Colaboración Levante-EMV 22/12/2015 "El hombre de los dados"
"El
hombre de los dados"
Salía del colegio electoral. Al verlo, enlenteció el paso.
Caminaba sin pisar líneas, miraba el suelo, al andar, buscando monedas; subía las aceras
siempre con el pie derecho, daba rodeos para evitar pasar bajo una escalera, huía de los gatos
negros; si había algún mueble abandonado corría a tocarlo con los dedos cruzados. Se situó frente a los
montones de papeletas. Sacó una piel del bolsillo, hizo extraños juegos de
manos, contó, contó y recontó papeletas. Eligió la que el azar había señalado. Cabizbajo, la entregó al presidente de la mesa. Éste le conminó a que fuera él el que la introdujera. Se negó. Aliviado se
marchó sin votar. La suerte le fue esquiva.
Hace muchos años se publicó una
novela que pasó inadvertida en nuestro país, “El hombre de los dados”. La
escribió el siquiatra George Cockcroft con el seudónimo Luke Rhinehart. El
protagonista, también siquiatra, asentado pasa a convertirse en un hombre
aleatorio, un “random man”, alguien que toma sus decisiones, trascendentes o
inanes, dependiendo del capricho de unos dados que siempre le acompañaban. El
azar, ese imponderable que intentamos manipular.
Con nuestras supersticiones nos vamos
apañando cada uno de nosotros. Muchas son heredadas, otras aprendidas y algunas
son una innovación. No son un problema más allá del tiempo absurdo que les
podamos dedicar. El juego es el problema.
Alguna vez he tenido ocasión de
comprobar, en los juzgados, el daño que hace el juego en determinadas personas
y las consecuencias de la ludopatía en jóvenes que truncan sus vidas robando a
familiares o amigos solo por la pasión por apostar.
No se entiende que afamados
deportistas, referentes de generaciones jóvenes, se dejen tentar por las casas
de apuestas y se exhiban impúdicamente en anuncios de televisión, animando a
apostar, a asumir riesgos, a perder un dinero que aún no han podido ganar.
Igualmente sorprende que programas de
información hagan alarde de empresas de apuestas por internet. O que el club de
nuestros amores tenga anuncios de apuestas en el estadio o que manchen su noble
camiseta.
Con dependencia de las empresas de
apuestas, el deporte profesional corre un alto riesgo de que sus competiciones puedan verse
alteradas.
No hace mucho asistí a un infrecuente
espectáculo. En un bar del centro se veía un partido de tenis por la tele entre
jugadores desconocidos para mí. Entró un señor, preguntó el resultado, fue a
una máquina y apostó algo en un set. Al rato apostó por un partido chino. Entró
una pandilla de chicas y chicos rayanos la adolescencia. Juntaron un dinero, no
tomaron nada, apostaron con jolgorio. ¿Es eso legal?, ¿consiente esto el
ayuntamiento?.
Rostros
enrojecidos se salen de la pantalla. Ella le miraba de reojo durante el
telediario del día de la lotería. Sabía que cuando saliera el señor que podría evitar el desahucio, la anciana que
iba a repartir el premio con los hijos, la chica que acababa de quedarse en
paro o la que se acababa de enterar que estaba embarazada, él empezaría a llorar. Él, sabiéndolo, quería aguantar hasta que entrevistaran a
la que no jugaba, la que se quedaba al margen, la que olvidaba comprar, la que
fue marginada. La que decía
compartir la alegría ajena como si
fuera propia.-No me importa que no me haya tocado-.
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