siguiendo su evolución. Le asombra la entidad de sus clientes. Negocios, marcas
o acciones mercantiles son nombradas o renombradas para tener más gancho. Del
acierto en el nombre dependerá parte de su futuro. Los colores tienen nombre.
Pantone ha decidido que el color del otoño 2016 será el “verde musgo”, el del
camuflaje militar. Para el que no han encontrado nombre es para el Pantone
448-C, elegido el color más feo del mundo. Es una mezcla del marrón y de verde,
como el puré de lentejas.
El Canyamelar
levanta la voz. Hay un organizado comando de liberación del Canyamelar que
intenta desligarse del Cabanyal; pacíficamente, por supuesto. Guiados por el
erudito canyamelero José Aledón recogen firmas, justifican sus pretensiones e
ilustran con datos históricos la necesidad de mantener su autonomía. Hay un
grupo municipal que se ha tomado muy en serio el asunto y presenta iniciativas
para dar relevancia al topónimo. Las alertas sonaron cuando se constató que el
polideportivo que comparten los dos barrios se llamaba del Cabanyal, aunque
muchos le llamen “polideportivo de Serrería” y los más antiguos el
“polideportivo de Cervezas El Águila”, pues sobre sus antiguas instalaciones se
erigió. La transacción lograda con Cabanyal-Canyamelar no acaba de convencer a
todos, pero es un avance. Siempre
los hay que consideran la cuestión un tanto frívola pero tratándose de un
barrio con bares con nombres tan originales como “La más bonita”, “No hay nada
mejor que veintisiete amigos”, “La Paca”, o “Ca la mar”, la cuestión merece
cierta atención.
Valencia tiene
diecinueve distritos pero ochenta y siete barrios. Más o menos sabemos cuál es
nuestro distrito pero no siempre cuál es nuestro barrio. La batalla por la
defensa del Canyamelar debería estimular otras como la pendiente en
Castellar-Oliveral. Ciutat Vella, El Ensanche, Campanar, Pla del Real,
Olivereta y así hasta diecisiete son reconocibles. Lo difícil es averiguar
los límites de los barrios. ¿Qué
calles comprende Arancapins o La Roqueta? , ¿El Calvari o Trinitat? ¿Soternes o Safranar?. ¿Quién puede
saber si está en La Raiosa, Na Rovella, La Bega Baixa o La Carrasca?
Habría que indagar,
en cada uno de los barrios, cómo
llegaron a adquirir el nombre que llevan. La batalla del Canyamelar por
su visibilidad ha servido para que muchos descubran barrios cuya existencia
desconocían. Los odiosos años en que se pretendía borrar nuestras identidades
localísimas y sustituirnos por un ente exportable con vocación universal deben
superarse resaltando nuestra diversidad. Dejemos que los veinte mil cruceristas
que llegarán estos días machaquen el centro y mantengamos nosotros el secreto
de las panaderías de Campanar o las patatas bravas en Forn d´Alcedo.
Con sus primeros cafés descubrió que era muy activa y enérgica, que era
capaz de ir hacia atrás y hacia delante. Pronto intuyó que siempre la tendría
revoloteando alrededor de su cabeza. Cuando no estaba con ellla seguía viéndola
y cuando estaba con ella la veía en cualquier dirección que mirara. Los
colibríes son capaces de quedarse suspendidos en el aire gracias a que pueden
aletear unas setenta veces por segundo. La pensaba, la soñaba y la recordaba
como “colibrí”. Tardó mucho en decírselo.
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