Colaboración Levante-EMV 14/6/2016 "El regreso de la asesina"
"El regreso de la asesina"
Los
taxistas de la noche no conocen las calles y se tiene que fijar por dónde van.
No se puede distraer sumando los números de las matrículas de los coches
vecinos. Se repite, de carrerilla, la lista de apellidos de su clase de sexto
de bachiller. Lo hace, de vez en cuando, desde hace cuarenta años. Intenta
asociar caras a apellidos. Las que más claramente recuerda son las de los seis
que han muerto. -No te equivoques-, le dijo no hace mucho otro superviviente de
la lista; - estamos vivos por cobardes, por miedosos y por aburridos-.
Los traficantes vuelven a
introducir grandes cantidades de heroína en Europa. El incremento de las
incautaciones apunta a que repetiremos la batalla contra uno de los grandes
problemas de salud pública que ya nos castigó en los ochenta. Algunos achacan
ese incremento a la retirada de tropas estadounidenses y de la ONU de
Afganistán. Vuelven a cultivar muchas amapolas. Las estadísticas revelan que en
Estados Unidos mueren más jóvenes por sobredosis que por accidentes de tráfico
y que la mortandad por ese motivo se ha cuatriplicado en una década. En algunos
estados, como Ohio, se empieza a hablar de epidemia.
Heroína, sirlas, ruinas
familiares, prostitución juvenil, engaños y sufrimiento formaban el paquete
siniestro al que se enfrentaron las familias y las autoridades hace tres
décadas. Jeringuillas en jardines y solares, robos callejeros, sablazos a
familiares, madres desesperadas, pedigueños desdentados, entierros de jóvenes;
todo era paisaje urbano.
La heroína, con sus
decenas de nombres prestados, fue protagonista de películas, de novelas, de
fotos, de canciones. Trainspotting, Requiem for a dream, El pico o Party Monster, recreaban ese submundo
del que, en esos años, casi ninguna familia era ajena. La pegadiza canción de
Lou Reed o el atractivo malditismo de Burroughs cedieron pronto el paso a
largas necrológicas de cantantes, artistas o escritores.
En una sociedad irritada y
un sistema político que busca cualquier ocasión para agitarse, se echa de menos
que alguien piense en lo que puede pasar y proponer medidas para evitarlo.
Nuestros grandes debates cívicos y mediáticos son sobre si se sigue poniendo
unas bolas en los cuernos de unos toros en fiestas, sobre si los días de asueto
tienen que abrir los comercios más grandes para comprar cosas que seguramente no necesitamos, si los
carteles de dos calles deben decir “prohibido” o “prohibit”, o si se cierra
algunos actos con estrofas del himno nacional. Algo raro pasa aquí.
No tardará en conocerse
los resultados de la gran encuesta que hace el Plan Nacional sobre Drogas y no
será una sorpresa si se detecta un mayor consumo de la droga más asesina de
sueños, esa que destrozó la salud física y mental de una generación; de jóvenes
de todos los estratos sociales, de todas las capacidades, de todos los deseos.
Prevenir es actuar ya.
Le daba vergüenza subir las escaleras de la ermita. Había muchísima
gente. Hacía calor. No quería cruzar la mirada con la madre sollozante que abrazaba
el ataúd. Le había prometido que lo vigilaría, que lo cuidaría, que la avisaría
si recaía. Hacía tiempo que no le llamaba. Siempre le respondía que todo iba
bien, que lo tenía todo controlado, que todo lo malo había pasado, que tenía
grandes proyectos, que se había enamorado.
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