02 marzo 2016

Colaboración Levante-EMV 23/2/2016 "El valor de las cosas y de las casas"

"El valor de las cosas y de las casas"

Las tardes de hospital son de bullicio sostenido, las noches son más de ruidos secos. De susurros que se pisan, unos a otros, se pasa al portazo o a la bandeja que cae. Su madre parecía vivir un sueño agradable, sonreía. La vecina, que esperaba un bajón de azúcar que no llegaba, ni comía ni bebía, pero se fumaba encima. Le arrastró a un rincón secreto del patio y le contó retales de su vida sufriente. Tanto trabajar para acabar en la ruina por un socio desalmado. Lo que más le dolía es que le vendían el piso en el que siempre había vivido por veinticuatro mil euros y no los tenía.

La economía tiene mucho de enigmático. Se argumentan profecías que no se suelen cumplir y se busca explicación a los desvaríos de la realidad. Cuando el petróleo es muy caro es desastroso para la economía pero no menos que cuando es muy barato. Cuando China invade comercialmente el mundo tiemblan sus cimientos económicos pero no menos que cuando baja su ritmo de crecimiento. Desde antiguo hemos pensado que cuando hay mucha oferta bajan los precios y cuando hay poca, suben. Ahora sabemos que según para qué.

Desde los años noventa Valencia tiene su población estancada. Más bien disminuye, lenta pero persistentemente. Pese a que la tendencia estaba fijada se emprendíó una desenfrenada carrera para construir sin tasa miles y miles de viviendas. Según empresas especializadas, Valencia presenta una tasa media de desocupación del 30%. De las zonas en desarrollo de los últimos años, el mayor índice de desocupación se encuentra en La Torre, superando el 60% . Algo mejor están Patraix y Benicalap con “solo” el 30% y el 40% , respectivamente. En el antiguo camino de las Moreras se mantiene en el 30% que promedia la ciudad. Solo en Cuatre Carreres y Ademuz se mejora la media, con un 15% y un 10% de desocupación.
¿Si las casas solo sirven para que viva la gente cómo dejamos que los precios subieran, subieran y subieran sin que hubiese gente dispuesta a habitarlas?
En la época en que se desató la locura nos gustaba pensar que nos habíamos enriquecido sin esfuerzo, que nuestras casas de diez pasaban a valer cien, por arte de birlibirloque. Nadie nos advertía que si optabas por los cien había que prescindir de la casa y, para tener otra igual, deberíamos gastar ciento veinte. Todo era irreflexivo, hasta la efímera riqueza.

Los tribunales han decidido que los inmuebles valen lo que valen y no lo que la administración dice que valen. Durante años, los que malvendían sus viviendas  recibían de la Generalitat una liquidación adicional en base al valor que ellos estimaban por el impuesto de transmisiones. Muchos lo dejaban pasar, no querían líos. Otra fiesta que se acaba.


En la época en que los dos tenían trabajo decidieron casarse a la antigua, con piso, cortinas y muebles. Aplazaron la voracidad de la necesidad de estar juntos hasta que todo estuviera perfecto. La mayoría de sus amigos de la falla los criticaban. Ellos lo sabían y les daba igual. Lo querían todo perfecto. Ya no tienen dos trabajos y no pueden pagar la hipoteca. Abrazados vigilan la mudanza, no quieren que ningún mueble se les estropee.

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