Colaboración Levante-EMV 1/3/2016 "Armisticio"
"Armisticio"
Habían atravesado la callejuela buscando el origen de la algarabía. Centenares de
personas cenaban sobre largas mesas. Dos colores predominaban en bufandas, pañuelos y pulseras.
Andando, volvieron a ser atracados por el griterío de otra de esas
cenas multitudinarias. Al tropezar con la tercera exploraron la posibilidad de
unirse. Se contentaron con la explicación del palio de Siena. Cuando él consiguió meterla en la
piazza del campo, a empellones, ella le dedicó una de esas
sonrisas que repartía como si fueran un regalo. Sólo para él.
En tiempos en que las ideas viajan
más rápido y más lejos, aunque mueran antes, la fiesta es global. Podemos saber
en qué consiste esa fiesta del Takanakuy en el pueblo peruano de Santo Tomás,
en las faldas de los Andes. Golpean al prójimo. Dicen que lo que ocurre allí es
cosa del pueblo y que queda en el pueblo; como en un vestuario, como en un
quirófano.
El mundo global percibirá que aquí construimos
unos llamativos y coloridos monumentos de cartón para quemarlos a los pocos
días. También que la pólvora, el ruido, los cohetes y las luces forman parte
del olor y el sabor de esa fiesta.
Quienes se acerquen hasta aquí no
entenderán muy bien lo de las verbenas cuya música convive con las vecinas, ni el
por qué de ese trasiego de decenas de miles de ramos de flores en una plaza, ni esas plantas bajas de las
que sale todo el mundo con una copa en la mano.
Nunca percibirán que estas fallas son
las primeras de otra época, la del armisticio en una guerra incruenta en que
todos nos hemos dejado pelos en la gatera.
Si la Crida del 2015, con su caloret,
fue el emblema de un ocaso, un punto y aparte; la de 2016 ha sido la de un
inicio con regusto a paz. Más de dos décadas de enfrentamientos absurdos, de
sospechas moldeadas en las conciencias, de temores ante lo desconocido. Las
Torres de Serrano lucían límpias, cubiertas de un atractivo juego de luces. No
faltó ninguna autoridad democráticamente elegida, desde el Presidente de la
Generalitat a concejales del Ayuntamiento. Las falleras mayores fueron más
protagonistas que nunca, llamaron al mundo a conocernos, con frases sensatas.
Alcalde y concejales dejaron a las
falleras el protagonismo que la fiesta les quiere dar. Falleras y falleros con
su traje de faena, el polar monocolor que les distingue de los vecinos,
aplaudían o silbaban según sus libres preferencias. El himno sonó con la misma
fuerza que siempre.
Ya no hay dramatismo en la fiesta, no
hay temores de desaparición ni de manipulación. Nadie la patrimonializa, nadie
la amenaza. Es, nada más ni nada menos, que fiesta. Décadas después, lo normal
vuelve a ser normal. ¿por qué hemos cambiado tanto en tan poco tiempo? ¿Será
para siempre?
Regresaban
al apartado hotel. Estaban en la ciudad más
bonita de Sicilia. La passeggiatta tocaba a su fin, empezaban a cerrar las
heladerías y la gente se
había hartado de
cruzarse y saludarse. El juego de adivinar qué era de esas vidas desconocidas
tocaba a su fin. Les llegó
una melodía desgarrada, de
esas voces que les atraían
como un imán. El grupo que
amenizaba la verbena callejera estaba próximo
a la jubilación. Se divirtieron hasta
agotarse y bailaron. Sí,
bailaron.
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