Colaboración Levante-EMV 31/5/2016 "Agazapados en Valencia"
"Agazapados en Valencia"
La
casualidad quiso que recibiera un correo con una invitación a un “cocktail
prolongé” al encaminarse a un almuerzo largo. Le encantó el concepto, también
la osadía del convocante. El compromiso diplomático de largueza es valiente. Es
apuesta por retener, por entretener, por frenar la huida de los convocados. El
almuerzo era con amigos. Si se junta a una docena de personas, con vínculos
sólidos de cuatro en cuatro, y superficiales con el resto, hay espacio para la
sorpresa. En un rincón se hablaba de barrios atractivos, en otro sobre la risa.
El debate sobre si la risa es síntoma de tontuna o de listeza lo zanjó de un
zarpazo el honorable anfitrión, “la risa es la música del pensamiento”.
Las ciudades tienen
flecos. Por Tapinería o por el pasaje Giner, en la misma Plaza de la Reina, se
accede a la Plaza del Miracle del Mocaoret. Es solo un rincón, sin un banquito
para sentarse, probablemente para evitar que a alguien le de por organizar un
botellón o echarse alguna siesta. Oasis frente al que desfila el bullicio de
las hordas extranjeras dirigidas por señoritas con banderín o coloridos
paraguas. A izquierda y derecha se asoman, cotillas, el Micalet y Santa
Catalina. Nuestro santo más internacional, una suerte de Mago Pop del siglo
XIV, dejó volar un pañuelo en la Iglesia de los Santos Juanes que llegó hasta
una casa habitada donde una familia, en ese momento, necesitaba ayuda.
¡Miracle! Resiste la casa en que vivió, un par de años, José Martí, el libertador
cubano. En horario comercial sensato hay abiertas dos tiendas donde venden
cerámica. Enmarcar un socarrat regalado es un privilegio al alcance de pocos.
Detrás de la avenida del
Cid, sin apenas achaques por sus ochenta y cinco años de existencia, resisten
callejuelas y casas sencillas, de planta baja y una altura. Están rodeadas de
impersonales edificios, defendidas por una barrera de tiendas y talleres de
motos japonesas. El depósito de agua es de los pocos que resisten y la Alquería
de Ponsa se mantiene orgullosa. Cualquiera de la cincuentena de sus casas,
construidas por la Cooperativa de Viviendas Baratas, enseña la diferencia entre
valor y precio.
Amparo y Lola me enviaron
directo al más valioso de los rincones escondidos, el conjunto industrial y
viviendas de la antigua Imprenta Vila. Un patio de manzana al que se accede
desde la calle San Vicente por la calle Mascota. Es una microciudad con
nave, calles, y viviendas para
trabajadores. Tiene poco más de un siglo y ha servido para celebrar eventos
modernos, rodar series de televisión. En una película de culto pusieron arena
para simular que se estaba en una isla, la del holandés. El conjunto industrial
está hoy en venta.
Por segunda vez, le asombró la belleza serena de sus canas en melenita.
Le recordó a Felicidad Blanc, el personaje más atractivo de “El desencanto”.
Sentados en el porche “québienseestáaquí”, saltaba por las conversaciones
esbozando diversas variedades de sonrisa. Arrobada con ayuda del limoncello le
llegaron acordes de canciones escritas y musicadas por su hijo. Ella que las
cantaba a voz en grito en el coche era incapaz siquiera de susurrarlas. Seguía
el ritmo con el pie. La mezcla de orgullo y vergüenza la bloqueó. La niña que
llevaba dentro era tímida, muy tímida.
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