Colaboración Levante-EMV 8/2/2016 "Diez años hace y unas horas"
"Diez
años hace y unas horas"
Es infiel a los bares y a las peluquerías. Cada día pide un café corto y abre un
periódico virgen. Cada tres meses se corta el pelo. Son deliciosos
momentos de silencio, de reflexión. Si esa tranquilidad se trunca, cambia de local. Hace diez años y unas horas
entró en un bar, pidió un café y reparó en que era el único cliente. El dueño había decidido que allí no se fumaba. El de al lado estaba lleno, allí se fumaba. Hoy
los dos bares son de otros dueños.
Hace poco más de diez años se prohibió
fumar en recintos públicos cerrados. Se lanzaron apocalípticas soflamas
defendiendo la libertad en contraposición al control sovietizante de nuestras
vidas. Se reinvindicó el derecho a enfermar y morir libremente. Se predijo el
fin de una manera de vivir. Se anunció la ruina de nuestros bares y
restaurantes. Se pronosticó que las discotecas se quedarían sin clientes, que
los turistas buscarían otros destinos. Los autores de la ley quedaron señalados
por el dedo de la intransigencia. Fue una campaña terrible.
Bares y restaurantes siguen existiendo,
ampliando su negocio con las terrazas al aire libre. El turismo bate marcas. El
aire es más limpio en las discotecas, ya no volvemos a casa con olor a tabaco y
los fumadores compulsivos hemos notado que hemos reducido el consumo, que no
malgastamos tanto dinero y que nuestra salud sufre menos. Los humanos somos
máquinas de olvidar, con tendencia a deformar la realidad. Parece que la
batalla contra la ley no existió, que no se utilizaron todos los argumentos imaginables
para combatirla, muchos de ellos
cerriles, torvos o bastardos.
Valencia es una ciudad trastornada
por la realidad. Se derrumban sus iconos políticos, embarrados en el fango de
sus tropelías. Se engaña a sí misma; olvida su complicidad, sumisión, adulación
y falta de sentido crítico que les alentó en la innoble tarea. La realidad
golpea sistemática e inexorablemente los sueños que construyeron unos cuantos,
arrastrando a unos miles.
Empieza a peatonalizarse la zona de
la Lonja y el Mercado Central. Se alude a desconcierto y a contaminantes
atascos, al desastre de la desaparición de plazas de la hora, al peligro de los
bolardos abatibles, al caos de simultanear esas obras con el soterramiento de
contenedores; se intuye que nadie irá a comprar a los comercios vecinos al no poder aparcar. Los vecinos temen
que los nuevos bancos sean un foco de atracción para ruidosos botelloneros.
No se preocupen. Dentro de diez años
celebraremos que nuestra Lonja respira aire no contaminado y que la Unesco la
sigue protegiendo, que las viviendas del entorno se han revalorizado, que las
avenidas del Oeste y María Cristina son ejes comerciales de vanguardia, que el
Mercado Central incrementa año a año sus visitas, la facturación de los
vendedores y la entrada de paseantes que compran con entrega a domicilio. En
diez años nadie recordará que se
criticara esa peatonalización.
Habían quedado dos veces a tomar café. Siempre en terraza para que él pudiera fumar. Recibió un correo en que ella preguntaba si
ese día no habría café. Le prometió dejarlo todo para que lo hubiera. Les
gustaba escuchar al otro y reir juntos. Muchos cafés después se siguen escuchando y riendo
juntos. Él sigue fumando, en
el balcón.
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