Colaboración Levante-EMV 9/8/2016 "¿Vergüenza?¡Para robar!"
"¿Vergüenza? ¡Para robar!"
Hijo
de gato, gatito. Se parece a su padre físicamente y en otro millón de cosas
más. A los dos les da vergüenza comprar poco. Medias docenas, docenas, medios
kilos, kilos, puñados, manojos, ristras, sacos, cajas, litros, garrafas. Les
gusta cazar oportunidades gastronómicas. Cuando llegan a casa se les recrimina
el exceso y se esmeran en organizar el reparto entre familiares y amigos.
Cuando salen fuera a comer dejan el plato limpio, aunque no les guste. Jamás
han devuelto un vino ni han criticado un plato. Puede que no vuelvan, que no
dejen propina, pero les da vergüenza quejarse.
Ejercer de turista
o fijarse en turistas ayuda a desmitificar muchas de las verguenzas que
inexplicablemente nos acompañan. Si en una terraza con vistas privilegiadas
quedan dos sitios libres en una mesa, se puede pedir permiso para compartirla.
Si en la bolsa hay bocadillos hechos en casa, se pide bebida y se come el
bocadillo, si la botella de agua no se ha terminado, se cierra el tapón y se
guarda en la bolsa.
El gurú de los
vinos, Parker, predijo hace unos años que se generalizaría el “byo”, acrónimo
de “bring your own”, llevar a los restaurantes las propias botellas. Nunca he
visto nadie que lo hiciera. Eso sí, ya hay varios restaurantes de Valencia,
sobretodo en Ruzafa, que combinan la restauración con la venta de vinos a
precio de bodega y que por consumirlos en el local se cobra un descorche de
unos pocos euros que garantizan unas copas adecuadas. En otros te ofrecen
llevarte la botella inacabada, con tapón vistoso y bolsa diseñada para ello.
Ya no está mal
visto pedir las sobras de una comida para acabarla en casa. No requiere usar la
excusa absurda de que es para el perro, aunque no se conozca muchos canes devotos
del arroz del senyoret. En París este debate ha llegado incluso al parlamento.
Los parisinos desperdician 29 kilos de comida al año, la mayoría no puede
acabar sus platos en los restaurantes y una mayoría, aún superior, se llevaría
las sobras a casa. No lo hacen por vergüenza. Por ley se recomienda que los
restaurantes ofrezcan el servicio. Les sigue dando vergüenza usarlas. El
anglicismo con el que se llama a la bolsa, “doggy bag”, no ayuda. La solución
la ha encontrado el Ministerio de Agricultura, le llamarán “gourmet bag”, a ver
si así los refinados parisinos se animan.
Busquen un bar
cercano al Mercado Central que prepara las carnes y mariscos que les lleves.
Entras al mercado, eliges en tus paradas favoritas, llevas al bar las viandas y
te las condimentan como quieras. Te cobran seis euros por el servicio de mesa y
las ensaladas. Es como pescar sin mojarte, como cazar sin dar un tiro, como
cocinar sin manchar la cocina.
Lo conoce desde hace unos años. Se alegra de coincidir con él en
eventos familiares. Tiene ancestros conquenses. Es vehemente en las discusiones
sobre deporte y tiene tres hijos adolescentes. Un buen tipo. En las fotos
familiares posa como los futbolistas al salir del entrenamiento, adelanta la
pierna izquierda, agacha un poco el cuerpo y sonríe. Si tiene el estómago
revuelto se come un bocadillo. Cuando alguno de sus hijos no quiere hacer algo
por vergüenza, repite su mantra conquense, “¿Vergüenza? ¡Para robar!”.
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