21 junio 2016

Colaboración Levante-EMV 14/6/2016 "El regreso de la asesina"

"El regreso de la asesina"

Los taxistas de la noche no conocen las calles y se tiene que fijar por dónde van. No se puede distraer sumando los números de las matrículas de los coches vecinos. Se repite, de carrerilla, la lista de apellidos de su clase de sexto de bachiller. Lo hace, de vez en cuando, desde hace cuarenta años. Intenta asociar caras a apellidos. Las que más claramente recuerda son las de los seis que han muerto. -No te equivoques-, le dijo no hace mucho otro superviviente de la lista; - estamos vivos por cobardes, por miedosos y por aburridos-.

Los traficantes vuelven a introducir grandes cantidades de heroína en Europa. El incremento de las incautaciones apunta a que repetiremos la batalla contra uno de los grandes problemas de salud pública que ya nos castigó en los ochenta. Algunos achacan ese incremento a la retirada de tropas estadounidenses y de la ONU de Afganistán. Vuelven a cultivar muchas amapolas. Las estadísticas revelan que en Estados Unidos mueren más jóvenes por sobredosis que por accidentes de tráfico y que la mortandad por ese motivo se ha cuatriplicado en una década. En algunos estados, como Ohio, se empieza a hablar de epidemia.

Heroína, sirlas, ruinas familiares, prostitución juvenil, engaños y sufrimiento formaban el paquete siniestro al que se enfrentaron las familias y las autoridades hace tres décadas. Jeringuillas en jardines y solares, robos callejeros, sablazos a familiares, madres desesperadas, pedigueños desdentados, entierros de jóvenes; todo era paisaje urbano.

La heroína, con sus decenas de nombres prestados, fue protagonista de películas, de novelas, de fotos, de canciones. Trainspotting, Requiem for a dream, El pico o  Party Monster, recreaban ese submundo del que, en esos años, casi ninguna familia era ajena. La pegadiza canción de Lou Reed o el atractivo malditismo de Burroughs cedieron pronto el paso a largas necrológicas de cantantes, artistas o escritores.

En una sociedad irritada y un sistema político que busca cualquier ocasión para agitarse, se echa de menos que alguien piense en lo que puede pasar y proponer medidas para evitarlo. Nuestros grandes debates cívicos y mediáticos son sobre si se sigue poniendo unas bolas en los cuernos de unos toros en fiestas, sobre si los días de asueto tienen que abrir los comercios más grandes  para comprar cosas que seguramente no necesitamos, si los carteles de dos calles deben decir “prohibido” o “prohibit”, o si se cierra algunos actos con estrofas del himno nacional. Algo raro pasa aquí.

No tardará en conocerse los resultados de la gran encuesta que hace el Plan Nacional sobre Drogas y no será una sorpresa si se detecta un mayor consumo de la droga más asesina de sueños, esa que destrozó la salud física y mental de una generación; de jóvenes de todos los estratos sociales, de todas las capacidades, de todos los deseos. Prevenir es actuar ya.


Le daba vergüenza subir las escaleras de la ermita. Había muchísima gente. Hacía calor. No quería cruzar la mirada con la madre sollozante que abrazaba el ataúd. Le había prometido que lo vigilaría, que lo cuidaría, que la avisaría si recaía. Hacía tiempo que no le llamaba. Siempre le respondía que todo iba bien, que lo tenía todo controlado, que todo lo malo había pasado, que tenía grandes proyectos, que se había enamorado.

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