08 marzo 2016

Colaboración Levante-EMV 1/3/2016 "Armisticio"

"Armisticio"

Habían atravesado la callejuela buscando el origen de la algarabía. Centenares de personas cenaban sobre largas mesas. Dos colores predominaban en bufandas, pañuelos y pulseras. Andando, volvieron a ser atracados por el griterío de otra de esas cenas multitudinarias. Al tropezar con la tercera exploraron la posibilidad de unirse. Se contentaron con la explicación del palio de Siena. Cuando él consiguió meterla en la piazza del campo, a empellones, ella le dedicó una de esas sonrisas que repartía como si fueran un regalo. Sólo para él.

En tiempos en que las ideas viajan más rápido y más lejos, aunque mueran antes, la fiesta es global. Podemos saber en qué consiste esa fiesta del Takanakuy en el pueblo peruano de Santo Tomás, en las faldas de los Andes. Golpean al prójimo. Dicen que lo que ocurre allí es cosa del pueblo y que queda en el pueblo; como en un vestuario, como en un quirófano.

El mundo global percibirá que aquí construimos unos llamativos y coloridos monumentos de cartón para quemarlos a los pocos días. También que la pólvora, el ruido, los cohetes y las luces forman parte del olor y el sabor de esa fiesta.

Quienes se acerquen hasta aquí no entenderán muy bien lo de las verbenas cuya música convive con las vecinas, ni el por qué de ese trasiego de decenas de miles  de ramos de flores en una plaza, ni esas plantas bajas de las que sale todo el mundo con una copa en la mano.

Nunca percibirán que estas fallas son las primeras de otra época, la del armisticio en una guerra incruenta en que todos nos hemos dejado pelos en la gatera.
Si la Crida del 2015, con su caloret, fue el emblema de un ocaso, un punto y aparte; la de 2016 ha sido la de un inicio con regusto a paz. Más de dos décadas de enfrentamientos absurdos, de sospechas moldeadas en las conciencias, de temores ante lo desconocido. Las Torres de Serrano lucían límpias, cubiertas de un atractivo juego de luces. No faltó ninguna autoridad democráticamente elegida, desde el Presidente de la Generalitat a concejales del Ayuntamiento. Las falleras mayores fueron más protagonistas que nunca, llamaron al mundo a conocernos, con frases sensatas. Alcalde y  concejales dejaron a las falleras el protagonismo que la fiesta les quiere dar. Falleras y falleros con su traje de faena, el polar monocolor que les distingue de los vecinos, aplaudían o silbaban según sus libres preferencias. El himno sonó con la misma fuerza que siempre.

Ya no hay dramatismo en la fiesta, no hay temores de desaparición ni de manipulación. Nadie la patrimonializa, nadie la amenaza. Es, nada más ni nada menos, que fiesta. Décadas después, lo normal vuelve a ser normal. ¿por qué hemos cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Será para siempre?


Regresaban al apartado hotel. Estaban en la ciudad más bonita de Sicilia. La passeggiatta tocaba a su fin, empezaban a cerrar las heladerías y la gente se había hartado de cruzarse y saludarse. El juego de adivinar qué era de esas vidas desconocidas tocaba a su fin. Les llegó una melodía desgarrada, de esas voces que les atraían como un imán. El grupo que amenizaba la verbena callejera estaba próximo a la jubilación. Se divirtieron hasta agotarse y bailaron. Sí, bailaron.

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